Pablo Casado es muy de lindes y de modas. Esto es cuando elige una moda la sigue y la sigue hasta que se acaba la linde pero que él. Sí, como un tonto. Ahora le ha dado por querer que el gobierno proponga legislar sobre cuestiones que son inconstitucionales. Tanto defender el constitucionalismo y resulta que desconoce la jerarquía de las leyes. El “niño Pandemias”, como se le comienza a conocer en las redes sociales, quiere establecer por ley que se vulneren derechos fundamentales de los ciudadanos sin que concurra sentencia judicial. Porque es evidente que a un asesino se le puede privar de libertad si es condenado, pero a un Perico el de los palotes no.
Esto que entiende cualquiera sin haber estudiado derecho no entra dentro de las cosas comprensibles en el cerebro del presidente del PP. Se puede crear una ley de pandemias pero los derechos fundamentales no se pueden vulnerar salvo por sentencia judicial o mediante un riguroso estado de excepción. Que en estas cosas ya se sabe que una ley de pandemias puede acabar siendo utilizada por cualquier boñigas para impedir protestas sindicales u otros colectivos sociales. Si se quiere realizar algún tipo de limitación de derechos fundamentales que las comunidades autónomas pasen por el trago de actuar y de solicitar a jueces esa vulneración temporal, si es que entiende que se puede hacer. Una vez más se demuestra que Casado no es que intente proponer algo para el bien común, sino que toda su política se reduce a tocar las gónadas al gobierno, incluso yendo contra la libertad que supuestamente dice defender.
El problema no es solamente de carencia de inteligencia por parte de Casado. Ni que sea una mala persona. Realmente, su problema, por el que los españoles no deben pagar el pato, es que está en busca y captura por parte de sus propios conmilitones de partido y la clase dominante. Como le ha dicho, con toda la mala hostia del mundo Pedro Sánchez, se le está poniendo cara de Albert Rivera. Y no porque acierte más o menos, ni porque se enfrente a los que le han puesto ahí (es demasiado pusilánime) desde los aparatos ideológicos –como le pasó al otro-, sino porque hace tiempo que perdió la confianza de los poderosos y de sus compañeros de partido. Tras fracasar en Euskadi y en Cataluña, la vida política de Casado estaba sentenciada. Ahora se agarra al triunfo, sin duda especial y distinto, de Madrid para intentar sobrevivir de cara a sus gentes. Pero ni por esas lo logra. Cada día de sesión en el Congreso de los diputados es un suplicio para sus huestes. Si alguien con tan poca capacidad dialéctica como Sánchez le desmonta día tras día es un claro indicativo de su incapacidad manifiesta.
Si tienen la paciencia suficiente de revisar los medios de derechas (que son la gran mayoría), en pocos o muy pocos verán que Casado sea la figura destacada de los ataques al gobierno. Utilizan antes a un agricultor de la Castilla profunda que a Casado. Porque saben, más allá de las obligadas entrevistas que le hacen para que no parezca que no existe, que ni vende visitas, ni su mensaje cala entre la población española. De hecho en las dos elecciones donde los dirigentes regionales le han escondido (Galicia y Madrid) es donde mejores resultados han logrado. Es de suponer que Juan Manuel Moreno Bonilla habrá puesto a agentes especiales de la Junta para que no cruce Despeñaperros, ni se intente colar por Huelva. Al igual que hay asesores que tienen fama de gafes (probado además), Casado se está ganando la fama de llevar la mufa encima. Y no es el único en el PP.