Según cuentan los medios de comunicación de Estados Unidos, que con salvedades tienen la misma fiabilidad que los españoles, que el presidente del imperio está muy malo de salud a causa del coronavirus. Un estado, explican, de máxima gravedad que podría ir a peor (muerte) o a mejor (no muerte) en las próximas cuarentaiocho horas. Siendo quien es el personaje infectado, sabiendo que vive para y por la política espectáculo ¿hay que creer estos datos “alarmantes”? No sería la primera vez que se llevan por delante a un presidente de la república, ni sería tampoco la primera vez que lo que no mata engorda. El bicho malo nunca muere y puede ganar elecciones. Por tanto ¿estamos ante una nueva ficción en la carrera televisiva de Donald Trump o realmente está al borde de la muerte?
Realmente, ante la grave situación que existe en España debería dar un poco igual que se muera o no ese señor. Como, además, tiene puestos aranceles a los productos agrícolas españoles –por ser de mejor calidad y más baratos que los propios- también pueden pensar “¡Que se joda!”. Lo malo es que al ser la cabeza visible del imperio comercial y militar del occidente –del mundo ya no se puede decir eso con tanta alegría-, nos van a vender la telenovela de sus obras y milagros como si importase a las españolas y españoles. El entreguismo al imperio es enorme entre la intelectualidad española y los medios de comunicación, incluyendo algunos a los que les gusta situarse como progres. Alabarán al presidente del imperio si sobrevive, incluyendo capacidades divinas para la supervivencia, y si fallece mostrarán su pesar y algunos hasta pondrán crespones negros. En todo esto la clase política será más lambiscona que nunca.
Puede que esté enfermo y puede que sea un elemento de manipulación para vencer en las próximas elecciones presidenciales. “El hombre que acabó con el virus” y estupideces por el estilo, tan propias de la vida espectáculo estadounidense, coparán las revistas, periódicos, radios y televisiones aupándole a su segundo mandato al frente del imperio occidental. Si fallece, o le fallecen –nunca hay que descartar una buena conspiración-, su vicepresidente del ticket electoral, Mike Pence, tendrá el recorrido hecho. Con llorar a moco tendido durante los debates –si es que se acaban celebrando después del fallecimiento-, con montar el show Trump, ante unos electores cándidos, tendrá la victoria asegurada. Joe Biden, que tampoco es que sea un santo, debería inventarse alguna enfermedad o ataque terrorista ante lo que se le viene encima.
La duda es más que razonable tratándose de un populista y showman como Trump. De todas formas esto, según la mentalidad estadounidense actual, le ayudará pase lo que pase. Curioso es ver cómo las cosas han cambiado en apenas unos años. Cuando Franklin Delano Roosevelt se encontraba ya postrado en su silla de ruedas –en la conferencia de Yalta se le ve sentado junto a Churchill y Stalin para despistar-, se intentaba ocultar la enfermedad de la polio para que su imagen no se viese dañada, más cuando se presentó y ganó por cuarta vez las elecciones en 1944 (en plena II Guerra Mundial). Ahora, bien al contrario, sufrir algún tipo de enfermedad –los atentados siempre han sumado por esa aureola de inmortalidad- o de padecimiento suma más. Ahora se quieren dirigentes que lloren, que enfermen, que sean más humanos que los humanos, que sean estúpidos incluso, siempre y cuando puedan venderse en la política espectáculo. Algo así huele que están haciendo con Trump. Otrora tendría las elecciones perdidas –más si tomase lejía como recomendaba-, hoy en día puede ser su pasaporte a la reelección. Malo para Europa y para España.