Anda revuelta la tropa de la carcunda por los posibles acuerdos que se lleguen a establecer entre el gobierno de coalición y la coalición EH Bildu. Siendo en parte herederos de una infausta y criminal historia de la que no han querido alejarse, su entrada por la senda de las instituciones siempre será mejor que el asesinato indiscriminado (lo mismo sucedió con el IRA y el Sinn Fein). Más vale que estén en la parte de los demócratas, por mucha repugnancia que provoque su historia –lo mismo que sucedió en su momento con los franquistas-, que en el lado de los asesinos y la inmoralidad. Esto es comprensible, en términos racionales porque la emotividad cada cual la vive como puede, siempre y cuando se sepa para qué se llega a un acuerdo.
Alfonso Guerra o Emiliano García Page, en su derecho a discrepar pues parece que está prohibido para las legiones de trolls el disenso, han explicado que les parece abominable ese tipo de acuerdo. Lo dicen emotivamente pero falta por conocer el para qué. En ocasiones el quien es menos importante que el qué. De hecho no se ve a nadie quejarse cuando este mismo gobierno se pliega a los deseos de la CEOE o de alguna de las fracciones de la clase dominante (véase los EREs que permiten al Banco de Santander) y esos qués hacen más daño que lo que se pudiera acordar con los herederos del terrorismo etarra. Porque la realidad es que no sabemos el qué se está negociando o se ha negociado con EH Bildu y por tanto cualquier apriorismo o sentimentalismo es pura divagación o proyección de ciertos sesgos cognitivos de cada persona. Quienes apoyan sin pensar en el qué se está negociando también tienen sus propios sesgos cognitivos, sus emotividades y su sectarismo en demasiadas ocasiones.
Lo peor de todo es que toda esta disputa en el aire está sirviendo a Pablo Casado para agarrarse a lo único que le queda para no caer al vacío. El PP casadiano, como anteriormente el aznariano y el marianista, recurre al terrorismo –que ya no existe- como mecanismo emocional que le permite ocultar no sólo los cientos de casos de corrupción que tienen en puertas de juzgarse sino la incompetencia de su principal gestor. Incompetencia porque, si bien sobre la ley Celaá saben que recurrirán al Tribunal Constitucional (que decidirá algún día cuando les venga bien) y confían todo a la justicia, respecto a los presupuestos del Estado no se les ha escuchado crítica alguna al qué. Se quejan especialmente del quién. No paran de quejarse de los independentistas catalanes –este tema también daría para un tratado psicoanalítico porque se pactan cosas del Estado con quien quiere acabar con el Estado (al menos no se han retractado de su independentismo)-, de las cosas de los comunistas (si encuentran alguno en el gobierno avisen), de los impuestos que afectarán a las clases medias (directos ni uno, indirectos afectan también a la clase trabajadora, casi más que a la media) y lo de los herederos de ETA.
¿Han escuchado a Casado quejarse de tal o cual partida presupuestaria? El aumento del gasto en infraestructuras, que se podría ver si son necesarias algunas o no, les parece bien porque nutre los bolsillos de los Florentinos de España, por ejemplo. No hablan de partidas, salvo Teodoro García Egea que ahora pide dinero para el mar Menor cuando la propia Comunidad sigue lastrando su recuperación con los vertidos y, al fin y al cabo, es un “¿qué hay de lo mío?” habitual en este tipo de casos. Tampoco le parece mal el aumento de los gastos militares, como ha exigido la OTAN, porque son más otanistas que los EEUU. Tampoco verán que se quejen de la falta de recursos sanitarios, culturales, etcétera porque no les interesa en su proceso de privatización de España. No hay queja alguna sobre lo importante de los presupuestos y sí sobre lo intrascendente.
Y como no tiene queja sobre gran parte del presupuesto tiene que aferrarse a lo único que le queda, lo simbólico. El problema para el gobierno es que lo simbólico mueve bastante a las personas, especialmente si se está machacando constantemente en los aparatos ideológicos principales de la actualidad: los medios de comunicación. A esto se agarra Casado para sobrevivir políticamente al carecer de otro tipo de discurso. El PSOE, como uno de los dos partidos del orden, no ha presentado unos presupuestos fuera del marco que impone la Unión Europea y la patronal española. Algo que habría hecho perfectamente el PP. Es en los márgenes que se permiten donde unos gastos se derivan hacia cosas más sociales (beneficio de los “lobbies del humanismo”), mientras que el PP recortaría gasto o lo haría en favor de los “lobbies del emprendimiento”. Pero en el núcleo presupuestario están los dos partidos del orden de acuerdo. Ya verán como enmiendas del PP se pactan y aceptan en el debate sobre los presupuestos.
Como se advirtió hace semanas en estas páginas, estos presupuestos serán la salvación de Pedro Sánchez por al menos dos años más. Hasta que la pandemia sea un mal recuerdo y aprieten las tuercas desde la UE. Y Casado no tiene seguridad alguna de poder aguantar estos dos años más sin que los franquistas le coman el terreno o sin que un repunte económico le deje sin argumentos. Más si no se atreve a renovar el CGPJ conculcando los valores constitucionales que dice defender. A este respecto es curioso como desde el PSOE no se ataca más por ese camino al PP. Todo el día con la Constitución en la boca y cuando hay que actuar bajo los valores constitucionales (el amplio acuerdo entre partidos enfrentados) se echa para atrás. Igual es porque no es muy de alentar sentimientos como gusta al asesor monclovita, pero podrían callar bocas y editoriales.
Tampoco actúan con otra cuestión. Ya que desde el PP y la caverna mediática hacen publicidad constante de las continuas pretensiones de parte del gobierno y algunos socios independentistas de “acabar con el régimen”, ¿por qué desde el PSOE no señalan que los neofranquistas con los que tienen pactos de gobierno el PP también quieren acabar con el régimen del 78? No han ocultado que quieren una reforma constitucional para acabar con las mamandurrias y las comunidades autónomas. Alentar la amenaza fascista puede ser efectivo un día, dos, tres, pero al cuarto ya no hace efecto como se ha demostrado históricamente. O se les hace el vacío a unos y otros (a los fascistas de Cataluña también) o acaban por instalarse. Casado está ante su última oportunidad y por ello se agarra al simbolismo del terrorismo, estando de acuerdo con lo central de los presupuestos, no le queda más para sobrevivir.