Las grandes potencias mundiales están lanzando un órdago global para que la guerra en Ucrania termine a través de las herramientas de la diplomacia, un movimiento provocado por las graves consecuencias que está teniendo para la población mundial, sobre todo de cara al invierno.
Cuando en el mes de febrero Rusia invadió ilegalmente el territorio soberano de Ucrania, nadie se podía imaginar que el conflicto se alargara como lo está haciendo. Ha habido contactos informales, reuniones oficiales entre los dos países contendientes, intentos de mediación de Turquía. Todo ha sido en balde y los combates se recrudecen con ataques a estructuras estratégicas en Ucrania y en el propio territorio ruso, lo que podría llevar a que la escalada bélica provocara que Vladimir Putin sobrepasara la línea roja del uso de armas nucleares.
El avance de las tropas ucranianas hacia las regiones del este, anexionadas por Rusia de manera unilateral y sin el reconocimiento internacional, y la respuesta del ejército ruso ha colocado al mundo en una situación de tensión mucho más elevada que la vivida hace 60 años durante la crisis de los misiles.
El mundo está atemorizado sólo con la mera posibilidad de que Rusia ataque a Ucrania con armamento nuclear porque eso tendrá una respuesta inmediata de occidente. Tal vez es lo que está esperando el presidente Zelenski: la internacionalización del conflicto al coste que sea.
Por esta razón, potencias como Francia, Reino Unido y Estados Unidos han iniciado una ofensiva para que la guerra termine por la vía diplomática. Primero fue el primer ministro Emmanuel Macron, a quien se unió el gobierno británico. En Estados Unidos se ha filtrado una carta remitida al presidente Joe Biden por varios congresistas del Partido Demócrata en la que, precisamente, reclamaban la potenciación de la vía diplomática para terminar con una guerra que, además de las víctimas ucranianas, de los soldados rusos muertos, de las infraestructuras o las poblaciones destruidas, está teniendo consecuencias para el resto del mundo.
El papel de Latinoamérica en la paz
Latinoamérica no puede quedarse de manos cruzadas y mantenerse ajena a estos movimientos geopolíticos. El peso de esta región es más grande de lo que muchos creen, pero no se explota, no se utiliza. Latinoamérica, cada vez que hay una actuación mundial en cualquier ámbito, se ha caracterizado por una actitud pasiva que sólo ha beneficiado al incremento de la brecha existente con las potencias.
En los países latinoamericanos viven cerca de 700 millones de personas, mientras que la Unión Europea apenas supera los 447 millones y Estados Unidos los 331 millones. Esos cientos de millones de hombres y mujeres están sufriendo las consecuencias de esta guerra a través de una subida del precio de los alimentos básicos o de la factura energética, hecho que, evidentemente, tiene una reducción efectiva de sus rentas.
Por tanto, en un hipotético proceso de paz, Latinoamérica debe tener un papel activo y, para ello, es necesaria la presencia de un dirigente acostumbrado a manejarse de manera efectiva, eficiente y transparente en los escenarios internacionales, con visión humanista, con experiencia en el manejo de crisis internacionales y, sobre todo, que su gestión haya sido reconocida oficialmente por las grandes potencias.
En la actualidad, entre los líderes latinoamericanos sólo hay una persona que cumpla con esos requisitos y es el presidente de República Dominicana: Luis Abinader. El país caribeño se está enfrentando a las mismas dificultades derivadas tanto de la pandemia como de la guerra pero, tal y como han reconocido diferentes organismos internacionales, su gestión está logrando que el país haya obtenido una resistencia y una estabilidad desconocida en la región.
Por otro lado, su experiencia fuera de la política a la hora de enfrentar situaciones difíciles y llegar a importantes acuerdos en todo el mundo le capacitan a la perfección para convertirse en la voz de Latinoamérica en un futurible proceso de paz.
Los valores que Abinader defiende y pone en práctica, como la anteposición de las infraestructuras humanas a las de la economía, marcarán un elemento fundamental que muchas veces la geopolítica olvida: la inclusión de elementos humanistas como fortaleza a la hora de lograr un arreglo duradero en el tiempo.
No en vano, Abinader ha demostrado, con sus llamamientos internacionales a solucionar la situación de Haití, que tiene capacidad de liderazgo suficiente que supera las fronteras de su país. No se puede olvidar que, tras décadas de abandono, los llamamientos a la comunidad internacional de Abinader para Haití tuvieron respuesta por parte, precisamente, de Emmanuel Macron.