No es que queramos convertirnos en un Comité de Salud Pública al estilo del que existió en tiempos del Terror en la Revolución Francesa, no seguimos a Maximilien Robespierre en esto. Aunque ¿acaso no somos los medios una especie de comités de ese tipo en sí? Tal y como ha explicado nuestro editor, Manuel Domínguez Moreno, en su artículo “La indigna utilización de Casado del terrorismo de ETA”, el presidente del Partido Popular ha traspasado todas la líneas de la indignidad cometiendo una verdadera felonía democrática. Advertíamos ayer mismo, sin saber lo que Pablo Casado iba a decir pocas horas después, que se observaba en el dirigente de la derecha esa enfermedad peligrosa, si eres un político, como es la mitomanía que le hace situarse en un mundo paralelo irreal y lleno de mentiras que para el enfermo son ciertas. Un peligro pero no pensábamos que tanto.
“Sánchez prefiere manos manchadas de sangre a manos pintadas de blanco, manos amarillas que manos abiertas de todos los españoles” ha dicho con esa sonrisa forzada y siguiendo la estela de su enfermedad que parece mezclarse con tintes esquizofrénicos. Una indignidad que él cree cierta, que él siente dentro de sí como verdadera, que él piensa que es la realidad de lo que sucede en España, que él advierte sin pudor como las verdaderas intenciones de Pedro Sánchez: matar españoles mediante el terrorismo (no se sabe cuál) y destruir el orden constitucional. Casado se cree esa gran mentira no por motivos electoralistas, Albert Rivera no le anda a la zaga en algunas cuestiones, sino porque en su mente la vida es así. Casado piensa que ETA sigue matando de una u otra forma (o piensa hacerlo) y que la gente es tan idiota y tan estúpida que se cree eso. Casado cree firmemente que Sánchez escindirá Cataluña por seguir en el poder y usar el Falcon (lo cual no tiene lógica alguna porque al día siguiente de proponerlo caería). Casado se cree todo lo que pasa por su cabeza. El problema es que no es un ser racional, sino hiperbólico y enfermo.
Esa enfermedad de la mentira y la realidad paralela es la que nos hace solicitar que deba ser internado en una institución psiquiátrica hasta su completo restablecimiento (algo complicado en los mitomaníacos aunque podrían curarle la esquizofrenia), o cuando menos ser retirado del mundo de la administración del Estado en cualquiera de sus lugares. Debe ser apartado de lo político porque es un peligro no sólo para él y su partido, que es lo de menos, sino para el bien común y el desarrollo democrático de la vida ciudadana. Alguien tan desquiciado, que en esto supera la megalomanía de su padre putativo José María Aznar, no puede ostentar cargo alguno. Que podría hasta ser el responsable del Ejército y es capaz de perpetrar una escabechina de cuidado. O lanzar a otra policía política, ya tienen práctica en su partido, pero en esta ocasión causando muertes de personas que no sean de su partido o estén implicadas en casos corrupción, digamos que podría, tal es su estado mental, acometer asesinatos políticos. Y aunque les suene a guasa o exageración, sólo tienen que comprobar sus gestos y su ira cuando habla de los que no piensan como él.
Es obvio que voluntariamente no va a aceptar someterse a pruebas médicas por él mismo, ni su equipo de personas de confianza, las cuales participan de esa mentira perpetua que el discurso del PP, lo permitiría. Curioso que su esposa diga que es psicóloga y no se haya percatado de tales síntomas cuando ha visto que miente hasta en cosas elementales de la vida de los dos. Sólo queda, por tanto y ante la imposibilidad de una acción psiquiátrica, utilizar la mejor profilaxis que hay al alcance de todas las personas, la democracia. Ante tamaña desfachatez y muestra de enfermedad de un político lo mejor es derivar el voto a otras opciones. Y para que ello sea posible no queda más que denunciar no sólo la mitomanía de Casado, sino sus desbarres esquizofrénicos, sus desmanes hiperbólicos, sus mentiras patológicas, su enfermedad tal y como es.
No es, como han manifestado en un acto de compasión, un problema de querer pasar por la derecha a los neofascistas, no. Eso podría ser en el caso de Rivera y Girauta, que suelen decir boutades. En el caso de Casado, empero, es producto de su propia mente, de su propio ser alterado por una irrefrenable sensación de anomia interior que le lleva a entender el mundo de la única forma que es aceptable para él. Esto no es una pelea entre una “derechita cobarde” y una “derecha valiente”, que sería en el caso de Aznar-Abascal. Casado no se siente derechita cobarde, de hecho no siente nada en términos políticos, porque su cabeza le proporciona esa fantasía irreal e irracional que abarca todo su ser. No intenta conseguir votos con una apropiación tan deleznable sino que en su fuero interno la ficción (realidad-para-él) le muestra que lo dicho es la cotidianeidad. No es un idealismo lo que hay en su cabeza, ni un racionalismo, sino una dislocación real-irreal.
Le cabe a la ciudadanía, por tanto, mandar a este enfermo político lejos de las responsabilidades propias de los cargos a los que opta. Luego sus propios compañeros de partido deberían hacerle ver que está mejor en casa con sus ensoñaciones. Incluso no es descartable una pensión (de mil euros para que sepa lo que es la realidad para millones de españoles) por su invalidez mental. En todo caso, la salud pública no puede permitirse tener en el ágora a una persona en tal estado. No es como Sócrates que iba metiendo el dedo en la llaga y haciendo dudar existencialmente a las personas, una bandarra político vamos, este señor está mal de la azotea y necesita mediación y terapia. Y, por su puesto, que jamás llegue a ser presidente del Gobierno.
Post Scriptum. Es evidente que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias deberían abstenerse de participar en algún tipo de debate con este personaje porque el esfuerzo de debatir sobre mentiras y no sobre realidades es cansado y complicado para los turnos de palabra que conceden en aquel. Si quiere debatir que lo haga con sus amigos del trifachito o en casa de Osborne otra vez, pero democráticamente no se puede tolerar a un ser inadaptado políticamente hablando.