Sobre las creencias es complicado legislar y si pasan a cuestión de fe mucho más. Son cuestiones irracionales, en muchos casos, y excesivamente plurales como para que se puede legislar con justicia sobre ellas. Lo máximo que se puede hacer es protegerlas en su libertad de culto, expresión y opinión. Cualquier legislación en occidente es lo que hace, proteger las creencias de cualquiera frente a las amenazas de los demás, salvo cuando esas creencias son perjudiciales para las personas (abusos a menores, violencia física, etc.) y se han utilizado engaños. Esto es, donde la autonomía personal se ha visto vulnerada por las personas que profesan esa creencia mediante engaños o abusos grupales.

El laicismo, ese palabro que tanto miedo genera entre creyentes de todo pelaje, supone no la persecución de religiones de todo tipo (incluyendo las religiones políticas, que haberlas haylas) sino la protección de las mismas para que se desarrollen en igualdad de condiciones entre la población sin dar preferencia a ninguna. Perseguir lo religioso o las creencias no es más que anticlericalismo o totalitarismo. En España muchas personas, aunque cada vez menos, añoran esa especie de teocracia anterior donde lo cristiano obligaba el comportamiento social y personal de los individuos. Ser católico era un imposición pese a que una buen mayoría pasase del tema, como bien se demostró en cuanto las libertades fundamentales llegaron. Pese a ello, algunas cuestiones jurídicas persistían en la legislación.

El gobierno del autoritario Pedro Sánchez, en su Plan Democrático (para el control de los medios de comunicación y los cerebros críticos), pretende eliminar, siguiendo la senda del laicismo, el delito de ofensas religiosas. De todo el plan, posiblemente, sea la única parte que tiene lógica y es adecuada a la situación real de España, donde el pluralismo social es mayor que el monocromatismo que se pretende ver en ciertas instituciones. Que España, como Europa, sea cristiana culturalmente, pues no se puede negar la influencia a nivel de comportamiento moral y colectivo del cristianismo, no empece para que sea un coto cerrado a la crítica. En la práctica hace mucho tiempo que la crítica, incluso la chusca, a lo católico o cristiano se lleva produciendo, pero estaba penada. Si no ha habido más denuncias, tantas como para colapsar los juzgados mucho más, es porque tampoco los cristianos se han creído lo de las ofensas al pie de la letra. Bastaba con que alguien se sintiese ofendido para poder interponer denuncia.

Y aquí es donde han aparecido los ofendiditos del catolicismo. El secretario general de la Conferencia Episcopal, Francisco César García Magán, ha sido contundente en sus críticas: «Si se elimina este artículo, una gran parte de la población se sentirá desprotegida en uno de sus derechos fundamentales. Y en el contexto internacional en el que nos encontramos, esa medida no facilita la convivencia». ¿Qué dice el artículo 525 del Código Penal? «1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican. 2. En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna».

Tras la lectura del artículo, cada cual se puede preguntar ¿dónde queda desprotegida la religión, en este caso, católica? Sigue siendo delito el irrumpir en un templo a paralizar ceremonias o cometer otro tipo de acciones graves contra manifestaciones religiosas. En una sociedad plural claro que puede haber burlas sobre los dogmas, en Gran Bretaña lleva habiéndolas décadas sobre la infalibilidad papal. Incluso en España algunos integristas las hacen. Que alguien haga mofa sobre la transustanciación ¿en qué desprotege a los católicos? Además, ¿qué se entiende por ofensa? Es algo tan subjetivo que cualquiera se puede llegar a ofender por cualquier cosa. ¿No llevan los católicos españoles, una buena parte, llamando asesinos a los creyentes comunistas? ¿No es eso ofensivo para otra creencia, por ejemplo? Ya advirtió Juan Pablo II, en su juventud sacerdotal, que el comunismo era una religión laica. ¿Cuántos católicos no se han sentido ofendidos con la “prostitución política” del rezo del Rosario en la calle Ferraz?

Monseñor Argüello ha realizado una crítica sumamente inteligente en redes sociales: «Los sentimientos han sido elevados a categoría jurídica, por ejemplo, para poder cambiar de sexo; cada vez más expresiones son consideradas delitos de odio. En este ambiente de elogio legal de las emociones, los sentimientos religiosos dejan de ser un bien jurídico protegido». Toda la razón. El problema es que toda la legislación sobre sentimientos es un fraude, además de un movimiento de control mental, porque, como dijo aquel «todos somos sentimientos y tenemos seres humanos». Que se legisle sobre cuestiones erróneamente no empece para que lo que mal estaba permanezca. Algunos como monseñor Munilla desearían que la blasfemia fuese delito, pero eso nos llevaría a alguna escena de La vida de Brian. Por cierto, película que ofendió a muchos y sigue haciéndolo ¿verdad Loreta?

La protección de las religiones es fundamental en las poliarquías actuales, salvo que sean perjudiciales para la dignidad humana, pero eso no implica que deban estar por encima de otros tipos de manifestaciones sociales. Es paradójico que muchos de los que se quejan de la medida laica se autocataloguen como liberal-conservadores, olvidando la parte liberal. La legislación ya protege cualquier tipo de injurias, donde caben las cuestiones contra las religiones, pero es que hasta el papa Ratzinger abogaba el laicismo en las sociedades occidentales, siempre y cuando los cristianos-católicos pudiesen expresarse con libertad en el foro público.

Los católicos españoles deberían luchar, sin caer en fariseismos, por ser escuchados en el foro público. Ajustándose al Evangelio y la doctrina de la Iglesia deberían defender sus creencias y las implicaciones sociales que conllevan. La realidad es que están siempre agazapados, escondidos tras troles en redes sociales, esperando que otros les hagan el trabajo sucio y, en demasiadas ocasiones, mostrándose como verdaderos integristas. Pese a que las estadísticas afirmen que los que dicen profesar la religión católica en España son un 55%, la realidad es que los practicantes son un 19% y bajando. Igual, más que estar enredados en cuestiones espurias, habría que hacer otras cosas, tomar otros caminos y no engarzarse al poder esperando que les solvente los problemas. Por pura distribución, en ese poder habrá cada vez menos católicos. El cristianismo es acervo cultural occidental sí, pero ¿qué es socialmente hablando?

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