Ayer comenzó el juicio que ha de dirimir si los hijos comprados por Miguel Bosé y su ex-pareja Nacho Palau son hermanos o no lo son en virtud de la genética y de la compra de los mismos. Puede parecerles exagerada la utilización del término compra, pero no es más que el reflejo de la verdadera situación. Bosé se “compró” con su esperma dos hijos mediante los vientres de alquiler y Palau otros dos. Al llegar la separación de cuerpos y almas hicieron con ellos lo mismo que con otras mercancías, repartirlas entre ambos como si fueran servilletas, un cuadro o una cubertería. Estos que son míos, para mí. Y estos que son tuyos, para ti. No hay seres humanos sino mercancías compradas fuera de España porque aquí es ilegal utilizar a una mujer para que geste mercancías humanas genéticamente propias.
Cuando, incluso desde el gobierno (sección morada), se afirma que los vientres de alquiler –gestación subrogada no es más que un eufemismo para que no se compruebe la esclavitud a la que se somete a una mujer- son un derecho no se hace en el sentido de derecho humano, sino de derecho de propiedad. Y como bien saben para los liberales de todo color y signo, el derecho de propiedad es una entidad sagrada. Ninguna persona tiene derecho en sí a procrear, tiene la posibilidad natural o jurídica (adopción) de tener descendencia. Sin embargo, el esencialismo postmoderno, la necesidad de pureza genética (algo muy liberal del siglo XIX) quieren colar como humano lo que no es más que una pieza más del mercantilismo extendido hasta la esclavitud… de las mujeres otra vez.
Que dos personas se dividan los hijos como mercancías debería ser suficiente para que cualquiera, con un poco de raciocinio, compruebe que los vientres de alquiler no es más que otro mercado donde la explotación del cuerpo de la mujer se naturaliza en base a deseos, los cuales bajo el capitalismo se entiende pueden ser comprados si se posee el dinero suficiente. La mujer y los niños comprados no son más que objetos, en ningún caso son seres humanos con derechos humanos. Para cumplir los deseos de un hombre, la mujer tiene que perder sus derechos y los descendientes acaban teniendo la consideración de mercancía, de lujo (¿cobrarán un IVA de superlujo?), pero mercancía al fin y al cabo. Explotación del cuerpo de la mujer (como sucede en la prostitución, por cierto), que es tratada como un mero medio de producción, una máquina de parir, una gestante inanimada, hasta que se gasta y se cambia por otra máquina –con la salvedad de ser humana- y unas mercancías que se pueden devolver si vienen defectuosas. Esto y no las moñerías que intentan vender desde el gaycapitalismo son los vientres de alquiler.
Los deseos de unos pocos transformados en derecho por santa postmodernidad. Algo que, por muy nuevo que lo intenten vender, huele a rancio. Tan rancio como la esclavitud donde seres humanos son tratados como mercancía y/o medio de producción. Tan rancio como imponer los derechos del hombre sobre la mujer en base a una potencia peculiar (en este caso el dinero). Tan rancio como pensar que las mujeres tan sólo son seres gestantes ad maiorem gloria de la raza. El caso Bosé-Palau, que será tratado como alimento de baja calidad con lo que llenar los paladares menos exigentes, es realmente una muestra del tratamiento mercantil de los menores y las mujeres.