Terrible lo que está sucediendo en Afganistán. Tanto para que sirva como mecanismo de evasión dentro de la política espectáculo. ¿Realmente alguien en España está más preocupado por lo que sucede en el oriente que por su propia situación en España? La mayoría en público dirán que aquello es terrible, que pobres mujeres, que si los talibanes son salvajes, que si no se puede dejar a aquella gente tirada, que si la geopolítica, que si las rutas del opio que controlan los muyahidines -¡Ah no! Esto no lo cuentan ni lo piensan. ¡Perdón!-, que si el mundo debería ser más humano y tal. Pero realmente, una vez vencida la hipocresía de lo público –que no es todo lo social-, lo que les pase a los afganos importa a la mayoría una higa.
Los medios de comunicación tienen una excusa perfecta para rellenar horas con algo muy visual –ya saben lo que decía el maestro italiano Giovanni Sartori sobre el homo videns u hombre visual-; con algo que remueve conciencias pero está lo suficientemente lejos como para ser preocupante en realidad. La mayoría de ustedes serían incapaces, y es comprensible, situar Afganistán en el mapa. Pensarán que es más allá, en tierra de moros. Pero desde los medios de comunicación les llaman la atención sobre los refugiados que llegarán en masa a Europa y a los que habrá que acoger con todo el amor fraternal que se pueda. Aquí muchas personas dirán que habría que fiscaliza quién llega y quién no porque no todos los afganos eran las bellas personas que venden desde los telediarios. También habrá personas que pidan a Arabia Saudí, Qatar y demás países islámicos que los acojan ellos pues culturalmente son similares. Es algo que nunca aparece en los gabinetes de expertos del buenismo europeo, pero no cabe adelantar acontecimientos y menos en tiempos donde todos tienen el corazón contento y afectuoso en solidaridad con los afganos.
Mientras visualizan en televisiones y aparatos digitales las imágenes del aeropuerto de Kabul; se entra en debates sobre la actuación que debería tener la “sociedad internacional”; se culpa a Moscú de haber dado su apoyo al gobierno talibán, pero se oculta que los primeros fueron los EEUU; mientras pasa todo esto a usted le están pegando un garrotazo de aúpa en la factura de la luz, le han vaciado un embalse y se está quedando sin atención primaria. Es lo que ocurre con la democracia de espectadores, donde la ciudadanía es transformada en mero visualizador de lo que acontece y le pasan de un tema a otro sin orden de prelación, embotándole la cabeza. Así se pasa de una alerta antifascista, a la paliza a un homosexual, el peligro que sufre España por los inmigrantes y lo guapo que sale Pedro Sánchez en no sé qué reunión. Numerosos impactos visuales e informativos para que el espectador se sienta integrado en el espectáculo pero no pueda ser parte del mismo. Sólo pueden ser parte activa los elegidos y elegidas a participar de la coalición dominante –entre otras cuestiones porque a los que son clase dominante no les interesa aparecer constantemente salvo si aparecen como héroes-.
A usted, sea sincero, lo que pase en Afganistán en términos geopolíticos le importa bien poco. Problema para Pakistán, Irán y algunas repúblicas ex-soviéticas en términos culturales, sociales y, a lo peor, bélicos. Sinceramente lo de acoger a refugiados, si miran el mapa, es bastante menos probable que lo que supone venderse a la población como fraternales gobiernos –buenismo internacional-. Tendrían que recorrer, y son muchos miles de kilómetros, Irán, Irak, Siria, Turquía, hasta llegar a las costas griegas o a Georgia y/o Azerbaiyán. Recorrer esa enorme cantidad de kilómetros cuando pueden irse asentando en todos los países islámicos que hay alrededor es una casi imposibilidad que ayuda a vender solidaridad y hacer ver que existen unos gobiernos majísimos. También sirve para que las cuatro o cinco personas que tienen controladas en los medios con conocimientos de relaciones internacionales tengan sus días de gloria y trinque. A usted le distraen del cabreo que tenía por todo lo que le afecta de forma directa: materialmente (los trabajos precarios son la norma y suben los precios de gasolina, gas, electricidad…), psíquicamente, socialmente (no le dejan entrar al fútbol) o familiarmente. Y le distraen porque le tienen como mero espectador del espectáculo.