Hacer de la política un acto constante de linchamiento ético puede provocar que se vuelva contra uno mismo. Decía Immanuel Kant, en su imperativo categórico, que se debe actuar como “si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza”. Así ha estado comportándose Albert Rivera. Haciendo de la ética, a veces de forma chulesca, una vía de estricto cumplimiento para con los demás partidos políticos. Unos por ser del bipartidismo y otros por populistas tenían que ajustarse a sus posturas éticas, las cuales se presentaban (presentan) como las únicas válidas, como máximas universales. Algo que se sabe no es, en sí, cierto.
El recordado profesor Rafael del Águila, hablando de la razón de Estado y de la ética inherente a la política, estableció la diferenciación entre el ciudadano impecable y el ciudadano implacable. El ciudadano impecable es aquel que cree completamente en los valores, en la ética y en la solución del conflicto social/político. Bajo esos valores éticos, en nuestro caso, la sociedad o el sistema político encauzan las discusiones, pero siempre y cuando se respeten esos posicionamientos éticos. El ciudadano implacable sería aquel que cree “que es posible definir objetivamente el bien y lo justo, y que las transgresiones morales se justifican por su contribución al establecimiento o el mantenimiento del orden perfecto”, como nos recuerda Elena García Guitián.
El problema para Rivera, al que no le ha importado alentar el discurso del odio al otro por no estar de acuerdo con su posicionamiento moral, ni le ha importado mentir cuantas veces han hecho falta, es que su ética desaparece en el mismo momento en que no cumple con el imperativo categórico marcado y pasa de ser un ciudadano impecable a uno implacable. O peor aún, un ciudadano impecablemente implacable, un Torquemada de la política, pero que se cree a salvo de la propia aplicación de sus registros morales para con los demás. Y no. Por mucho que él quiera, incluso él está bajo el filtro ético. Y por ello es comprensible que el mañana a más tardar presentase su renuncia a la presidencia de Ciudadanos y abandonase su escaño en el Congreso de los diputados y diputadas. No le salva ni que Ciudadanos sea una secta que se cree libre de cualquier perjuicio porque el establishment la protege.
Dimisión porque Albert Rivera ha mentido en su Curriculum. No es que haya menguado, sino que ha mentido hasta ayer mismo (ver imagen del artículo). Como ofrecimos en exclusiva hace dos días (antes que otros medios), Rivera no es doctorando en la Universidad Autónoma de Barcelona (ni en la Universidad de Barcelona como decía en otro CV). Ni se encuentra el famoso curso de Political Marketing de la Universidad George Washington. Ambas mentiras contravienen las normas de Ciudadanos y por tanto, haciendo compromiso de hacer lo que pide a los demás, debería abandonar su despacho de la calle Alcalá. Como debería haber hecho hace mucho tiempo César Zafra que también mintió.
Esa titulitis que releva un sentimiento de inferioridad no es óbice para subvertir sus propias reglas. Es tan digno tener un título como no tenerlo para ejercer la política. Porque esta última no es un reducto de expertos, de técnicos, de listillos (que se ve que mienten más que hablan), de élites, sino de ciudadanos y ciudadanas de distinta condición preocupados por el bien común. Al menos esa debería ser la máxima y no ese fetichismo por el título sin más. Sorprende que personas como Marcelino Camacho o Nicolás Redondo, sin tanto título, tuviesen más capacidad política y social que estos “titulados” que no han trabajado en su vida más que en lo político o en la empresa de papá.
Está tardando en irse Rivera por mentiroso, por engañar, por no tener coherencia ética… El que vino a regenerar la política es al que habría que regenerar o, mejor dicho, generar ya que vino así de fábrica. Como buen estudiante de Universidad católica, debería hacer una introspección y fustigarse o pedir una penitencia. Las españolas y los españoles seguro que le la pondrían en las elecciones, pero sería mejor no poner en tal tesitura a la ciudadanía y si le queda algo de dignidad (se duda) irse cuanto antes.