El pueblo debe ser exigente con sus mandatarios y tiene la obligación democrática de pedir que cumplan con sus promesas. Sin embargo, cuando la situación con la que se encuentran al producirse un cambio de régimen es de tierra quemada, entonces las ideas previas quedan aparcadas y el pueblo ha de entender que se deben juntar dos conceptos: la gestión y la reconstrucción.
Destruir es lo más sencillo del mundo. Para tirar una casa no hay más que coger un mazo y reventar los tabiques. Lo complicado es reconstruirlo. Eso es lo que se ha encontrado Luis Abinader al llegar al Palacio Presidencial: un país destrozado que ahora está gestionando y reconstruyendo con el lastre, además, de los efectos de la pandemia.
El presidente Luis Abinader afirmó en agosto de 2021 que «el camino que hemos empezado a recorrer es largo. Durante demasiado tiempo hemos acumulado problemas estructurales graves, que se agudizaron con la aparición de la pandemia del Covid-19. Todos queremos ir más rápido en estos cambios, estoy consciente, pero debemos hacer las cosas bien para que las reformas que estamos implementando sean irreversibles y transformen para siempre nuestro país. Se acabaron los retoques menores, los cambios cosméticos o los anuncios que no llevan a ninguna parte. Este gobierno actúa seguro y con planificación, y eso requiere tiempo y trabajo constante».
La herencia recibida del PLD, como decimos, ha dejado una situación similar a la que dejaron los romanos en Cartago tras regar con sal las tierras de cultivo. El gobierno de Danilo dejó República Dominicana como una villa de un aristócrata venido a menos: una fachada bonita pero en el interior todo vacío porque se vendió todo.
El PLD gobernó a base de un endeudamiento salvaje por encima de las propias posibilidades del país y lo dejó en una situación, no de bancarrota, pero con unas obligaciones de pago que están retrasando las posibilidades que Abinader anunció que tenía el país cuando llegó al Palacio Presidencial en agosto de 2020.
«Es preciso señalar, para que el pueblo dominicano se entere, que la política de endeudamiento indiscriminado practicada por los gobiernos anteriores generó obligaciones de pago del capital en nuestra gestión por un monto de 4.767 millones de dólares. Y si a esto sumamos los intereses de dichos préstamos, el monto que nuestra administración ha tenido que pagar de deudas que no ha contratado, y en medio de la peor crisis que jamás hayamos vivido es de un total de 7.340 millones de dólares. Para que quede claro, cerca del 60% de la deuda que hemos tenido que contratar ha sido para honrar compromisos asumidos por otros gobiernos. El pasado que hoy nos pide explicaciones, son quienes tienen que darlas», afirmó Abinader dando un ejemplo de transparencia y, además, de reclamar la asunción de responsabilidades por parte de los culpables. Esa situación es insostenible y cualquier otro presidente la habría aprovechado para implementar políticas de recortes sociales que iban a afectar al Estado del Bienestar del pueblo.
Sin embargo, Abinader y su gobierno han decidido, con el mejor de los criterios que es su compromiso con el pueblo dominicano, sacar adelante las promesas realizadas en la campaña electoral. «La palabra que se le da al pueblo dominicano es sagrada. Y yo no voy a traicionarla nunca», afirmó Abinader.
En vez de aprovechar la situación dejada por los anteriores gobiernos para hacer una política egoísta y de golpes de efecto, el actual gobierno de República Dominicana ya tiene puestos en marcha todos, insisto, todos los proyectos y compromisos que asumió cuando Abinader accedió a la Presidencia.
Como dijo el propio presidente, todo el pueblo, sobre todo en una situación límite como es el de una pandemia, reclama que los cambios que ya están en marcha sean implementados de manera inmediata. Sin embargo, las reformas necesarias para hacer de República Dominicana una democracia real donde el Palacio Presidencial sea la casa donde el pueblo encuentra las respuestas reales a sus necesidades reales son de un calado tan impresionante que no se pueden poner en marcha a base de parches, de retoques o de anuncios populistas. Es el todo o la nada.
La República Dominicana que cogió Abinader era el paradigma de la corrupción sistémica que le costaba al Estado más de un 1,1% de su producto interior bruto. Esta cifra es una barbaridad y da una idea de la magnitud del problema.
Para poder luchar contra esa corrupción, Abinader ha iniciado una serie de reformas de gran calado como, por ejemplo, la reforma constitucional para que la Fiscalía, el Ministerio Público, tenga absoluta independencia. «La democracia, la lucha contra la corrupción y la separación de poderes, no pueden depender de la buena voluntad de un presidente», dijo Abinader que, con esta reforma, demostró al pueblo su determinación para que en República Dominicana no vuelva a haber espacio para la impunidad y la corrupción, rompiendo así con una historia política que nunca se inclinó hacia la justicia, sino que mantenía influencia del Poder Ejecutivo sobre el Ministerio Público.
En España se inició, tras la crisis económica global de 2008, un movimiento que reclamaba una «Segunda Transición». En República Dominicana, Luis Abinader tiene intención de producir una segunda restauración institucional y material, a través de una intensa agenda nacional de doce reformas que serían implementadas para modernizar a fondo el país.
Destacan la reforma de la transparencia y la institucionalidad, para fortalecer la independencia no solo del Ministerio Público, sino también de la Cámara de Cuentas. Asimismo, se trabaja en un proyecto de ley que modificará la Contraloría General de la República para hacerla más efectiva y eficiente porque, como bien afirmó Abinader, uno de los más importantes cambios implementados por su gestión para revertir la influencia sobre el Poder Judicial, fue el nombramiento de una Procuraduría General independiente. «El camino hacia un sistema de consecuencias ante el delito, igual para todos, es ya irreversible».
El cambio que prometió Abinader está en marcha. Ni siquiera la pandemia ha hecho que dé un paso atrás en su determinación. Lo que no se puede pretender es que, a través de campañas institucionalizadas desde los poderes ocultos que no quieren que el pueblo dominicano descubra que otra democracia y otra forma de gobernar es posible, cambios de tan profundo calado se implementen de la noche a la mañana. Eso sería imposible y, además, una irresponsabilidad supina si Abinader pensara acometer el cumplimiento de sus promesas de ese modo. El populismo es el camino fácil pero es el menos efectivo. El trabajo, el análisis y la perseverancia sin acogerse al fracaso de otros para justificar el suyo, son las herramientas clave para que el cambio sea efectivo.
¿A alguien se le ocurrió pedirle a Konrad Adenauer que Alemania volviera a lo que fue antes de la llegada de Hitler nada más acceder a la Cancillería? ¿A alguien se le ocurrió reclamarle a Adolfo Suárez que aplicara las reformas necesarias en menos de un año y medio después de la muerte de Franco? ¿A alguien se le ocurrió exigirle a Winston Churchill o a Clement Attlee que el Reino Unido funcionara igual que antes de la II Guerra Mundial? No, se les dio un tiempo para poder aplicar las reformas.
En República Dominicana Luis Abinader se ha encontrado con una situación no muy alejada de lo señalado anteriormente. En España se necesitaron casi 5 años para que la Transición del franquismo a la democracia fuera una realidad.
Las cuentas al actual gobierno de República Dominicana hay que pasárselas, cuanto menos, cuando quede un año para la finalización del mandato de Abinader y se empiecen a ver los efectos de sus reformas. Los tiempos son importantes y sólo los mediocres y los populistas son capaces de exigir lo que saben que no se puede exigir en el tiempo en que se exige.
Cuando el próximo mes de agosto Luis Abinader, desde el Palacio Presidencial, dé su discurso de mitad de mandato ya tendrá materia suficiente como para demostrar al pueblo dominicano que lo que dijo, que lo que prometió, se está cumpliendo porque el presidente Abinader no se sentó en su sillón a lamentarse de lo que el PLD le había dejado, sino que, como dijo Víctor Hugo «el futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad», y para Abinader es el espacio de la verdad, la ética y la lucha para que el pueblo dominicano no sea la víctima del populismo y la corrupción de los que ahora exigen lo que ellos mismos dejaron de hacer.