En estos tiempos de la política espectáculo se busca con más ahínco que en otros tiempos el simbolismo del poder. Al ser las mentes más laxas en lo que respecta a lo racional, al abastecerse hasta la saturación de contenidos digitales, al desvanecerse las ideologías (con el esfuerzo que llevaba formarse y/o informarse) quedando resumidas en cuatro eslóganes, se busca el impacto de la imagen para mostrar al dirigente de turno como símbolo de algo que pueda ser valorado en ese instante. Sí, instante porque la fugacidad es casi norma de lo presente. En el teatro de la política espectáculo todo es como uno de esos monólogos que van soltando chistes sin ton, ni son para hacer carcajear a las personas porque sí, buscando lo fácil, la anécdota y perdiendo de vista la historia general. Así funciona la política en estos tiempos de saltar de un tema a otro, de una campaña en redes a otra, de una propuesta vana y vacía a otra, impidiendo construir un discurso (emancipador o conservador) y quedándose en el relato sin chicha, sin sustancia, pero buscando alimentar emociones cortas o buscando elementos simbólicos.
En ese teatro de lo simbólico, por medio de una imagen, los dos dirigentes máximos de los partidos de la derecha (extrema o ultra) han ofrecido a sus huestes dos imágenes, dos elementos de búsqueda de lo simbólico, dos intentos de conexión con el inconsciente colectivo o, simplemente, dos formas de disfrazar al actor político para que su puesta en escena sea más epatante. Santiago Abascal, por comenzar por el más reciente, tras su fiasco con el primer intento apareciendo en una mesa casi vacía y con un bote de pimentón (lo que ha provocado un sinnúmero de chanzas), ha buscado otra imagen haciendo que trabajaba duro. Vamos, lo que no ha hecho en su vida. En la imagen se ve al dirigente de Vox atento, con el ceño fruncido intentando mostrar concentración, a su ordenador. Sobre la mesa, la cual ha cambiado por una de madera que simboliza menos modernidad y más sobriedad, una serie de enseres situados a modo de attrezzo teatral pero buscando elementos simbólicos. Hasta aquí todo normal y coherente en la mente del guionista y en la puesta en escena buscando el simbolismo del dirigente preocupado por su país. Una rememoración de la lucecita encendida del Pardo que se utilizaba en oros tiempos para un fin similar.
El problema es que la puesta en escena ha resultado ser un gran fracaso por no cuidar los detalles. Fruncir el ceño, en lenguaje corporal, no es símil de concentración sino de recelo y sospecha. El rictus de la cara, además, denota que está actuando. Error además el utilizar un ordenador de cierta marca que en la tapa tiene el logo. En los antiguos se encendía y ahora está opacado. Apagado o encendido, la realidad es que ha sido motivo de risas y de burla. Por parecer moderno y que se está al tanto de las “trapacerías” del Gobierno socialcomunista, acaba su imagen destrozada por un error tan simple. Tanto intentar aparentar esfuerzo y dedicación para que un simple logo te destroce el paripé. Pero no es lo único. Ese Jesús en pose de crucifixión pero sin cruz en la mesa, ocupando un gran espacio de una esquina de la misma, se nota que es attrezzo (como el León). Sin duda Abascal tiene unas firmes convicciones religiosas y eso no es criticable, es libre de creer o no creer, de tener signos religiosos (aunque Yahvé en el monte Sinaí ya advertía contra la idolatría) o no, pero que ocupe media mesa de trabajo es exagerado hasta para la gente de hazte Oír o El Yunque. Además es un Cristo muy setentero, muy de la Teología de la Liberación, muy progre si lo prefieren para alguien como Abascal. Busca conectar con la ciudadanía cristiana (especialmente la católica) y le sale estrambótico. A ello súmenle un montón de libros apilados para denotar curiosidad intelectual pero son todos tomos gruesos, como manuales y con una encuadernación que vislumbran años de estantería. Y no es que Abascal no lea, lo hace, es que resulta grotesco. Una imagen para ser utilizada como símbolo y acaba siendo pasto de la mofa y la befa.
Lo mismo le viene pasando a Pablo Casado. Aquella imagen suya sentado leyendo un libro, en inglés además, de Yuval Noah Harari, el famoso historiador israelí, se notaba que era impostada. Ya es extraño que el presidente del PP lea. No se le ha escuchado nunca una recomendación literaria o ensayística más allá de las típicas listas prefabricadas de autores de la derecha, así que aparentar leer un ensayo y rodeado de libros de diseño y tomos grandes de fotografía no es que dote un carácter muy intelectual. Extraña también que lea autores tan postmodernos y progresistas como el israelí, quien sostiene tesis radicalmente opuestas a las que Casado suele relatar. Cierto que no hay nada mejor que conocer cómo se mueve el adversario para conocerle, pero es que tampoco ha dado muestras de conocer a los autores, aunque sean los más destacados, de la derecha. Y haberlos haylos, muy buenos, antiguos y modernos. Para más inri, el presidente del PP gasta gafas en los últimos tiempos (la presbicia es muy mala) para leer en el Congreso de los diputados sus anotaciones, por lo que resulta extraño verle leer sin gafas. Pose y postureo para, sabiendo que están bajo sospechas sus logros académicos, parecer lo que no es. Cuando no tiene porqué aparentarlo ya que no tener conocimientos intelectuales no impide ser presidente del Gobierno, tampoco los tenían otros antecesores. Empero sí muestra una mentalidad débil, un saberse menos, una debilidad que no debería mostrar a los contrincantes.
Lo más probable, y ahora verán porqué, es que la mayoría de esos libros que le rodean sean regalos de editoriales (lo suelen hacer con algunos políticos) y como lucen bien los utiliza para configurar el attrezzo de su actuación teatral. La búsqueda del espectáculo y el simbolismo de ser un dirigente político preparado y con inquietudes. Extraña menos que lea a Arturo Pérez Reverte, que en temas históricos es más sencillo de digerir, que a Thomas Piketty. Sí, porque también lee al economista progresista francés. Si se fijan en el vídeo del tuit que se ha incorporado, los libros que hay a la espalda de Casado (abajo a la izquierda según se ve) son de Harari y Piketty. Dos autores progres y el segundo muy pesado de leer. Aparece el último libro del francés, Capital e ideología, que es bodrio lleno de datos y de correlaciones archisabidas que llevan al monotema del autor. Lo curioso es que llevando en el título la palabra ideología no dedica más que una página a la misma. ¡Una! Lo curioso, no del libro, es que ese tipo de lecturas parecen regalos, como lo son los tomos de FAES que a veces se observan en su despacho genovés. No ha cuidado el attrezzo para sus actuaciones y se nota. Buscando aparentar lo que no es, ni tiene porqué ser, acaba destruyendo su propia imagen. Una pantomima teatral más de la política espectáculo que se extiende por todo el espectro.
Harari no tiene nada de progresista, es justo lo contrario, se trata del nuevo gurú de la derecha mundial, un ultrarevisionista que pretende reescribir la historia del mundo y que alaba las grandezas de los que considera tres pilares de la civilización occidental: los imperios (“la mayor parte de las culturas actuales se basan en herencias imperiales”, “el imperio español no trajo sobre los habitantes nativos más que ventajas”); el dinero («el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que jamás se haya inventado”) y la religión («la gran unificadora de la humanidad», en esto tiene razón, aunque olvida decir que desafortunadamente). Por si alguien tiene dudas del carácter negacionista de este historiador -que guarda un silencio atroz en sus libros en relación a las barbaridades que Israel comete contra los palestinos- he aquí una perla que, con «alguna» modificación, podría firmar el mismísimo Hitler: “Los salvajes germánicos y los rebeldes galos habían vivido en la inmundicia y la ignorancia hasta que los romanos los amansaron con la ley, los limpiaron en baños públicos y los mejoraron con filosofía”. Ahora resulta que los romanos no usaron la violencia para amansar a los demás pueblos, ni tampoco las leyes romanas fueron un instrumento de legitimación del dominio de unos hombres sobre otros, ni la filosofía ha nacido como imposición de una ideología patriarcal. En cuanto a los baños públicos, ahora resulta que los romanos trajeron el agua caliente al mundo. En realidad la cultura que nos ha traído hasta la actualidad se ha abierto paso a pesar de los imperios y de gente como Hitler o el tal Harari, y no digamos ya de su supuesto lector.