Habrá que convenir, sin demasiado debate, que quien hoy ocupa la Moncloa como presidente del Gobierno ha perdido todo contacto con la realidad. A su alrededor todo, dice él, es pestilencia, está rodeado y siente un enorme vacío que solo la muerte (política), ese gusto que le llena el paladar, de sus enemigos puede llegar a calmar su propia alma. Al final ha llegado a la misma conclusión que el Calígula de Albert Camus: «He comprendido que la única manera de igualarse a los dioses es ser tan cruel como ellos». Y a esa crueldad está dedicando todo su empeño.

Una crueldad con el otro que no es un amor frustrado; no es un profundo análisis teórico que le lleva a un tipo de acción concreta en virtud de un bien común compartido; es meramente una polarización y una deshumanización de la alteridad para completar las fallas del propio ego, tal y como le sucedía al Calígula camusiano. Al convertir al otro en un ser inanimado, en algo despreciable, en mera ultraderecha, le está negando no solo sus derechos sino la propia capacidad de ser y actuar. Frente al no-ser todo está permitido, como bien nos recuerda Auschwitz. Y lo hace por el camino de la supuesta rebelión contra la máquina de fango (inventada) y las maniobras deslegitimadoras de toda esa ultraderecha que es, en sí, un conglomerado de todas las personas que no le hacen de sirviente, que no se postran ante él. El problema es que ni ha leído Calígula, ni El hombre rebelde por lo que la proyección de su persona es un absurdo completo.

Pedro Sánchez es la negación completa de la ética, es la estulticia hecha cargo público (con la de pelea que hay por ese puesto), es la confrontación al nivel primario del ser para ocultar sus carencias y acciones carentes de un mínimo de consideración con aquellos a los que representa. Al igual que hizo nada más llegar a la cúpula del PSOE —sus cadáveres hablan por él como le hablaban al artefacto teatral camusiano— en el gobierno estatal ha decidido que su persona es intocable y que para ser un dios no le queda otra que la crueldad. No ha nombrado a ningún caballo senador, pero tiene a un ministro de Fomento cercano a la animalidad total. Como se dijo no hace tanto, el el paradigma del ser amoral.

El recurso, en vista que sus huestes son incapaces y sus amanuenses parece que también, al género epistolar no es más que otra prueba más de carácter autoritario. No se comunica con alguien en concreto sino con toda la ciudadanía. Cabe preguntarse ¿cuál es esa ciudadanía? Porque es obvio que hay parte de la población española a la que no considera ciudadanía. El ser divino político se comunica directamente, sin intermediarios —porque los dioses llevan utilizándolos toda la vida, al menos son así de precavidos—, con esa masa que le debe creer a él, no lo que digan esos seres inhumanos. El problema es que, en España, el divino de la Moncloa no sabe escribir —lo que redunda en dudar de su autoría de una tesis doctoral, pues escribir con cierto sentido es casi lo único que se aprende— y claro todo son contradicciones.

Acusa al PP de querer hacer una moción de censura “contranatura”. Si todos los que están a su derecha son ultraderecha (y a su derecha en realidad caben pocos) en realidad la moción es completamente natural. Si lo dice por Junts la realidad es que, salvo en su imaginación, no es nada progresista, de hecho deja a Vox como un partido moderado en numerosas cuestiones sociales. ¿Podría ser que contranatura significase que le sitúan a él fuera del chollo monclovita? Cosas de la máquina de fango. Una máquina que es muy sencilla de parar, si todo es mentira y bulos no hay más que acudir al juzgado, aunque sea a diario, a interponer las denuncias correspondientes. ¿Han acudido? No.

No es lo peor lo anterior, llega al absurdo en el final de la misiva. Afirma: «Begoña y yo sabemos perfectamente por qué la atacan. Ninguno de los dos somos ingenuos. Lo hacen porque es mi pareja». Si no fuese su pareja no habría tenido acceso a una cátedra inventada para una persona sin titulación universitaria; no habría podido firmar cartas de recomendación; no habría obtenido un cargo directivo en una de las mejores escuelas de negocios del mundo, de la cual ha salido por la puerta de atrás pues parece que se movía más en su favor que en el del pagador; no habría tenido acceso a ministros y demás cargos públicos; en resumen, no habría podido ser acusada de las acciones cometidas.

Por mucho que reivindique el derecho de su esposa a trabajar, el cual está constitucionalmente recogido, la realidad es que ha pasado de explotar a chavales para recaudar fondos para ONGs a moverse en el mundo empresarial cercano a la actividad del presidente del Gobierno. O lo que es lo mismo, ha pasado de un trabajo “normal” a estar dentro de las incompatibilidades, cuando menos éticas, por el trabajo de su pareja, lo público. ¿Creen que Indra le hubiese cedido un programa de forma gratuita si ella fuese Begoña la de las ONGs? ¿Creen que la Universidad Complutense no habría estado in vigilando para que ese programa no fuese utilizado para fines privados si ella fuese una currita de empresa? ¿Creen que sus cartas de recomendación valdrían de algo si estuviese impartiendo cursos del SEPE (para los cuales no tiene capacitación, por cierto)? Señor presidente es precisamente porque es su esposa y se ha aprovechado de ello, desde que usted se hizo con la secretaria general del PSOE, por lo que pasa lo que pasa.

Lo primero que ha de tener en cuenta al escribir una carta abierta, cualquier persona pero si es presidente más, es que al otro lado no hay un ser estúpido, ni un indigente mental (por mucho que esté habituado a tratar con ellos), sino personas a las que no se puede engañar todo el tiempo. Este victimismo podía servir una primera vez, la segunda, sin tomar acción alguna, ya no parece lo mismo sino utilización de la emotividad para ocultar o bien un caso con carencias éticas y ya se verá si judiciales, o bien para intentar ganar unas elecciones europeas que, salvo a ustedes los liendres políticos, no interesan a casi nadie. Dicho en corto, no engaña a nadie ya. Salvo a los que quieren dejarse engañar porque ya son incapaces de pensar por sí mismos pues les han inoculado el veneno de la polarización. La mayoría de la población no carece de inteligencia suficiente para que usted, o el otro de las gafas, les engañe más. Camus está perfectamente representado en él, con Calígula o con Sísifo. Jamás con el hombre rebelde.

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