Uno intentando despejar balones y el otro directamente, los máximos dirigentes de Ciudadanos y PP no ponen peros a pactar con Vox si fuese necesario. Ambos presidentes entienden que las diferencias programáticas son mínimas y que todo no es más que una pelea de familia. Albert Rivera, a quien le afecta más la posible irrupción de Vox por aquello del neofalangismo escondido que tiene en su estructura ideológica, no se ha expresado con la contundencia de Pablo Casado, es más ha evitado citar el nombre de quienes fueron sus amigos. No se engañen, a ambos les molesta el partido de ultraderecha, pero no tendrían problemas en coaligarse en el parlamento.
Rivera, después de los fracasos de Sevilla y Barcelona donde no acudió nadie a sus actos y frente al poderío de Vox, ha querido desmarcarse de la ultraderecha que viene representando estos años. Incluso le puede venir bien que Vox tenga un hueco para presentarse como el Macron español, eso que tanto le excita y quiere vender a todas horas (ya se olvidó de Adolfo Suárez o Barack Obama). Él es ultraderechista y por eso se presenta sin ideología y hablando de identidades baladíes como Europa o liberalismo, porque ante todo siempre vende España como nación al estilo imperial de los Borbones. Su pensamiento nada tiene que ver en lo político con el liberalismo que dice representar y en el plano económico responde a las órdenes del Ibex-35, a esa fracción dominante del capitalismo financiarizado que le apoya. Como apoya a Vox curiosamente. Les diferencian algunas cuestiones sociales, porque en Vox tienen claro que no se puede mercantilizar el cuerpo humano, y en Ciudadanos apoyan claramente los vientres de alquiler y la compra de bebés, así como el mercadeo alrededor de diversos colectivos LGTBi.
Sin embargo, Rivera siempre ha confraternizado con Vox y su dirigente Santiago Abascal. Como pueden ver en el vídeo adjunto, bien que no le importaba charlar con él a Rivera y tampoco aceptar que los programas electorales son similares con matices morales como ya expusimos en el párrafo anterior. Tampoco le importaba tantear hace tiempo a Vox para acudir en confluencia a elecciones diversas. Hoy, imitando a M. Rajoy, Vox se ha convertido en “ese partido que usted me dice”, pero con el que pactaría si fuese necesario para alcanzar el gobierno. Muchos de sus militantes han pasado por los gérmenes de Vox y no ven mal el acuerdo, pues al fin y al cabo piensan igual. No se expresan igual en público, pero eso no empece para tener las mismas pretensiones políticas. Cuando Abascal le decía que se sentía identificado con su mensaje de unidad, Rivera entraba en un orgasmo político. Ahora, intenta ocultar sus afinidades porque Ciudadanos se está hundiendo en las encuestas y debe evitar cualquier tipo de asimilación. Aunque llega tarde porque ya se sabe que Vox y Ciudadanos se diferencian en la violencia expresada y poco más, por eso le gusta el programa de los ultraderechistas. Hay pelea de familia, pero en la ultraderecha, como en la mafia, la familia es la familia.
Casado encantado de pactar con Vox y Ciudadanos.
Bastante menos se ha escondido el dirigente del PP, al fin y al cabo, como se puede ver en la imagen, Abascal y él iban juntos de la mano de José María Aznar. Como ha expresado: “Tengo una excelente relación con el fundador de VOX y sólo puedo decir que aquellos militantes que acudieron al acto de ayer tienen mi respeto y que compartimos muchas ideas y muchos principios. Otros no”. No se muestran tan violentos verbalmente, pero son hijos del mismo padre. Pero Casado tiene un plan bien distinto y no le duelen prendas en acoger en el seno del PP, de donde salieron muchos y muchas, a Vox y a Ciudadanos para volver a hegemonizar la derecha española. A volver a ser el partido-de-toda-la-derecha que construyó Aznar. Desde la ultraderecha hasta la derecha del capitalismo radical.
Y en ese plan hegemónico está integrar a Vox y a la formación naranja, algo mucho más complicado, pero que podría desgajar el voto y dejar en la inmundicia política al PP. Casado sabe que una derecha a tres es perjudicial para sus propios intereses. Pero no quiere que se disuelvan las otras formaciones sino que se una su electorado y cuadros. Prefiere ver que Vox y Ciudadanos se disuelven políticamente como un azucarillo pero haber conseguido a votantes y dirigentes para su partido. Limpiar un poco la casa con aire de fuera. Aunque en su fuero interno, sabe que Vox hace mucho más daño a Ciudadanos que a él mismo por el perfil de las personas que lo apoyan. Así que tampoco va a hacer causa belli contra Vox. Prefiere que Abascal destroce a Rivera y así, junto a su amigo, llevar adelante una regeneración de la derecha española. No sólo ponerla al servicio de la clase dominante, sino usar a Vox como atrapa moscas de todos esos iletrados y desechos intelectuales que tienen la xenofobia y el racismo en la sangre. Casado se presentaría como la derecha moderada, católica y capitalista que pacta con la ultraderecha para dulcificarla. Tal y como han hecho otras derechas con la ultraderecha en Europa. Se evitaría Casado a seres repugnantes en su propio partido, pero pactaría con ellos sin dudarlo.
Tienen el susto en el cuerpo los dirigentes azul y naranja, saben que lo de Vox es pan para hoy y hambre para mañana, pero no se fían. Las encuestas les dan muy poco apoyo, pero nunca se sabe si llegarán a rascar diputados. El caso es que les quitan voto, más a Ciudadanos que es más falangista disfrazado, y podrían hacer que la izquierda ganase con holgura las elecciones. Pero al fin y al cabo muchos de sus militantes se ven reflejados en las palabras de Abascal y eso no gusta ni en la calle Génova, ni en Alcalá. Además, saben que la izquierda está preparada para dar la batalla al fascismo y podrían atraer a personas de derechas que ven con espanto ciertos posicionamientos. Un dilema peliagudo tienen ambos, pero saben que no dudarán en pactar con Vox en ayuntamientos, comunidades autónomas, o a nivel estatal si hace falta. Porque a Rivera y Casado les gusta el programa de Vox. O ¿les han escuchado decir que no?