Tengo amigos y conocidos que pertenecen al Opus Dei —no han intentado engancharme, ni nada de eso, como tampoco los cielinos o kikos que conozco— los cuales llevan varias semanas cabreados, como monos solitarios en la selva, a causa del libro de Gareth Gore (Opus, Editorial Crítica). En el texto se les trata como secta, como grupo estafador de lo sucedido con el Banco Popular, echándole la culpa a Luis Valls- Taberner (aunque para saber lo que ha sucedido con el banco nada mejor que leer estos más de doscientos artículos en Diario 16), y como un grupo que aspira a hacerse con todo el poder allí donde están.

Como pueden entender, todos estos amigos y conocidos han afirmado que todo lo allí expuesto es mentira y que la “Obra” es algo mucho menos oscuro y más cristiano de lo que se dice. Tras este enfado y defensa, hete aquí, que un grupo de chavales de la Universidad de Navarra, la joya de la corona educativa del Opus, han salido tras el ministro Fernando Grande-Marlaska al grito de “maricón”, “corrupto” e “hijo de puta”. Unos cayetanos de la vida insultando como si no hubiesen recibido educación en su casa a un ministro en un recinto universitario —esta frase tiene bastante enjundia y deben entenderla en toda su extensión—. La rectora de la UN, María Iraburu, salió inmediatamente a pedir perdón y ha procedido a abrir una investigación para capturar a los cayetanitos y cayetanitas.

La UN no es una mala universidad donde se regalan los títulos a aquellos que no dan para entrar en la pública —como le sucedió a Pedro Sánchez, por cierto—, sino que apuestan por una educación de calidad, una investigación solvente y tienen un programa de Grandes Libros (como también tiene el CEU) donde tratan de incorporar el acervo humanista a cualquier especialidad universitaria. Un gran reto del que deberían aprender el resto de universidades, al menos para aquellas carreras que no son de la rama. Siendo del Opus Dei se supone que, además de todo lo universitario propiamente dicho, habrá una serie de valores cristianos que se deben transmitir a todo el alumnado. No solo evangelización sino ofrecimiento de la Palabra en todos sus aspectos.

¿Qué quieren que les diga? Viendo al grupo de cayetanitos que salieron detrás del ministro, lo de los valores cristianos no es que lo hayan entendido, ni lo de los Grandes Libros parecer que haya humanizado a la chavalería. Cierto que se puede abuchear a un político, de hecho aquí he animado a hacerlo sin distinción de colores, pero esa homofobia mostrada tiene poco de cristiana. Se señala el pecado, no al pecador («Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra»). Además, en la Universidad de Navarra parece que no han logrado hacer entender que, en recinto universitario, la discrepancia siempre debe ser canalizada por la palabra. La confrontación dialéctica y no el insulto. Pero ¿es culpa de la Universidad o el problema es más profundo?

Me he cansado en estas páginas de denunciar las artimañas de toda la clase política por dividir a la sociedad, no solo aquí, en España, sino a nivel mundial, a fin de poder llevar a cabo los deseos de la coalición dominante a nivel global y local. Por ese lado no voy a insistir. El problema es cuando esos intentos de división no son educados por los progenitores, los profesores o los intelectuales, que son, mucho más que los periodistas y políticos, quienes deben llevar el peso formativo.

En las familias se encuentra el primer camino y estos cayetanitos opusdeístas (seguramente la mayoría ni sean del Opus) no son más que el reflejo de lo que ven en su casa y de lo que son sus padres. La elite del futuro está creciendo en un enorme desprecio hacia el ser humano, hacia el Otro, porque ya sus progenitores son nihilistas, relativistas y están definidos por el materialismo. Ese materialismo que denunciaba, como voz en el desierto, Joseph Ratzinger. Y no, no miren al marxismo, ni al comunismo, miren al liberalismo y sus dos faces, la liberalia y la woke. Si la Universidad de Navarra no es capaz de luchar contra eso, será porque se encuentra cómoda en alguna de las dos partes o porque no insiste en transmitir valores.

Lo que asusta de esos insultos no son los insultos en sí sino que, siendo como van a ser muchos la élite del futuro, no extraña la situación actual de división y confrontación, de relativismo moral, de abandono de toda visión humanista, porque son los padres de esos cayetanos los que hoy dominan la estructura estatal y económica. Por el lado, liberalio, y por el lado wokista, aunque estos últimos se presenten como jipis o postmodernitos. Luego en la Conferencia Episcopal se preguntarán ¿qué ocurre con las vocaciones o el vaciamiento de los templos? Muchas personas se encuentran en Navarra o en cualquier lado a muchos cayetanitos así ¿creen que van a permitir que sus hijos e hijas adopten este tipo de valores?

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