Azuzado por los medios del establishment el odio entre los que se piensan diferentes, da igual que sean catalanes, valencianos, vascos, andaluces o extremeños, ahora nos quieren colar de rondón, con toda la parafernalia posible, el nacionalismo rancio, parafascista, tradicionalista y unitario de Ciudadanos. Un nacionalismo que ha sido en la historia de España el generador de las más incruentas batallas entre personas que comparten un mismo techo. Un nacionalismo que, se pensaba, había ido menguando con la caída del régimen dictatorial fascista y la entrada en la senda de lo constitucional. Pues no. Ahí sigue ese nacionalismo, tan malo, racista y peligroso como el que dice combatir. Y ese nacionalismo lo encabeza hoy Albert Rivera y su cuadrilla de camisas naranjas.
Además, ese nacionalismo antagonista encubre un peligro para el propio sistema político (el económico como en el fascismo sobrevive bien). Lo mismo que critica Rivera de los secesionistas defiende él. Una visión monocolor de España. Sólo ve españoles y españolas, negándoles con esa visión cualquier tipo de idiosincrasia o autodeterminación personal. Sí, porque la autodeterminación es personal (deberían leer a Kant), cada uno se piensa a sí mismo, lo cual no es reconocido por estos falsos liberales que luego quieren individualizarlo todo. Pero en su sentir nacionalista no aprecian ningún distingo propio. Todos españoles y españolas. Como mucho algún rasgo cultural. Pero en España sólo hay españoles y españolas pensadas como destino histórico, no político, ni cultural. Lo que nos une es estar entre las fronteras de un Estado llamado España, ni más, ni menos. Y a quien no le guste prisión. Y ese Estado se constituye, según su visión, mediante la monarquía, la tradición, el capitalismo y Europa como hecho supranacional. No hay ciudadanos, ni ciudadanas en esa visión porque son nacionalistas. Y sólo hay una forma de ser español, la suya. Todo el que piense distinto es el mal encarnado en distintas visiones.
Ponen en peligro el sistema al radicalizar los puntos de división, inexistentes hasta fechas recientes. En su visión parafascista no cabe el diálogo con el distinto, sea comunista, sea independentista, sólo sumisión. El nuevo (Primo de) Rivera que ha llegado al poder en España, y que gusta al establishment mucho, tiene el mismo mensaje que el antiguo. El problema en España son los nacionalismos periféricos (catalanes y vascos deben someterse al resto), la lucha de clases (que se ejemplifica en el odio al populismo, tipo Podemos, o comunismo, tipo IU) y los partidos políticos (el viejo bipartidismo). Si se analiza bien, sólo queda un partido válido y un sistema válido en todo su argumentario: Ciudadanos y el sistema de partido único disfrazado. El bipartidismo es malo, malísimo, y el populismo sólo puede traer desgracias, así que sólo se salvan ellos, el resto del sistema, se dice indirectamente, ya no sirve. Y esto supone, de seguir extendiéndose la estela como hacen la mayoría de medios de comunicación, la negación de la propia democracia y de la nación española constitucional. Porque la aplicación del artículo 155 más allá de las elecciones democráticas y la elección del nuevo gobierno, como quiere Rivera (y ahora se suma el incompetente de Pedro Sánchez), supone poner el sistema el “Estado de excepción”. Y al estar en Estado de excepción la ley que prevalece es la de quien ostenta realmente el poder. El establishment y su criatura Ciudadanos.
Mientras nos tienen a los españoles de bien enredados en pleitos con los catalanes, o desviando la atención con casas y cosos, siguen los desahucios, los salarios viles y de explotación, la negación de fondos para lo público, la rebaja de impuestos a los ricos y el aumento a los pobres, la mercantilización de la vida, la persecución de los que protestan, etcétera. Todo lo que huela a ciudadanía, a nación ciudadana en España, está siendo sofocado utilizando todos los resquicios de la Ley y con el apoyo de, paradójicamente, quienes se llaman Ciudadanos. La ciudadanía española como elemento constitutivo de la nación española se está negando por parte de los chicos y chicas del establishment. Y se permiten el lujo de decirle a Rajoy o Sánchez que no son españoles, que para serlo deben hacer lo que ellos piden… y los otros dos tragan.
Y no. No hay que permitir que Albert Rivera nos robe España. Porque enredado en lo chusco y lo tópico de la españolidad, perdemos nuestra distinción como ciudadanas y ciudadanos españoles. Porque somos españoles cuando protestamos. Cuando reímos. Cuando decimos que España es plural y diversa y nos gusta. Cuando preferimos dialogar con el que no estamos de acuerdo antes que pisarle y humillarle. Cuando creemos que la Constitución se ha quedado vieja y necesita una renovación para que haya una nación española inclusiva y no exclusiva. Cuando la bandera de Euskadi es tan legítima como la de la monarquía borbónica. Cuando donamos órganos por encima de la media mundial (los donamos Sr. Rivera, no los vendemos). Cuando recibimos con cariño al que viene de fuera. Cuando preferíamos ver ganar a nuestros equipos de fútbol locales antes que la selección española, y ahora nos emocionamos igual con “la Roja” (que ahora parece que al Sr. Rivera también le molesta que se la catalogue así). Cuando estamos hasta los mismísimos de ver cómo Europa nos aprieta y pasa de nuestras demandas para poder exportar más porque perjudica a países poderosos. Cuando nuestra visión del mundo es cosmopolita, siguiendo la vía de la realidad que ha visto nacer a los distintos pueblos de Hispania.
Esta España ciudadana, llena de personas que pueden ser lo que quieran, y pueden pensarse como quieran, no nos la van a robar. La España monocolor y fascistoide de Ciudadanos es la gran mentira. La “verdadera” España, la “verdadera” nación española es la que construimos día a día los españoles y españolas. Y en muchas ocasiones luchando contra los poderosos de dentro y de fuera. Basta de vender motos trucadas, de querer inocularnos una España que sólo es de parte, no de todos y todas. Frente a la España naranja, la España de la ciudadanía española, que es mucho más abierta y democrática que la del señor Rivera. Una España que se construyó con diálogo y cesiones, sin duda, pero una nación española que han ido construyendo asturianos, aragoneses, gallegos, castellanos, leoneses, manchegos, andaluces, vascos, navarros, murcianos, valencianos, baleares, canarios, cántabros, catalanes, riojanos, ceutíes, melillenses, gays, lesbianas, mujeres, hombres, trans, altos, bajos, feos, guapos, de izquierdas, de derechas, marxistas, liberales, populistas, socialdemócratas, conservadores, agricultores, autónomos, trabajadores y todas esas identidades que son parte de la nación española. Porque España es todo, y no lo que dice Rivera que, como decimos, cada vez se parece peligrosamente más al antiguo.