Desde el año 1994, en que el futuro presidente de Venezuela y máximo líder de la revolución bolivariana Hugo Chávez visitara Cuba, quedó sellada la gran alianza estratégica que ya dura casi un cuarto de siglo. Chávez, que acababa de intentar derribar mediante un golpe de Estado a la frágil democracia venezolana, fue recibido por Fidel Castro con honores de Jefe de Estado, agasajado en las máximas instancias institucionales y señalado como el único interlocutor válido para las relaciones entre Cuba y Venezuela en el futuro. Castro pasaba uno de los peores momentos de su historia, la dictadura parecía llegar a su fin tras el derrumbe de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. El régimen estaba más aislado que nunca en la escena internacional, estaba desahuciado políticamente en el mundo,
La llegada de Chávez, un golpista elevado a la categoría de héroe revolucionario por el decrépito régimen cubano dio esperanzas a Castro de que podía continuar con su fallida lucha en todo el continente por expandir el comunismo. Castro siempre desdeñó la vía electoral y trató de acelerar ese proceso apoyando a numerosos grupos terroristas que empleaban la violencia y la lucha armada para llegar al poder por la fuerza. Fracasó siempre –a excepción de Nicaragua, donde los errores de Somoza llevaron a su caída- pero el proyecto nunca se abandonó y siguió su curso hasta hoy.
Chávez, que ya apuntaba maneras de dictador pese a que había comprendido que su futuro político pasaba por las urnas y no por las armas, vio en Castro a su mentor político y en el modelo cubano –si se le puede llamar así a esa colección de fracasos en todos los órdenes- el camino a seguir en el futuro si finalmente llegaba al poder en Venezuela, algo que conseguiría más a tenor de los deméritos de una clase política tradicional incapaz de ver los peligros que se cernían sobre el país que por méritos propios. Chávez fracasó en el golpe de Estado de 1992, que provocó decenas de muertos todo hay que decirlo, pero tuvo éxito en el 1999 a merced de los votos que le llevaron al poder.
El pecado capital del chavismo en sus orígenes es que nunca se miró en los modelos exitosos de la izquierda europea de corte socialdemócrata y en los procesos de reforma y ajuste llevados a cabo por otros socialismos, como el chino y el vietnamita, sino que integró en su corpus ideológico las fracasadas y trasnochadas ideas del socialismo imperante en la isla-prisión de Cuba y del difunto bloque ex comunista de Europa del Este. Este conjunto de prácticas políticas y sobre todo económicas en lo que se refiere al manejo del país son las que, una vez puestas en prácticas tras la llegada al poder de Chávez en 1999, han llevado al colapso total de la economía venezolana y un desastre social inimaginable hace años en Venezuela y de unas magnitudes desconocidas en todo el continente.
No hay una “guerra económica” del mundo contra Venezuela, como argumenta el régimen chavista que ahora lidera el sátrapa Nicolás Maduro, sino el fracaso continuado durante estos dieciocho años de “revolución bolivariana” en la aplicación de una serie de medidas económicas absolutamente inútiles que han llevado al desabastecimiento, a la fuga de capitales al exterior, al abandono de la producción en el campo y en la industria, a la falta de iniciativa privada tanto nacional como foránea y a una caos predecible porque en economía sin confianza no hay nada. Y, precisamente, lo que menos han generado Chávez y Maduro en estos años de desgobierno, corrupción, inseguridad, represión cuartelera e improvisación manifiesta, ha sido confianza. El lema de los tres millones de venezolanos que ya han huido del naufragio socialista en que se ve inmerso el país es ¡sálvese quien pueda! Los resultados del experimento eran predecibles pues ya habían sido probados con consecuencias parecidas en el extinto bloque ex comunista y en la difunta patria soviética fundada por Lenin. También en Cuba, cuya economía se sustentó durante varias décadas a merced de las ayudas, la energía y las dádivas entregadas por Moscú generosamente para un régimen incapaz de producir nada y generar riqueza, bienestar y prosperidad para los millones de cubanos presos en esa gran ergástula en la que se convirtió la isla.
La dependencia económica de Cuba con respecto a Venezuela
Así las cosas, y cuando Cuba se precipitaba hacia el abismo y la situación era más crítica tras haber cerrado Castro el grifo de las reformas, la llegada de Chávez al poder de una forma inesperada en unas elecciones en Venezuela se convirtió en la gran esperanza para el régimen de los hermanos Castro. El país, sin duda, no era Nicaragua, uno de los países más pobres y atrasados del continente, sino que albergaba las mayores reservas petroleras del mundo y era uno de los más adelantados del continente. Producía cuatro millones de barriles de petróleo diarios y tenía ingentes reservas financieras en divisas internacionales, justamente lo que más necesitaba en esos momentos la agónica dictadura de los Castro.
Nada más llegar Chávez al poder, visitó La Habana y comenzó la profunda relación entre ambos regímenes. Se firmaron abundantes acuerdos de cooperación, tratados y se pusieron en marcha numerosas iniciativas, pero el punto fundamental de esta estrecha relación sellada por los dos líderes –Castro y Chávez- pasaba por el envío directo a Cuba de entre 60.000 y 100.000 barriles de petróleo diarios a precios de risa en el mercado internacional. Con este envío, aparte de suplir las acuciantes necesidades energéticas de la isla, el régimen cubano se garantizaba su supervivencia a través de la venta a precios ya del mercado internacional de una parte de esos miles de barriles entregados casi gratis por parte de Venezuela. Vendían una parte de esa entrega sin ni siquiera pagarla cuando el barril llegó a estar por encima de los cien dólares. El negocio, desde luego, era redondo para Cuba, pero un desastre para la economía venezolana tal como se reveló más tarde. Cuba sobrevivió a duras penas, mientras Venezuela se sumió en la oscuridad más profunda.
A cambio de ese petróleo, tan generosamente entregado por Chávez a Cuba y otras países del continente a cambio de su apoyo político en todas las instancias internacionales, el régimen cubano aportaría a la isla un contingente médico formado por unos 35.000 profesionales, un aparato de seguridad y militar permanente para apuntalar a la ya incipiente dictadura venezolana –el número de sus miembros se calcula entre los 5.000 y los 6.000, cubriendo la protección personal de Maduro y otros líderes del corrupto ejecutivo “bolivariano”- y el apoyo y asesoramiento para crear un servicio de inteligencia (y represión de la oposición) siguiendo el modelo cubano, tan exitoso y eficaz durante estos largos 58 años en la persecución de los disidentes políticos y en la desactivación de cualquier movimiento político que surgiera en la isla de corte democrático.
Muy pronto, ambos países, pero muy especialmente la Cuba comunista, cuyo futuro estaba ligado a la supervivencia de Maduro tras recibir la herencia envenenada de Chávez tras su muerte, comprendieron que sin la supervivencia de este modelo estratégico sucumbirían y sería el final. Venezuela, por obra y gracia primero de Chávez y luego de Maduro, se acabó convirtiendo en una colonia cubana y calcó fielmente su régimen cuartelero y represivo para mantener en el poder a una casta ligada al narcotráfico a través del Cartel de los Soles –ya con dos sobrinos del dictador Maduro detenidos en Florida- y otros turbios negocios.
Maduro ya no tiene quien le escriba a excepción de Castro
Los desastrosos resultados obtenidos a la vista están y son constatables en todos los órdenes. Venezuela se ha acabado convirtiendo en una dictadura brutal y criminal, que ya ha asesinado en las calles a más de un centenar de ciudadanos desarmados que protestaban por el actual estado de cosas que vive el país, la economía es una calamidad en todos los órdenes y los indicadores del país -800% de inflación este año y un decrecimiento económico cifrado entre el 7 y el 10%- son los peores del mundo y, finalmente, no se atisban señales de esperanza en el horizonte, toda vez que ya el régimen de Maduro ha abandonado toda posibilidad del retorno a la normalidad democrática y está dispuesto a usar las armas contra sus ciudadanos para mantenerse contra toda lógica política en el poder.
Por suerte, algunas cosas han cambiado en el continente y en el mundo y ya una buena parte de la izquierda no cree en Maduro, al que consideran un vulgar dictador y el representante genuino de tiranía absurda, responsable de incontables crímenes y absolutamente fracasada. Maduro ya no tiene a nadie quien le escriba en el continente a excepción de Castro y, claro está, algunos ilusos e hipócritas de Europa que se creen todavía los cuentos del régimen sobre la “guerra del Imperio” contra Venezuela y la conspiración internacional tejida por Madrid, Bogotá y Miami (¿?). Se trata, en definitiva, de justificar la perfidia a su pueblo con los más inauditos argumentos y de defender lo indefendible a estas alturas de la película, mientras en las calles de Caracas se sigue regando la sangre de decenas de jóvenes que se resignan a vivir el resto de sus vidas en un país sin esperanza ni libertad. Ni vida.