Pablo Casado acusó a Pedro Sánchez de ser «partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando en España» en un debate parlamentario en el que se estaba discutiendo sobre las relaciones con Arabia, los contratos de venta de armas al país saudí realizados por el anterior gobierno de Mariano y Soraya SS, el asesinato del periodista Jamal Khashoggi por miembros de los servicios de inteligencia del país árabe, etc. Es decir, en ningún lugar del orden del día se encontraba que se hablara de política interior.
Sin embargo, el líder del Partido Popular, tras haber inspirado el aroma aznarista en la presentación del libro del expresidente en la noche anterior, sacó los peores ramalazos vejatorios tan propios del PP cuando estaba en la oposición y acusó, sin venir a cuento, a Pedro Sánchez de ser el responsable del «golpe de Estado» que, según una derecha española cada vez más ultra, se está ejecutando en Cataluña. Ante esta grave acusación, en la que se encerraba la imputación de graves delitos al presidente del Gobierno, éste respondió pidiendo a Casado que retirara lo dicho, cosa que el líder conservador no hizo. Esa increpación ha quedado recogida en el diario de sesiones y, horas después, el Gobierno anunciaba que rompía relaciones con el líder de la oposición.
Casado demuestra, en primer lugar, que no sabe ni dónde está ni lo que representa ser la persona que está al frente del partido que más diputados tiene en los bancos rojos. En segundo término, la vuelta a las bases ideológicas más dura del neoliberalismo conservador es el retorno hacia los momentos más bochornosos de la democracia española. En tercer lugar, el Partido Popular de Casado pretende conquistar el espacio político más a la derecha olvidándose del centro, todo ello empujado por el auge de Rivera y de Abascal que, con un mensaje ultranacionalista, se están ganando a la gente conservadora de este país. En cuarto término, Casado demostró con sus insultos a Pedro Sánchez que no le importan las relaciones internacionales de España y, por ende, que no está cualificado para, en algún momento, asumir la presidencia de España.
Se podrá estar de acuerdo o no con la decisión adoptada por el Gobierno respecto a la venta de armas a un régimen monárquico dictatorial como Arabia en el que hay demasiados intereses de las dictaduras privadas del capital más salvaje que se anteponen a la realidad del pueblo o a lo que pide el pueblo. Sin embargo, hay aspectos que cuando se alcanza el Gobierno están por encima de los intereses particulares de unos cuantos porque se trata de la razón de Estado o porque hay en juego la subsistencia de esa ciudadanía a la que Casado no tendrá reparo en abandonar si con ello logra arrebatarle votos a Rivera o a Abascal, principalmente a este último.
Sin embargo, se esté o no de acuerdo con las decisiones del Gobierno, traspasar la línea roja del insulto o de la acusación velada de comisión de delitos, muestra a un político que ya estaría amortizado en cualquier democracia de nuestro entorno, por mucho que apenas haya alcanzado los 40 años de edad.
La ruptura de relaciones entre Pedro Sánchez y el Ejecutivo con Casado es una medida dura, sobre todo cuando en un Estado de derecho como es el español lo que debería primar, por encima de todo, es el diálogo y el consenso. Sin embargo, ¿se puede negociar con alguien como el presidente del PP que está demostrando tantos tics autoritarios?
En vez de acusar de golpista a Pedro Sánchez, Pablo Casado debería hacer una reflexión, sentarse tranquilamente, y pensar que muchas de las cosas que cuestiona al presidente las tiene él en su partido. La corrupción es, en cierto modo, un modelo de golpe de Estado porque afecta tanto al normal desarrollo nuestra política y ralentiza el servicio al ciudadano que se espera de la clase política. En el propio PP, mientras se critica al régimen de Nicolás Maduro, hay senadores y diputados, algunos con responsabilidades orgánicas en Génova, que protegen y funcionan como anfitriones de uno de los mayores corruptos que pisa la tierra como es Rafael Ramírez, ex presidente de PDVSA, y que está investigado por corrupción en varios países del mundo, entre ellos, Estados Unidos. ¿Por qué no pregunta Casado la razón por la que cuando Ramírez visita Ávila se aloja en el mejor hotel y es agasajado por importantes miembros de su partido?
En vez de llamar golpista a Pedro Sánchez, Casado debería preguntarse la razón por la que muchos de esos venezolanos corruptos que se hicieron multimillonarios con la corrupción de Ramírez, Baldo Sansó o Nervis Villalobos (actualmente en prisión) se están haciendo con el control del sector inmobiliario de Madrid comprando edificios y casas en los mejores barrios de la capital con dinero procedente de la corrupción, lavado en paraísos fiscales y que entran en España a través de transacciones procedentes de Hong Kong. No tiene más que hablar con algunos de los empresarios españoles que soportan legalmente la financiación del PP y se enterará de qué va el tema.
Pablo Casado también debería preguntarse cómo es posible que se apoye a la legítima oposición al régimen de Maduro que se financia, en parte, gracias al dinero de estos corruptos venezolanos.
Pero hay otros líderes de la derecha que también deberían hacérselo mirar respecto a la coherencia de sus acusaciones a Sánchez. Los hay que tratan de evitar que se hable de adicciones mientras acude al gimnasio en el que es socio una persona que ha tenido que desintoxicarse y que, por su adicción, perdió respeto, valor moral, honradez y ética empresarial.
Hay tantas cosas que Pablo Casado debería plantearse que se pasaría lo que resta de legislatura en el rincón de pensar si quiere convertirse en el líder que se mostró en las primarias contra Soraya Sáenz de Santamaría y que muchos de los que confiaron en él aún están esperando porque las encuestas están mostrando cómo el PP se desangra y deja su espacio a Ciudadanos, mientras que el PSOE de Pedro Sánchez, enarbolado por las políticas sociales del Gobierno, recupera el lugar en el centro izquierda que jamás debió perder.