A las habituales taras del presidente del PP (mitomanía, incultura…) habrá que añadirle una más, el complejo de inferioridad. En algún recóndito de su cabeza Pablo Casado debe reconocer, siempre inconscientemente, que las carreras las ha obtenido de forma cuando menos rara, que nunca estuvo en Harvard, que en comparación el resto de la dirigencia política no gusta a la población o aparece como menos preparado. Por ello es normal que esa inferioridad que siente dentro de sí la intente superar haciendo como que es más de lo que realmente es. No es extraño entonces que, vista su actitud, se haya autoproclamado presidente de España. No del Gobierno, ya que llevaría a pensar que es un orate o que imita a Juan Guaidó (el caniche de la CIA), sino de España. Él se sitúa por encima de las instituciones, por encima de la sociedad y se autonombra presidente. Que el resto de los mortales, ya que igual hasta habla con los dioses, no le hagan ni caso y se rían de sus memeces no empece para que él piense que sí, que está cumpliendo una función histórica, que está al servicio del destino de España en lo universal, que sea algo más que el pelele de la clase dominante. Y esto último por el momento nada más.
Analizando la actitud y la forma de comportarse de Casado se puede descubrir ese complejo de inferioridad que le lleva al dicterio o al mensaje más miserable (culpar al 8-M de la expansión del coronavirus), a la mentira más grande que se le ocurre en el momento, a intentar derrocar al Gobierno utilizando todos los mecanismos posibles y, aquí está lo más importante, imitar o perseguir mediáticamente al presidente Pedro Sánchez. Es imposible que Casado, por mucho equipo que tenga detrás, sea capaz de analizar, filtrar y proponer un discurso alternativo o performativo nada más terminar el Gobierno sus ruedas de prensa. Ni ha demostrado capacidad intelectual, ni hay tiempo material para, partiendo de lo afirmado por lo responsables ministeriales o el presidente, establecer un discurso medianamente coherente, apropiado o crítico con cierto fundamento. Al salir nada más terminar el presidente demuestra que lo que digan los responsables políticos le da igual. Él lleva ya pensado un discurso, en muchas ocasiones lleno de bilis, y lo suelta pensando que le van a hacer caso de igual forma que al primer ministro. Y no. Las audiencias dicen que en cuanto aparece su cara se cambia de canal. La táctica de actuar justo después de Sánchez podría tener sentido si hubiese coherencia entre lo propuesto por el gobernante y lo criticado o expuesto por el opositor. Nunca se ha dado ese caso porque ni capacidad, ni tiempo para ello.
Sale detrás del presidente para aparentar que él también está ahí, que es tan importante como el elegido por la suma de votos de la voluntad popular, que él será presidente porque el destino así lo quiere. Quien dice destino, dice clase dominante. Y quien dice clase dominante dice medios de comunicación actuando como aparatos ideológicos que intentan derrocar al Gobierno de la izquierda para poner en él a su pelele. Esto no es más que una estrategia de comunicación fallida, entre otras cuestiones, porque suelen cortar su intervención para dar paso a los todólogos. De ahí que se quejen, sin razón, desde el PP porque no sacan a su jefe de filas, como si fuese presidente de algo más que un partido político con setenta y tantos diputados. Como estrategia es sacarle ahora en mangas de camisa haciendo como que trabaja con sus colaboradores y manda algo. Porque mandar no lo hace ni en su partido, ni en su casa. Un simbolismo con el que imita al Sánchez del Falcón del primer gobierno socialdemócrata. ¡Y cuidado que criticaron aquellas fotos para ahora imitarlas! Esa imagen mostrando a Casado haciendo que manda tiene un reverso, una contradicción, una posible inversión que no es otra que mostrarle alentando a los suyos a criticar sin piedad alguna al Gobierno. Lo que muestran desde el PP es la deslealtad de su propio partido.
Así lo ha demostrado Teodoro García-Egea, más conocido como “el Aceituno”, insinuando que toda la culpa de lo que está pasando es tan sólo del Gobierno. Deben sufrir coronavirus asintomático en el PP, por aquello de la falta de oxígeno en la sangre, ya que decir eso supone que todo lo que salga bien será también merito sólo del Gobierno. Si no cae la economía, si caen las infecciones, si después del 11 de abril se va reanudando la actividad por toda España (aunque en Madrid será más complicado), si la catástrofe es menor de lo que parecen desear en el PP, todo ello será gracias al Gobierno. Esto no lo han pensado porque Casado y actúa como presidente de España. El problema es que no deja de ser una actuación. Una falsa realidad. Un espejismo. Una alegoría del no ser. El Gobierno se equivocará o no con sus decisiones, pero lo que está claro es que las performances de Casado no le sitúan al mando de nada por mucho que intente aparentar. De hecho, sus baronías trabajan por su cuenta y riesgo sin hacerle mucho caso. Los bulos y mentiras salen todos del mismo sitio, la calle Génova en la Comunidad de Madrid.