Florentino Pérez pretendía, a su llegada a la presidencia del Real Madrid, situar al club de sus amores como el más grande de todo el planeta. Grandeza tanto por títulos como aficionados que amasen, con ese furor irracional que se tiene al conocer a una persona con la que existe química, al club. Quería una dictadura del amor blanco y cualquiera que no aceptase ser del equipo merengue tuviese la sensación de ser poco menos que un parásito social.
La inversión en los Galácticos iba en esa dirección. Gracias a los trapicheos con Ayuntamiento y Comunidad de Madrid consiguió en dos semanas recalificar el suelo de la antigua ciudad deportiva y obtener tantos millones como para sanear las cuentas y lanzarse, cual emir qatarí, a fichar a golpe de talonario a todos aquellos jugadores que deseaba para su magna obra. El Real Madrid fue la inspiración para el PSG, el City o cualquier otro equipo similar. Invirtiendo como si no hubiese un mañana se podrían obtener títulos a tutiplén. Hoy se quejan de los equipos-Estado cuando Florentino hizo lo mismo… y sigue haciéndolo (ha gastado en Hazard 300 millones de euros, cabe recordar y ofreció 200 millones por Mbappé no hace tanto).
Del “Zidanes y Pavones” no se supo más. Tras el galacticidio siguió tirando la casa por la ventana con Bale, Modric, Benzemá y muchos otros que fracasaron a coste desorbitado. No, lo de Cristiano Ronaldo no fue un fichaje de Florentino (de ahí la tirria que le tenía en el fondo de su alma). Las cosas no le fueron muy allá porque la irrupción de Messi y todos los “pequeños del Barça”, apostando por el juego que comenzó Luis Aragonés y perfeccionó Pep Guardiola, comenzó a hacer tambalear la deseada hegemonía blanca.
Las Champions obtenidas ha tapado muchos fracasos de Florentino como gestor futbolístico, por ello la exageración de unos triunfos europeos y el aumento del control de numerosos mecanismos del Estado, esencialmente los aparatos ideológicos (Medios de Comunicación), han ido virando no hacia las loas por los triunfos sino el aumento del antimadridismo. Si antes estaba centrado en rojiblancos y culés, hoy el antimadridismo se va extendiendo por toda España, como si el petrolero madridista hubiese encallado y ensuciase todas y cada una de las regiones españolas. Sigue habiendo aficionados duales, esos que son primero del Madrid y luego del equipo de la provincia (de hecho pagan el abono para ver a su verdadero equipo una vez al menos), pero cada vez menos.
Esto es algo que no estaba en los planes. Florentino pensaba que controlando los programas radiofónicos (echando a todo aquel que ose decir algo malo de su equipo), los dos periódicos nacionales y la mayoría de las televisiones (dando todas las exclusivas a los Teleñecos de la noche… y a veces a Marca), lo que se da en llamar el nacionalmadridismo sería insertado en las mentes de todos los españoles “de bien”. Igual leyendo a Gramsci se quedó con la copla de aquello de la ideología dominante. Bueno, no, ni a Gramsci, ni a Vargas Llosa (copiando a Guy Debord). Pero algo parecido es lo que pretendía.
El problema es que para ello no tenía los mimbres necesarios. Ronaldo siempre ha sido un chulo y un ególatra. Benzemá ha tenido demasiados problemas con la justicia. Modric, pese a ser el niño de la guerra, carece de virtudes para carismáticas. Vamos que es sosito el chico, como Courtois, aunque al primero se le supone más inteligencia. Y cuando se agarra a un nuevo gran jugador resulta que es prepotente, chulo, insultón y mala persona. El otro que han vendido como nueva estrella se dedica a ir dando de hostias a los compañeros. Y como los pocos españoles que hay en el equipo están ahí para ocupar los puestos obligatorios, no tiene a nadie con el que una persona normal pueda identificarse.
A más, a más, cada vez ha ido enseñando la patita mafiosa de cara al público con mayor frecuencia. Siempre se ha supuesto que han estado controlando árbitros (lo de Negreira no se hubiese producido sin aquello), a medios y algún estamento público, pero se tapaban. Florentino es su rabia por obtener el amor total y totalitario de los españoles se ha mostrado tal cual es. Criticaba en una Asamblea los que retransmitían los partidos y las televisiones cambiaban a los locutores y “analistas”. Así, Morientes comenta, por decir algo, los partidos del Atleti. O cualquier otro madridista al Almería. Afinidad con los equipos, ninguna, pero son madridistas al servicio de su señor.
Y lo de las últimas semanas ya ha sido para provocar el estallido de las aficiones. Esas mismas que piensan dejar vacías las gradas cuando jueguen contra el Real Madrid (al menos al comienzo del partido) o que se están dando de baja como abonados porque no aguantan más la pestilencia. Se espera la sanción a Valverde después de agredir a un compañero y se huele que no llegará o será ridícula. Vinicius puede pegar a jugadores contrarios (comenzando por los del Mallorca), insultar y menospreciar árbitros y no le pasa nada. Y si pasa, llegan unos prevaricadores para librarle.
A la típica chulería, prepotencia y malas formas del madridismo, se une ahora la impunidad. Ancelotti puede criticar el arbitraje todo lo que quiera que los cuatro partidos le caerán a Michel en Gerona. La paradoja es que se lamentan de que aumente el antimadridismo sin ver que Florentino está haciendo todo lo posible porque el estado natural de una persona cualquiera sea, precisamente, ser antimadridista. De no hacerles ni caso, la mayoría de aficionados al fútbol comienzan a tener asco del Real Madrid. Asco de llegar al vómito. Incluso los niños pequeños prefieren ser del City antes que de un equipo lleno de personas que son tan pobres de todo que sólo tienen títulos.