La crisis global está golpeando las economías de los hogares de todo el mundo. Eso es lo que más duro de la situación actual que, mientras la avaricia corporativa está incrementando los márgenes de beneficio de las grandes empresas, las clases medias y trabajadoras están sufriendo las consecuencias más críticas de los juegos de los poderosos.
Ante esta situación, prácticamente todos los gobiernos del mundo están utilizando los recursos del Estado para paliar los efectos perniciosos de la crisis. Sin embargo, la respuesta de dichas medidas y las capacidades de los países se ha visto desnudada. En Centroamérica, por ejemplo, se están dando dos casos totalmente opuestos.
En República Dominicana, gracias a las medidas adoptadas por Luis Abinader, el pueblo dominicano está viendo cómo el impacto que podría haber tenido el alza indiscriminada de los precios de la energía y los combustibles, con el traslado que ello supone al coste de productos básicos, no está siendo tan brutal como en otros países de la región Centroamérica y el Caribe.
El mejor ejemplo de ello se encuentra en algunos países de Centroamérica, que a priori tenían una estabilidad socioeconómica muy asentada y que, por las políticas aplicadas por sus gobiernos, se encuentra al borde de la insurrección.
Países siempre vistos como «la Suiza de Centroamérica», por sus ingentes ingresos y por su sector financiero en el que mucha gente gana mucho dinero tapando u ocultando las fortunas de las grandes fortunas del mundo.
Sin embargo, sus gobiernos, a diferencia del de Luis Abinader en República Dominicana, no están sabiendo afrontar las consecuencias sociales de las diferentes crisis que asolan el mundo: energética, alimentaria, suministros y guerra de Ucrania. La suma de estos tres factores ha provocado una inflación que está empobreciendo de manera radical a las clases medias y trabajadoras. Por eso, los gobiernos han tenido que decidir si gobernar para el pueblo o si priorizar otros aspectos.
En países centroamericanos, desde hace un par de semanas, las movilizaciones de la ciudadanía, los cortes de carreteras y las protestas se han hecho habituales. El descontento de un pueblo que se sentía seguro se ha visto desbordado por el incremento de los precios de los alimentos, las medicinas y los combustibles.
Los gobiernos, en ciertos casos, no reaccionan con medidas para paliar las consecuencias de la crisis hasta que no ven que el estallido social ya es un hecho, sobre todo cuando sectores no productivos, como el educativo, son los que lideran las protestas a las que se suman rápidamente los sindicatos de los sectores productivos, las organizaciones sociales y los otros grupos.
En declaraciones a la BBC, líderes de protestas afirmaron que no están buscando una caída del sistema, sino un cambio institucional que aplique un sistema de gobierno centrado en las necesidades del pueblo y no el modelo neoliberal que se llevan implementando desde la invasión de Estados Unidos en 1989. Este modelo, como ha ocurrido en todas las partes del plantea donde se ha instaurado, ha incrementado la desigualdad hasta niveles insostenibles, situando a país dentro de los más desiguales del continente americano.
A diferencia de lo que ocurre en esos Estados, el presidente de República Dominicana empezó a aplicar los estímulos y los subsidios en los carburantes y los alimentos básicos desde que se vio que la escalada de precios iba a tener un efecto demoledor en el pueblo.
Abinader supo reaccionar por su capacidad de análisis de la situación internacional. Esta es la razón por la que el precio de los carburantes no está afectando de igual manera en República Dominicana que en otros países. Abinader convirtió la necesidad del pueblo en una cuestión de Estado y, por tanto, no dudó en que los recursos del país fueran puestos al servicio de la ciudadanía, costara lo que costara.
El pueblo, sobre todo en tiempos de crisis, no quiere palabras de sus gobernantes. Exige hechos y Abinader así lo está haciendo y los hechos, por más que haya quien quiera manipularlos para satisfacer sus propios intereses desde el populismo y la propaganda falaz.
Tanto en Europa como en Norteamérica se podía comprobar que, mientras la economía se iba recuperando tras la quiebra de Lehman Brothers, las cifras de empleo bajaban, la desigualdad se disparaba y los estados priorizaban esas cifras macro frente a la microeconomía del día a día. En algunos países europeos, como España, la situación previa a esa crisis aún no se ha recuperado.
En la República Dominicana, sin embargo, de Luis Abinader esas cifras macro, que son tan positivas y que muestran la eficacia de la gestión del actual presidente, sí están teniendo una traslación directa en las condiciones de vida del pueblo dominicano. Todo ello, además, superando las graves dificultades de las actuales crisis globales, provocadas por los juegos de las grandes potencias, y que, en ningún caso, son responsabilidad de la Administración Abinader.
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), las cifras del PIB per cápita, es decir, el indicador económico que mide la relación existente entre el nivel de renta del país y su población, indican que desde que Luis Abinader es el Jefe del Estado de República Dominicana se ha pasado de 18.620 dólares a 23.980 dólares.
En el punto máximo de esta ratio durante los gobiernos del PLD se alcanzaron los 19.990 dólares. Es decir, que, en apenas dos años, con todos los factores externos en contra, Abinader ha logrado superar las cifras en 4.000 dólares. Además, según la previsión del FMI, se alcanzarán los 27.410 dólares en 2024.
Este resultado positivo e indiscutible es la causa principal de que se estén incrementando las inversiones extranjeras en República Dominicana o que se estén abriendo nuevos canales de entrada de divisas a través de la apertura, por ejemplo, de nuevas rutas para que el número de turistas se incremente. Las multinacionales no invierten si no tienen una seguridad de que van a tener un retorno, y eso sólo se consigue con estabilidad y buenas condiciones laborales y sociales.