Como estaba previsto, Raúl Castro abandonó oficialmente la más alta autoridad del país caribeño -Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros- y dejó a su vicepresidente Miguel Díaz-Canel el camino despejado para su sucesión. Fue elegido, claro está, como nuevo presidente, toda vez que no había otros candidatos alternativos y nadie iba a contrariar en el interior del monolítico y todopoderoso Partido Comunista Cubano (PCC) las decisiones de un Castro. Por primera vez en los 59 años de revolución cubana un Castro no quedaba al frente del país, aunque son muchos los que sospechan que tras Díaz-Canel influirán mucho las opiniones, sugerencias y recomendaciones de Raúl, tal como ocurrió con él cuando Fidel Castro anunció su retirada. Díaz-Canel encarna la continuidad ideológica y política del modelo castrista.
En cualquier caso, sea cual sea la influencia que tenga a partir de ahora Raúl en el poder cubano, su salida de la primera escena política y mediática, sin estar expuesto a los flashes y a la presión de estar en la primera fila, es un hecho histórico en sí mismo. También lo es que el nuevo líder, Miguel Díaz-Canel, sea un político relativamente joven -60 años- y nacido ya durante la revolución cubana. Nunca ha conocido el capitalismo ni tuvo ningún contacto la Cuba precomunista, que se debatía entre la tiranía y la democracia pero que acabó presa de una revolución traicionada que degeneró en una dictadura.
El relevo es importante, obviamente, pero el contexto que enfrenta la isla es muy adverso, el futuro no se presenta nada fácil. Cuba se ha convertido en una economía en permanente recesión que no ha conseguido superar la desaparición de la Unión Soviética, en 1991, la crisis del bloque socialista y ahora la situación realmente desesperada por la que pasa la satrapía venezolana, su principal sustento en los últimos años a merced de los mas 100.000 barriles de petróleo diarios que Chávez y después Maduro prácticamente han regalado a los Castro durante años.
Además, con el precio del petróleo subiendo en los mercados internacionales no se augura nada bueno para la maltrecha economía de la isla, siempre con una acusada falta de divisas para importar productos básicos y combustible. Las instituciones financieras internacionales prevén para este año un crecimiento económico para Cuba del 1% y tan sólo se esperan algunas buenas noticias en el sector del turismo, que ya se acerca a los cinco millones de turistas, y en la exportación de tabacos y bebidas. El resto, por lo demás, sigue mostrando un curso más bien mediocre y el país sigue necesitado de productos y alimentos básicos para subsistir.
El problema radica en que los hermanos Castro nunca han querido efectuar reformas para enfrentar el caótico estado de un modelo económico absolutamente infuncional, nulo en lo productivo y carente de los estímulos necesarios para que lleguen las inversiones extranjeras y se genere el necesario emprendimiento por parte de los cubanos. Así las cosas, sin necesidad de ser un experto en el manejo económico, todo el mundo sabe que el camino más anhelado por la mayoría de los cubanos es largarse para siempre y no volver al paraíso socialista idealizado por los Castro.
En lo político, tampoco nada nuevo bajo el sol, más bien lo de siempre: las viejas consignas ya oxidadas de «¡Patria o muerte!» o «¡Hasta la victoria siempre!». Pero poco más que reseñar. El PCC se resiste a renunciar a su hegemonía política, el multipartidismo está absolutamente descartado, la prensa libre es inexistente y cualquier forma de disidencia es reprimida brutalmente y sin contemplaciones. El discurso oficial imperante es claramente contrario a cualquier forma de expresión crítica, plural y que cuestione alguno de los principios de la revolución. «Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada», ya había señalado hace años el mismo Fidel Castro para señalar los límites de la crítica ante los primeros conatos de disidencia interna en el barco revolucionario.
La ocasión perdida de los Castro en la época de Obama
Los dirigentes cubanos desaprovecharon el período Barack Obama en lo político y en lo económico para dar paso a algunas reformas políticas y económicas que pudieran paliar el descontento social por la situación económica y el anhelo de millones de cubanos por salir de la gran ergástula-prisión en la que se convirtió la isla de Cuba. Desaprovecharon que Obama abrió la mano, tendió puentes, visitó la isla, fomentó el diálogo y quería, por encima de todo, unas nuevas relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Aunque no pudo acabar con el bloqueo, que depende de su cancelación de una decisión legislativa -Obama estaba en minoría en las dos cámaras que componen el legislativo norteamericano-, el primer presidente norteamericano estaba dispuesto a ir hasta donde hubiera podido llegar por recomponer las relaciones entre los dos países. ¿Pero que fue lo que encontró Obama en la parte cubana? Nada, ni un gesto, ni siquiera una amnistía para los miles de presos políticos o una menor persecución de la disidencia política. Ni siquiera exigió unas elecciones libres, nada de eso, sino que el búnker cubano abriera un poco la mano, fuera más flexible y se mostrara en sus formas algo menos intolerante.
Ahora la situación es muy distinta. Y no cabe duda, visto el asunto en perspectiva, que los Castro perdieron ese gran momento histórico para haber abierto su país. En Estados Unidos ahora el inquilino de la Casa Blanca es Donald Trump y no van a haber más gestos ni señales de amistad, sino más bien lo contrario: el actual presidente norteamericano piensa endurecer sus relaciones con Cuba y suspender el acuerdo entre Obama y los Castro. Pese a todo, eso no cambia nada; Cuba no tenía ninguna intención de hacer reformas ni cambios políticos. Trump, en definitiva, tan sólo endurece una línea política que es la que sostienen los sectores más a la derecha del escenario político norteamericano que, paradójicamente, encontraron en los Castro a sus mejores aliados. Ya se sabe, los extremos siempre se tocan.
Luego, en lo que se refiere al contexto regional, también ha habido grandes cambios en estos últimos años, ya que el continente ha girado a la derecha y ya hay gobiernos de esta tendencia en Argentina, Brasil, Chile y Honduras, antaño aliados y amigos del eje auspiciado por Hugo Chávez y los Castro. Tampoco Colombia, Ecuador, Panamá y Perú se muestran por la labor de seguir con la política de paños calientes con respecto a Venezuela y Cuba, y apuestan ahora por una política de mayor dureza hacia estos regímenes autoritarios. Cuba está muy sola en la escena internacional.
El problema radica en que nadie se plantea un cambio en el interior del régimen y tampoco hay demasiadas esperanzas con respecto al nuevo presidente, toda vez que la sombra de Raúl Castro seguirá planeando sobre la vida política de la isla. Hace años que los cubanos abandonaron la idea de un cambio político en Cuba, o al menos una relativa apertura económica al estilo de la china o la vietnamita, sino que lo que domina la brújula política de La Habana es el continuismo, el dogmatismo ideológico, el partido único y las recetas fracasadas en lo económico del «socialismo» ahora llamado del siglo XXI. Por lo tanto, este adiós a Raúl Castro suena más bien a un hasta luego camarada, como en los tiempos de Fidel. Ni siquiera la brisa caribeña mueve las hojas de las palmeras que añoraba Celia Cruz.