Mucho quejarse del coronavirus, más bien de la gestión que se está haciendo, y resulta que la pandemia está salvando el puesto de presidente del PP de Pablo Casado. No son pocos los que dentro del propio partido cuentan y no paran lo nefasta de su gestión al frente del mismo. Algunos entienden que esas “salidas de pata de banco” populistas y demagógicas que suele tener –básicamente por miedo a la derecha populista- no son compatibles con el perfil de partido institucional. Esa falta de moderación, unida a numerosas meteduras de pata –como la última al apoyar públicamente al presunto corrupto Juan Guaidó cuando todos los países del mundo le retiraban su apoyo-, le aleja de un elector que desea cierta estabilidad política, mucho más cuando hay una crisis económica que resolver. Otros piensan que no es válido porque está permitiendo que en su propio partido le tomen por el pito del sereno. Algunos más por ser demasiado tibio –que también los hay-.
Esas tres cuestiones –falta de capacidad de diálogo institucional, falta de moderación y partido desunido- sobrevuelan las cabezas de numerosos dirigentes y personas del poder económico que tienen capacidad de decisión dentro del PP. Las encuestas no son malas, se está salvando el tipo –y en algunas se ofrece una subida en la intención de voto-, pero no son suficientes como para competir realmente de tú a tú con su gran oponente, Pedro Sánchez. Así lo ha reflejado en una reciente entrevista el anterior jefe de gabinete de Rajoy, José Luis Ayllón. Tan descorazonados están algunos en el PP que hasta afirman que Sánchez “si quiere, puede ser el presidente que más dure, el más longevo de la democracia, por delante de González ya que la derecha está rota y no parece que sepan coserla”. Añade algo que ha sido habitual en esta columna: “Casado tiene un problema de credibilidad, ha pasado de ofrecer un ministerio a Vox, a insultarle en la tribuna del Parlamento; y de decir que Cayetana Álvarez de Toledo era lo más florido del partido, a echarle sangrientamente”. A esto súmenle la deslealtad demostrada al pedir en la Unión Europea que no diesen ayuda a España si no la controlaba él mismo, claro.
En el propio seno del partido ya hay quien ha olido la sangre, como Miguel Ángel Rodríguez, y está moviendo a otras personas para que puedan ser las sustitutas de Casado –salvo que Isabel Díaz Ayuso no cuenta con apoyo de nadie porque es un meme-. Pero está sucediendo y lo hacen utilizando la demagogia y la chabacanería política. También hay bastantes sorayistas y marianistas que están afilando los cuchillos para usarlos cuanto antes. Federico Jiménez Losantos, que más allá de sus diatribas dictatoriales, tiene cierta influencia en la militancia pepera, ha sido sumamente crítico. Es más durante la presentación de su último libro contó cómo le pidió personalmente a Casado que se abstuviese para evitar el gobierno de coalición, algo que también hizo con Santiago Abascal, y que la respuesta fue negativa sin pensarlo. Incluso cuando el locutor le señaló que sería devolver el favor al PSOE. Ni lo pensó, algo que sí hizo el presidente de Vox –que acabó negándose por la negativa de Casado-. Antepuso, a criterio de Jiménez Losantos, lo personal a lo institucional –“ahora que no se queje”-.
El problema que todo el establishment observa es que Casado, como hacen otros dirigentes políticos, sólo piensa en términos personales. No por endiosamiento –aunque también hay un poco de ello, el pecado de la hybris afecta a cualquiera-, sino por incapacidad manifiesta para actuar con sentido de Estado y estar mirando todo el día a ver qué hacen los demás. En general no hay un solo medio de comunicación de la derecha –que son casi todos- que apoye a Casado por él mismo. Hacen de transmisores de las posiciones del PP pero no por el presidente. De hecho prefieren señalar acciones de Martínez Almeida, de Ayuso, de Moreno Bonilla, de Feijóo o de cualquier otro dirigente antes que del propio Casado. Si se molestasen en revisar las tertulias radiofónicas, los periódicos o las televisiones, comprobarían que en comparación con otros dirigentes máximos, Casado es el que tiene menor cobertura mediática. Y no es por gusto, sino por disgusto con alguien incapaz.
Están intentando por todos los medios cerrar las heridas desde la calle Génova. Quieren recuperar la uniformidad de antaño, tanto por una razón partidista propia de las oligarquías de partido, como por una necesidad práctica. Ahora que no hay elecciones a la vista hasta, por lo menos, bien entrado 2022 –si a Podemos le diese por salir del Gobierno estarían entregando la mayoría absoluta al PSOE-, el casadismo, que son cuatro, sabe que su presencia como dirigentes del partido sería más contestada. Más si, como parece, en Cataluña se vuelven a estrellar y Vox les iguala en escaños. Un nuevo fracaso electoral con Casado al mando. Porque a diferencia de lo que ocurrió con Rajoy –al que quisieron descabalgar, especialmente los corruptos madrileños-, aquel ganaba elecciones parciales y no hacía el saltimbanqui verbal. No se entendía lo que decía en alguna ocasión, pero no decía hoy una cosa y mañana otra completamente diferente. Sus últimas arengas contra el populismo, aprovechando el jaleo de Trump, han caído en saco roto por el descrédito que arrastra –por mucho que en alguna cuestión tenga razón-.
En el PP bastantes desearían un partido con más sentido de Estado –que pelee hasta el final que Podemos tenga poco o nada en el CGPJ, por ejemplo, pero que se siente con el presidente del Gobierno sin hacer aspavientos-, un partido más liberal -aunque en dura pugna con la tendencia democristiana-, un partido más unido y que absorba a Ciudadanos cuanto antes (con Vox hay muchos más recelos), un partido que se muestre como una derecha moderna y no demagógica/populista. En definitiva un PP clásico pero con pies firmes en la realidad de los hechos. Porque una cosa es soltar algún improperio, algo propio del proceso adversarial de la política, y otra muy distinta creerse alguna que otra tontería que se dice. Casado tiene puesta la cruz desde hace tiempo por parte del poder económico y de algunos dirigentes, y su suerte es que el coronavirus impide hacer movimientos en su contra. Igual por eso en las Comunidades del PP van más lentos con la vacunación. Pero la realidad es que de estabilizarse la situación Casado igual no llega a las siguientes elecciones pues está obligado a un congreso antes de aquellas. Y eso lo están deseando muchos más de los que imaginan.