Michel Onfray ha publicado en España recientemente un libro curioso donde expone las características de lo que es el totalitarismo (Teoría de la dictadura, El Gallo de Oro). El texto va haciendo un recuento de los libros Rebelión en la granja y 1984 de George Orwell para determinar las características de la dictadura, entre ellas está la comprensión y dilucidación de la verdad. La verdad sólo la aporta el Gran Hermano y por ello hay que cambiar el pasado, destruyendo cualquier huella de cualquier cuestión que confronte con la verdad.

Existe en el mundo una institución que dice ser la portadora de la Verdad: la Iglesia católica. Una Verdad que es incuestionable, a saber, que Dios es creador del ser humano a imagen y semejanza de él; que Jesús es hijo encarnado de Dios, el cual murió y resucitó por el perdón de los pecados; y que el Espíritu Santo acaba conformando la Trinidad. O algo similar sin entrar en teologías complicadas. Esa Verdad es la que la Iglesia se encarga de expandir, por mandato divino, a todas las naciones del mundo, teniendo a la cabeza al pontífice sucesor de Pedro o Cefas, quien fue designado por el propio Jesucristo como cabeza de la misma. El Papa Francisco sería su último representante, aunque han existido a lo largo de la historia personajes que se han autonombrado pontífices, como el papa Clemente del Palmar de Troya. Sobre la verdad en lo mundano se deja a la demostración empírica y el actuar humano.

Dos párrafos donde se habla de la verdad al que podría ser añadido el relativismo postmoderno —ahí Jean-François Lyotard tiene toda la culpa— que niega la existencia de la verdad en sí para dar paso a relatos, elucubraciones o inventos a los que se otorga la misma veracidad. ¿Saben aquello de preguntar a dos si saben que está lloviendo en vez de abrir la ventana y mirar? Eso es el relativismo en el que se vive en la actualidad, al cual habría que añadir la dilogía donde una misma expresión o concepto significa dos cosas distintas y hasta antagónicas. Normal que Pier Paolo Pasolini advirtiese del peligro de los nuevos fascismos antes de ser brutalmente asesinado. Un fascismo que nada tiene que ver con lo que hoy se vende como fascismo, por cierto.

Llegados a este punto ustedes se preguntarán, con toda la razón, “¿a dónde quiere llegar este gachó?”. A una frase que pronunció el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, en la apertura del 13º Congreso del PSOE de Castilla-La Mancha y sobre la que nadie ha caído en la cuenta por lo tremenda que es. Este fin de semana ha estado en tres congresos regionales ofreciendo el mismo discurso —como hacía en las famosas primarias de 2017 donde decía lo mismo en cada lugar al que iba introduciendo algún matiz de vez en cuando— introduciendo una crítica a los “enemigos del sanchismo” y una referencia a la región donde se encontraba. En Toledo, mientras llamaba soberbio a Elon Musk (¿él llamar soberbio a alguien?), dijo lo siguiente: «¿Quién va a defender la verdad si no somos nosotros?».

Si usted lo escucha de forma despistada pensará, claro, es que las redes sociales están llenas de bulos y Musk lo que quiere es que gane la ultraderecha, sus amigos, y los demás deben defender la verdad. ¿Son mentira las violaciones, explotación y asesinato de niñas británicas escondidas por el gobierno y la fiscalía para que no les acusasen de racistas? No. Como no son mentira otras cuestiones relativas a lo que ocurrió durante la pandemia y que ahora ven la luz. Los gobiernos mienten, unas veces, como recomendaba Nicolás de Maquiavelo, por un bien superior, otras por pura conservación del poder. En las redes sociales hay bulos, sí, pero en las ruedas de prensa de los políticos también. ¿Qué quiere decir entonces Sánchez? ¿A qué verdad se refiere?

Responder a esas preguntas es la cuestión que remite al primer párrafo del artículo. Él y su gente son los únicos portadores de la verdad, salvo que haya utilizado el plural mayestático, algo no descartable, por lo que los demás sólo pueden decir mentiras (bulos) con la finalidad de echarle a él del poder y poner a los mentirosos. Datos esgrimía como arma contra la mentira y en favor de la verdad, quien momentos antes daba a entender que había estudiado en la universidad pública siendo mentira (tanto para la licenciatura como para el “doctorado de aquella manera”). Además, esto lo sabe cualquier estudiante de ciencias sociales, los datos en sí (salvo en ciencias puras) no indican nada fuera del contexto y el terreno. Por todo ello un dato desnudo puede tener una interpretación radicalmente distinta a lo que venden como verdad, como sucedía en 1984.

Él es, al final, la encarnación de esa verdad incuestionable y su deber es defenderla contra todo y contra todos. Quien duda o se manifiesta contra esa verdad pasa a ser una no-persona a la cual se le puede retirar toda dignidad y ser sacrificable. El destino para aquellos que no “compran” la verdad que defiende Sánchez es la muerte (social, como mal menor) o la reeducación mediante los aparatos ideológicos del y en el Estado. La frase en sí demuestra el carácter totalitario del pensamiento de Sánchez. Puede pasar desapercibida por un oído poco entrenado —de hecho ha sido utilizada masivamente en los grupos del sanchismo— pero revela algo mucho más peligroso y que algunos hechos han demostrado, como la sinrazón dictatorial en la que ha sumido a su propio partido.

Como encarnación de la verdad en la Tierra, contra los demonios del mal (todos los demás), Sánchez ha acabado autocatalogándose de Papa Sánchez (por no manchar el nombre de Pedro por parte de quien esto escribe). ÉL es el defensor de la pureza, de la única verdad, de la revelación del espíritu del mundo (es hegeliano sin saber lo que dice Hegel, porque saber quien es sí lo sabrá ¿no?)… Sobre ÉL se edifica el progresismo mundial y su religión. Es el único capaz de interpretarlo todo, es infalible y sus seguidores deben esparcir su mensaje a toda costa. Aunque, al final, lo que se viene revelando es un carácter tiránico y totalitario. Y todo con una simple frase.

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