A lo largo de las últimas décadas se ha dicho que la corrupción apenas pasaba factura al Partido Popular. Ya podían salir nuevos casos en los que estaba directa o indirectamente implicado que su cuota electoral tenía un suelo tan elevado que le permitía continuar gobernando. Sin embargo, la dureza de la sentencia del Caso Gürtel y la condena al PP por ser haberse lucrado de la red de corrupción de Correa, Bárcenas o Crespo, entre otros, o la certificación de la existencia de una Caja B con la que se operaba para financiar obras o campañas electorales, provocó el mayor terremoto que ha vivido el partido conservador español. En menos de un mes perdieron el Gobierno, su presidente dimitió de todos sus cargos orgánicos y renunció a su escaño en el Parlamento. Este movimiento sísmico derivó en un proceso de primarias en el que se enfrentaron diferentes modelos de ver el partido: desde los preceptos ultras del diputado de Ávila García Hernández, pasando por los liberales y demócratas cristianos de Pablo Casado, Margallo o Cospedal, hasta llegar al personalismo y al autoritarismo de Soraya SS. La militancia del PP decidió que al Congreso de los días 20 y 21 de julio llegaran como candidatos Casado y Soraya SS.
A diferencia del resto de partidos en los que la voz de la militancia es «palabra de Dios» y los resultados de los procesos de sufragio son respetados escrupulosamente por los compromisarios designados para certificar la voz de los militantes, en el PP puede ocurrir algo inédito en nuestra democracia: los órganos del partido, es decir, el aparato tendría la posibilidad de determinar que el sustituto de Mariano Rajoy sea una persona diferente a la más votada por la militancia. Esta deficiencia democrática se hubiera evitado si el PP hubiese adoptado el sistema de segunda vuelta del PSOE y, de este modo, sólo se presentaría un nombre en el Congreso. Estas son las cosas de la adaptación de las decisiones dactilares a las decisiones democráticas.
Lo que este proceso demostró fue que la unidad del Partido Popular era ficticia y que, en realidad, sí que existía un debate interno, aunque se encontrara oculto bajo el paraguas del líder.
El Partido Popular, al igual que el PSOE, necesita una renovación, prácticamente una refundación, para poder adaptarse, tanto a los nuevos tiempos como a las nuevas necesidades de la ciudadanía, sobre todo si es un partido de gobierno que, en cualquier momento, tendría que tomar las riendas del país.
Por esta razón, los compromisarios se enfrentan una doble realidad a la hora de elegir a la persona que presida el PP: la renovación ideológica y orgánica hacia un partido del siglo XXI que representa Pablo Casado o un PP basado en el chantaje, los dossiers, la extorsión, el autoritarismo o el entreguismo a las dictaduras privadas que representa Soraya SS.
La juventud de Casado y de su equipo más cercano, Javier Maroto y Andrea Levy, es el diferencial respecto a la candidatura de Soraya SS: el conocimiento del mundo nuevo y de los desafíos reales para la ciudadanía del siglo XXI. Por otro lado, Pablo Casado es el único que podría anular definitivamente la amenaza para el país que significa Ciudadanos, un monstruo dormido que, en cuanto alcanzara el poder, sacaría su verdadera ideología más cercana a los gobiernos de Hungría, Austria o al ministro del Interior italiano que a los de un partido de la derecha democrática. Esto es algo que han visto los grandes analistas de la política internacional, tal y como se vio el pasado viernes cuando toda una ex vicepresidenta del Gobierno de España no fue invitada y sí el político palentino, el único que puede competir de tú a tú y con garantías de éxito contra Rivera quien, poco a poco y por su discurso nacionalista, está cayendo en desgracia para las élites sociales, económicas y políticas.
El autoritarismo de Soraya SS y su entreguismo a las dictaduras privadas, la convierten en la candidata predilecta del Banco de Santander, por lo que, si la ex vicepresidenta lograra ganar el Congreso, su amiga Ana Patricia Botín tendría lo que jamás tuvo siquiera su padre: un partido político con el que hacer y deshacer, sobre todo si el PP lograra recuperar el gobierno. Sin embargo, una victoria de Soraya SS sería una nefasta tanto para España como para el PP. Su autoritarismo y la posesión de dossiers de sus contrincantes políticos o de la oposición interna —algunos de esos expedientes posiblemente ya han sido utilizados para anular candidaturas o aspiraciones— llevarían a que el partido implosionara generando una crisis tan profunda como la de UCD en los años 80 y, lo que es peor, dejando el espacio del centro derecha en manos del nacionalismo ultraliberal de Albert Rivera. Por tanto, Soraya SS es una mala opción tanto para el partido como para España. Hay quien dice que la madrileña sería la garantía para el retorno del bipartidismo. Quienes piensan así no han analizado las nuevas realidades sociopolíticas de los ciudadanos y las ciudadanas que ya no quieren sólo dos opciones con la consiguiente alternancia en el poder. El pueblo quiere que tanto a derecha como a izquierda haya distintas alternativas dentro del respeto ideológico de los pilares de la democracia, algo que en el caso de la derecha se está quedando in absentia por el giro radical y populista de Ciudadanos.
El Partido Popular y España no necesitan a una lideresa que basa su liderazgo en los dossiers, las carpetas, las filtraciones y el autoritarismo en vez de en el éxito de la gestión, algo de lo que ha carecido su trayectoria política cuando Soraya SS ha tenido que asumir responsabilidades de Estado como ocurrió con la gestión del conflicto catalán. En un tiempo en que lo que se espera de la política es el consenso, ¿por qué ante un tema tan delicado se puso al frente a una mujer que se ha caracterizado por ser la antítesis del diálogo? La consecuencia de esa nefasta gestión fue el ascenso fulgurante de Ciudadanos.
Por otro lado, las entrañables amistades de la ex vicepresidenta con el Santander —no hay más que ver que en su campaña la ha acompañado constantemente una ex consejera de la entidad presidida por Ana Patricia Botín, Isabel Tocino, o las personas que han trabajado con ella que han sido fichadas por el banco cántabro (María González Pico, Elena Sánchez o Jaime Pérez Renovales)— hacen temer dentro del PP que se entregue el partido a los intereses de una entidad olvidando que uno de las enseñas del liberalismo económico es la libertad de mercado y la competencia.
Por tanto, los compromisarios tienen la gran responsabilidad de elegir entre dos opciones: los dossiers o la renovación, la crisis definitiva del PP o la refundación basada en los nuevos tiempos. Aquí Soraya Sáenz de Santamaría se encontrará con un problema: el aparato del partido está en manos de quienes no la quieren ver ni en pintura. Por el bien de España, por el bien de la democracia, la elección está clara.