En las últimas semanas se ha sabido que Manuela Carmena ha dejado tirado a Íñigo Errejón y el proyecto común que montaron destruyendo la posibilidad de que las izquierdas gobernasen en la Comunidad de Madrid después de casi tres décadas. La ex-alcaldesa afirma en estos momentos que no se habla con el “niño de las magdalenas” y que ella, por supuesto, jamás ha pertenecido a ese partido o movimiento o agrupamiento de voluntades que se conoce como Más País. Urano devoró a sus hijos e hijas por miedo al augurio de que le acabarían quitando de en medio, Carmena los ignora como millonaria cabreada de película de sobremesa pero ¿es todo un cabreo político o hay algo más?
Este apartarse del errejonismo, que es como apartarse de la nada en realidad, tiene una motivación personal con sillón institucional al fondo. Se viene comentando en los mentideros madrileños que Pedro Sánchez habría ofrecido ocupar algún puesto de relumbrón, que no de gestión directa en el Gobierno, a la septuagenaria. Un cargo que no sería el de Defensor del Pueblo, el cual parece reservado a Ángel Gabilondo, pero sí alguno de ese cariz. Y claro, la ínclita Carmena ha decidido que cuantos menos lazos de unión con el proyecto fracasado del populismo españolista mejor. Manos limpias y corazón abierto a nuevos amores políticos que reporten publicidad y, por qué no decirlo, un estipendio jugoso a sus ya llenas arcas. Realmente no se entiende que Sánchez persista en la idea de nombrar cualquier cosa a Carmena. Ni tiene necesidad, ni tiene carencias en su propio partido, ni esta incorporación le va a reportar algo simbólico o político. De hecho, vista su vida política, dejando de lado sus tiempos de sindicalista obrera (demasiado lejanos tanto en el recuerdo común como en su propia visión del mundo), lo que ha dejado es un rastro de muertes políticas y putrefacción de la izquierda que al secretario general del PSOE no convienen.
Cabe recordar que entró en la carrera judicial y se dedicó a la defensa de los derechos humanos de los detenidos (aunque dejó libre en el caso Tabacalera a César Alierta, por entonces ya todopoderoso, por prescripción del delito) y a revolotear por toda la izquierda en busca de cariño y carguito. Tras abandonar en 1981 el PCE volvió a los orígenes e Izquierda Unida la propuso como componente del Consejo General del Poder Judicial. También estuvo vinculada a la Fundación Alternativas del PSOE, siendo asesora del ex-lehendakari Patxi López, para volver a posturas menos social-liberales y postularse para la alcaldía madrileña en el momento más álgido de Podemos, a quienes traicionó a puertas de las elecciones para fundar Más Madrid junto al errejonismo. Ahora que perdió la alcaldía y el proyecto de Más País ha quedado en un mero bluf vuelve a acercarse a los caminos del PSOE para ver si rasca algo. Esta carrera muestra que lo de izquierdas en Carmena es más estético que ideológico. Algunos dirán que hay cuestiones éticas en su actuar y no es menos cierto que toda estética tiene algún tipo de ética detrás. No hay nada detrás de Carmena salvo un posicionamiento estético que le permite brujulear por la izquierda en busca de seguir en el momio de lo simbólico-teatral.
Lo estético como recambio de lo ideológico.
En Carmena acaban condensándose todos los males de la izquierda postmoderna, esos mismos que llevan a autoubicarse en la izquierda del espectro político (eso que llaman progresismo) por una posición estética. La bohemia burguesa no quiere perder sus privilegios de clase pero sí que gusta de posicionarse en el lado zurdo porque “vende” más o les confiere un aura de compromiso social que luego no se consolida en políticas materialistas. Todo en Carmena, como en el resto de la bohemia burguesa, es post-lo-que-sea. Postfeminismo, postdeconstruccionista, postmarxista, postmoderno… pero siempre con un toque kitsch suficiente para engatusar y dejarse engatusar. Mucha camiseta del Che, mucha recomendación de ciertas músicas, mucha estética literaria (todo ello independientemente de la calidad de cada propuesta) pero al final del camino tratan a los pobres y a la clase trabajadora como lo haría un neoliberal católico. Piensan en las clases subalternas como personas que no han tenido la capacidad, ni las ganas de ser otra cosa… como ellas y ellos. El análisis de clase lo detestan porque les señala a todos estos estetas por ello prefieren lo ético-estético que es mucho más acorde con lo espectacular de los tiempos actuales. Son más de aparición fugaz en manifestaciones, con sus correspondientes mil tuits que dejen claro el compromiso, que de defensa en las instituciones de esas causas por las que muestran preocupación. Si mañana se ha olvidado el conflicto del taxi, por ejemplo, ya ni recuerdan los problemas del colectivo.
No se encuentra ideología, en el sentido fuerte del término, sino poses estéticas que recubren con una ética moldeable, voluble y con claras raíces liberales y/o cristianas. Eso le lleva a Carmena y el resto de la izquierda caviar a practicar el más elemental individualismo metodológico donde se piensa que la persona en sí, el sujeto fundamental de los bohemios burgueses, tiene más importancia que el colectivo. De ahí que idolatren a Greta Thunberg (pese a que sus posiciones son casi reaccionarias), que lo hagan con cualquiera que tenga un poco de publicidad y lo acaben confiando todo al dirigente máximo de sus movimientos políticos (da igual el carmenismo, el errejonismo…). Piensan que la persona, sin necesidad de mayor colaboración o unión con semejantes, es más capaz de transformar la realidad que un grupo de trabajadores y trabajadoras. Ese subjetivismo, plenamente incardinado en su conciencia estética, se asimila a la clásica teoría de las élites de los antiguos Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca o Robert Michels, pensadores que dejaron su poso en el mayor esteta de la izquierda intelectual Antonio Gramsci. Malinterpretándole, porque así lo hacen, se quedan en lo superestructural-hegemónico y dejan de mirar a la base del sistema. Entre otras cosas porque esa materialidad del sistema les ha permitido estar en las posiciones en las que están. Esto sí es un cierre social y no lo que piensa Alberto Garzón.
Tras debatirlo todo, tras la impugnación continuada, tras la transversalidad, la diversidad, lo postmoderno y demás cuestiones que conforman la estética de estas personas se esconde, al fin y al cabo, el pensamiento de clase dominante con sentimiento social. Si se fijan en la gestión de Carmena (como de otros políticos y políticas de la bohemia burguesa) todo es mera gestión que sea vendible en el mercado político de los medios de comunicación, de los lobbies del tercer sector o todo aquello que refuerce la estética propia. Demagogia y accidentalismo en lo público pero, eso sí, ortodoxia y carencia de libertad y análisis crítico (propio, del grupo o social) en lo interno. Toda la bohemia burguesa, sólo hay que ver como proponen debates donde se prohíba a los mayores de 65 años que voten, es dogmática y totalitaria con los suyos o a los que deberían representar, mientras que se muestran dóciles y sonrientes con los poderosos (misma clase social o esperanza de cooptación). La Operación Chamartín salió adelante pero barrios como Vallecas, Usera o Carabanchel se han dejado de lado. Eso sí, los sitios de moda de la bohemia burguesa muy cuidados.
¿Qué es lo que hoy vende la bohemia burguesa? Lo que está de moda. Feminismo, pero deconstruyendo el género y así poder dejar a la mujer como sujeto de dominación. Ecologismo pero de la mano del capitalismo para conformar un ecocapitalismo de lo vegano (que la clase trabajadora no prueben la carne) por ejemplo. La diversidad de identidades como summun del pluralismo individualista. Nada de lucha de clases, de criticar el capitalismo, nada de lucha colectiva por medio de los verdaderos instrumentos que dañan a la clase dominante. Todo en Carmena y demás bohemia burguesa son magdalenas, activismo ecofriendly, batukadas rebeldes y demás performances que idean para el espectáculo mediático que controla la clase dominante. Nada de trabajo en los barrios, empresas o comarcas (sólo hay que ver cómo piensan que es lo rural); nada de negar la acumulación masiva y esquilmadora del capitalismo; nada de posiciones materialistas; todo queda en la conquista de una supuesta hegemonía que se conseguirá sin tocar ni una sola estructura social y económica. En cambio enseñar el sujetador en una capilla propiciará la llegada de un Estado laico según estas preclaras mentes.
El posmopijismo que se extiende por toda la izquierda (miren las “senectudes socialistas”, por ejemplo) tiene uno de sus símbolos en Manuela Carmena. Esa gangrena política que va corrompiendo todo lo que toca. Se llevó por delante a Podemos, ahora a Más Madrid/País, por eso ¿qué sentido tiene que Sánchez le incorpore a un cargo por muy simbólico que sea? ¿Qué aporta Carmena sino dogmatismo y sectarismo? En algunos casos la vejez llega con sabiduría, en otros con un vaciamiento ideológico y la mera necesidad de reconocimiento perpetuo por creerse superior a los que están en las instituciones o al mismo pueblo que se dice representar. Si el PSOE sufre a Leguina, Rodríguez Ibarra, González, Guerra y demás momias del pasado (bastante más victorioso que el de la bohemia burguesa) ¿para qué incorporar a otra momia de la que sabes que su sectarismo provocará salidas de tono y maledicencias contra quien le nombró?
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