La conciencia de cada persona funciona bajo parámetros condicionados por el entorno en el que vive y por las pesadillas y/o realizaciones personales de cada individuo a lo largo de su vida. Ahora debe ser que Amancio Ortega quiere tener su conciencia tranquila y se dedica a la beneficencia por cuitas pasadas y/o presentes. Él sabe, es consciente de lo que ha hecho a lo largo de su vida, que no sólo ha sido lanzar Zara y hacerse multimillonario, y sabrá lo que hace actualmente en países como Brasil o la India, además de la elusión de impuestos en su país de origen. Si así cree que su conciencia dormirá tranquila en el más allá perfecto, pero no se puede olvidar que sus pecados, tanto los de ayer como los de hoy, no sólo le han afectado a su ser, sino a muchos seres humanos a lo largo y ancho del orbe.
Desde que se conocieron los primeros casos de trabajo esclavo en fábricas de Inditex la Fundación Amancio Ortega se ha lanzado a una desaforada campaña de donaciones de máquinas de radioterapia menos invasivas para tratar algunos cánceres. Los biempensantes del establishment han salido en tromba a alabar al virtuoso empresario, no porque les parezca bien en sí a la donación, sino porque es una forma más de inducir en las mentes de las personas que conforman la sociedad ese pensamiento empresarial que se quiere para que se pase de la explotación exterior a la autoexplotación. Se alaba la filantropía de un emprendedor para que las personas le tomen como modelo de vida. Nada como ser millonario y donar parte de ese dinero, una especie de retorno benéfico hacia la sociedad. Ya lo hicieron en su momento Rockefeller o Carnegie, después de asesinar a los trabajadores que hacían huelgas o pedían mejores condiciones salariales eso sí. Lo mismo ocurre con Ortega.
En 2015 un estudio del Center for Research on Multinational Corporations, Flawed fabrics (Telas defectuosas) señaló que Inditex era una de esas grandes corporaciones globales que practicaban el trabajo esclavo. Niñas menores de edad (sobre los 15 años) cosiendo y cosiendo en jornadas semanales de 68 horas a 1,38 euros al día de jornal. Con el añadido de que no se para de trabajar ninguno de los 365 días del año. Imaginen la cantidad de vestidos que se pueden fabricar en esas condiciones y el coste real del producto que ustedes acaban comprando por unas decenas o centenas de euros en las tiendas del señor Ortega. Niñas indias en régimen de semiesclavitud cosiendo para que en occidente los consumidores, presos de la fiebre pequeño burguesa del consumismo, devoren los vestidos. Salarios de apenas 40 euros al mes que luego los neoliberales te cuentan que es parte de la ley de oferta y demanda. Claro de oferta y demanda de un producto que es el trabajo de las personas que carecen de libertad para optar por otra situación.
No sólo en la India ha esclavizado Ortega, en Brasil también ha tenido sus cuitas, tantas como para tener que abonar una multa de 1,36 millones de euros por el trabajo en condiciones de esclavitud que se estaba produciendo en sus fábricas en aquel país. O lo que ocurre en Marruecos donde se trabajan 68 horas semanales (parece que es una norma esa cantidad de horas), aunque en esta ocasión la “esclavitud es menor” pues se abonan 178 euros al mes de salario. Así hace mantiene el imperio de la moda el señor Ortega en cualquier lugar del mundo donde tiene una fábrica. Deslocalización para abaratar siempre el mismo coste, el del trabajador, y que le permite seguir amasando una enorme fortuna. De ahí que igual su conciencia le pida donar equipos médicos al sistema de salud español. Una forma como otra de tener su conciencia tranquila, aunque igual si escuchase los miles de lamentos y gritos de esas esclavas y explotadas (son en su mayoría mujeres) por el mundo no dormiría por las noches.
A esto hay que añadir dos trampas sobre la donación. Por un lado, Ortega sólo abona la cantidad del equipo contra factura, esto es, la institución que ha decidido aceptar el donativo tiene que comprar primero el equipo y abonarlo para a posteriori pasar la factura a la fundación que paga el coste. No es que un servicio de salud le diga que quiere tal o cual equipo y la fundación lo compre y asuma el gasto, sino que deja todo el trabajo a ese servicio de salud, incluso conseguir esa cantidad de dinero detrayéndola momentáneamente de otros recursos, para luego aparecer con el cheque. El cual, además, le beneficia en materia de impuestos y gastos.
Por otro lado, no hay que olvidar que Inditex es muy dada a la elusión fiscal, bien vía Holanda, bien vía irlandesa, y abona 600 millones de euros menos de los que debería en condiciones óptimas hacendísticas. Y aquí es donde está el dilema moral que ha denunciado, con toda razón, Pablo Iglesias y le reprochan quienes quieren convertir a cada persona en un empresario, como si eso fuese la única forma de salvación y libertad para la persona (un romanticismo luterano y calvinista del que ya hablaremos en otro momento). ¿Es ético eludir el pago de impuesto e intentar compensar con menos cantidad de la eludida a la sociedad? No es un comportamiento que pueda ser convertido como imperativo categórico de cumplimiento universal. No hay moral cuando se sabe que ese dinero es menor al detraído a la propia sociedad.
Es conocido que la clase dominante tiene una doble moral, la del común de los mortales dominados y la suya propia. De ahí que Ortega haga suya la fórmula de no tener ética alguna al explotar niñas en la India, Marruecos o Brasil y luego darse golpes en el pecho como buen ciudadano en España haciendo donaciones con una enfermedad como el cáncer. Ocultar la esclavitud con aflicción generosa. Una doble moral que, no podía faltar, Isabel Díaz Ayuso intenta vendernos, olvidando que los 4 millones de los equipos estarían disponibles si su partido, el PP, no hubiese esquilmado las arcas públicas madrileñas con la Gürtel, la Púnica o Lezo. No hacen falta donaciones si los impuestos son pagados y si el PP no roba el dinero de la caja pública. Una vez no ocurra eso, si quiere donar que done lo que quiera libremente y se lo agradecerán, pero hasta ese momento a pasar por caja y pagar a los trabajadores de forma digna en condiciones humanas de trabajo.