Ya hemos repetidos en multitud de ocasiones que en las diferentes vías de contacto que Diario16 pone a disposición de lectores llegan a diario cartas y correos electrónicos en los que los afectados del Banco Popular nos cuentan su experiencia y cómo están viviendo la situación en que les dejó la operación de rescate del Banco de Santander, un rescate que se hizo a costa de los ahorros de trabajadores y de pensionistas. ¿Qué nos mueve a publicar estas comunicaciones? Algo que es primordial, sobre todo para los lectores que no han sido afectados por esta «presunta» estafa: visibilizar el sufrimiento de los afectados a través de su testimonio.
Es tanto el dolor que el Santander está generando que, en muchos casos, se está llegando a situaciones en las que la vida de las personas está en peligro. Uno de los afectados, en una de esas cartas, nos comentó que sólo tenía «ganas de vivir por ver un nuevo documento que Diario16 publique y que demuestre el robo a mano armada del que hemos sido víctimas».
En la carta que publicamos detectamos sentimientos como la incredulidad, el abatimiento, la duda, la culpa, pero, sobre todo, la confianza que este ser humano tenía en las instituciones del país, unas instituciones que, como a las más de 305.000 familias arruinadas, le fallaron. Es resaltable, en primer lugar, la culpa. En muchas tragedias o lacras que tiene esta sociedad nos encontramos siempre con un papel de culpabilidad en la víctima. En el caso de los afectados del Popular también se da esa autoinculpación, sobre todo pensando en por qué no vendieron sus acciones o por qué invirtieron en un momento determinado de la operación bajista. En segundo lugar, este afectado afirmó que confió en las instituciones, en el Gobierno y que no vendió sus acciones porque el Ejecutivo, principalmente el señor Luis de Guindos, lanzaba mensajes de tranquilidad.
«Una sensación difícilmente descriptible, entre impotencia y vergüenza, es lo que, a día de hoy y más de medio año después de la resolución del Banco Popular, siento cada vez que invade mi mente lo que sucedió en la madrugada del 6 al 7 de junio de 2017. Por desgracia, no fue una pesadilla, tal como quise creer cuando desperté y supe que había perdido casi la totalidad de los ahorros que durante tantos años había estado juntando. Esos ahorros que partieron de la paga semanal de 100 pesetas que me daban mis padres por portarme bien, del regalo que mi último abuelo, ya fallecido hace mucho, me hizo al poco tiempo de superar un trasplante de hígado que me hicieron con apenas 14 años. Esos ahorros que reuní durante años de esfuerzo, de trabajo y de sacrificio, privándome de muchas cosas.
» Pues bien, hace un tiempo, ante la realidad de que los bancos no ofreciesen ningún producto de ahorro con un interés satisfactorio y viendo las elevadas comisiones por gestionar unos fondos de inversión sin garantías de beneficio decidí hacer caso al consejo de un amigo e invertir por mi cuenta. Llevaba tiempo leyendo noticias y fijándome en los rangos en los que se movían las acciones del Banco Popular pese a su tendencia bajista. El día 1 de junio las acciones caían cerca de un 20%. Un día después se producía otra caída similar. Recuerdo que empecé a leer noticias que se hacían eco de un quizás excesivo castigo a la cotización cuando de pronto ese mismo día 2 de junio vi en los medios de comunicación que el Gobierno lanzaba un mensaje de “TRANQUILIDAD ABSOLUTA” sobre la situación del Banco Popular y recordaba que era una entidad en proceso abierto de venta o ampliación de capital. Entonces decidí que era el momento de invertir una pequeña parte de mis ahorros en comprar acciones del banco. La cotización siguió cayendo y cometí uno de los grandes errores que cometen las personas inexpertas como yo: promedié, porque me creía las palabras del gobierno. Y en mi nerviosismo, mientras seguía viendo caer la cotización, promedié otra vez, y otra, y otra. Porque… ¿quién si no el gobierno podría controlar y sostener una situación como aquella con el fin de evitar un contagio al resto de la banca y de la economía? Confiaba plenamente en que no permitirían la caída de uno de los grandes bancos españoles y en que la cotización se iba a recuperar tarde o temprano.
» Ciertamente aquello se me fue de las manos, había invertido más de 20.000 euros en acciones y la angustia fue a más viendo como mi dinero se iba reduciendo, hasta que el día 6 a última hora de la tarde respiré aliviado. Los medios de comunicación publicaban que el Banco Santander estaba preparando una ampliación de capital de 5000 millones para comprar Banco Popular. En ese momento cambié mi angustia por euforia. Recuerdo un comentario en un foro que decía: “Enhorabuena señores, me alegro por todos los que hemos compartido tantísimo sufrimiento, porque lo que sucederá mañana será un hecho sin precedentes que aparecerá en todos los libros de historia económica de nuestro país”. Y… ¡cuánta razón tenía!
» Aquel día 7 de junio de 2017 quedará siempre marcado como uno de los días negros de mi vida, porque no sólo me quitaron mi dinero, sino que pasaron por encima de mi dignidad y la de más de 300.000 familias celebrando que no se había gastado ni un solo euro de dinero público, ignorando que “público” también somos nosotros, y nuestros padres e hijos, y nuestros amigos y seres queridos que aún hoy siguen viéndonos grises y compungidos por algo que no fue “del todo” culpa nuestra».
El Santander puede estar satisfecho porque ha arreglado sus cuentas, conseguirá al año que viene mantenerse como banco sistémico y no tendrá que presentar ante la CNMV unos resultados llenos de números rojos. Sin embargo, la entidad presidida por Ana Patricia Botín debería pensar en los muertos que ha dejado en el camino para que eso ocurra y en que no hacía, ni hace, falta generar tanto dolor como el que está infligiendo a las más de 305.000 familias arruinadas. Señora Botín, sea coherente con sus profundos valores y haga caso al Defensor del Pueblo. Su banco se beneficiará del Popular pero sin provocar lágrimas.