Murió Julio Anguita que, gustase más o menos, siempre tuvo esa aura de coherencia entre lo que pensaba y lo que hacía. Quedará para el recuerdo su “programa, programa, programa” y que tras abandonar la política activa por problemas cardiacos, esos mismos que le han llevado a fenecer, no buscó cobijo en alguna fundación, algún chiringuito político, sino que regresó a la enseñanza. Son numerosos los políticos que han hecho ese recorrido, pero en el caso de Anguita es verdad que estuvo en la pomada. Utilizado por la derecha contra Felipe González, algo que le molestaba sobremanera, vilipendiado por este motivo por parte de la izquierda y entregado a las nuevas generaciones del 15-M, sin renunciar a su carnet del PCE, se ha marchado con discreción dejando un buen número de discípulos de corazón. Especialmente importante, más allá de la Europa de los mercaderes, de las posiciones estratégicas tomadas en algún momento, es el constante apremio a la militancia (interna y externa) y a toda la clase trabajadora de estudiar y estudiar para comprender el mundo y enfrentarlo.
En España se suelen dar unas despedidas a los muertos magníficas tanto que si Anguita hubiese concentrado tanto voto como personas dicen haberle votado en los años 1990s, raro es que no hubiese sacado mayoría absoluta. Es una simple curiosidad pero no la única de las que deja su muerte. Hipocresía, acercamiento de la figura del finado hacia las propias posiciones y mucha loa para elevarle a los altares hoy y mañana olvidar lo bueno que pudo dejar. Raro es que José María Aznar no haya aparecido para darle las gracias. No porque en realidad existiese esa pinza, fue mucho más simbólico, sino porque gracias a estar él a la izquierda de González pudieron infectar a la izquierda hablando de buenos y malos izquierdistas para a continuación, una vez tomado el poder, señalarlos como comunistas peligrosos y detestables (mientras se morreaba en el hotel Majestic con Jordi Pujol, el del 3%). Pero sí que ha aparecido su hijo putativo y político Pablo Casado a decir algo. No puede callarse ni debajo del agua y no ha dudado en dejar su mensaje de condolencia: “Mis condolencias a la familia y amigos de Julio Anguita. Un político que ha defendido sus ideales con pasión en la España democrática, plural y abierta que todos queremos. Descanse en paz”. Un mensaje de trámite pero con puyita incluida a la izquierda política actual, derivado todo de sus pensamientos impuros y desviados eso sí. Una España democrática, plural y abierta afirma el nesciente presidente del PP, algo en lo que Anguita no hubiese estado de acuerdo y, cuando menos, le habría dicho “¿Qué democracia?”, “¿Qué pluralidad si se insulta a los comunistas (o los que aparentan serlo)?” o “¿Abierta a qué? ¿A Estados Unidos como fuerza imperial?”. Curioso esa proyección en el finado de la propia posición ideológica cuando podría ser hasta antagónica. Un mensaje de condolencias utilizado para afirmar la propia posición. Ya lo hizo con Alfredo Pérez-Rubalcaba de forma infame, ahora ha sido moderado para lo que es su estilo.
Ese tipo de proyección de la propia posición en la del finado le ha pasado también al presidente del Gobierno Pedro Sánchez, quien batalló desde las Juventudes Socialistas contra Anguita y sus propuestas cuando era meritorio. “Lamento profundamente la muerte de Julio Anguita. Un hombre coherente, honesto, siempre crítico, que defendió de manera incasable la igualdad y la justicia social” ha dejado por escrito el presidente, este sí, de verdad y no el encargado del sinsorgo, del Gobierno. Un mensaje normal, reconociendo la crítica pertinaz del finado pero el final es una asimilación de la propia posición política. La igualdad y la justicia social las defendió Anguita sin lugar a dudas, pero es raro que se expresase en esos términos y lo que entiende Sánchez por igualdad y justicia social sea lo que pensaba el fallecido. Es un mecanismo psicológico típico, no como el de Casado que iba encaminado a hacer daño, proyectar en el recuerdo las propias ideas. Es una especie de refuerzo inconsciente que dice “eras de izquierdas como yo, pero esto es lo que realmente hay que defender”. No hay maldad como en otros mensajes, pero no deja de ser curioso el funcionamiento de la mente.
También hay mensajes que se lanzan para quedar bien, por aquello del que dirán y acaban más diciendo de quien lanza el mensaje que de a quién iba dirigido, como es el caso de Inés Arrimadas. Para salir del paso ha dejado escrito: “Aunque no compartiera sus ideas, Julio Anguita ha sido una figura de indudable relevancia en la política española de las últimas décadas. Mi sentido pésame a su familia y compañeros. Descanse en paz”. Todo lo que destaca del finado es haber sido relevante. Arrimadas demuestra cual es el marco mental político en el que se mueve, ser o no ser relevante, el resto no importa. Si ha sido coherente con sus ideas, honrado, sencillo o culto es una nimiedad frente a ser relevante. Un poco más y le compara con cualquier choni de las que salen en los programas de la televisión (en tertulias o programas del colorín ya que son indistinguibles). En la derecha poco más porque eso de sentir pena por la muerte de un comunista o socialista es algo tabú, incluso los ha habido que se han alegrado. Lo normal en la derecha montaraz y cavernícola. En ABC por no dejar de dar la nota, como suele ser habitual en el diario dirigido por Bieito Rubido, no han tenido otra ocurrencia que titular de la siguiente forma: “Muere Julio Anguita, el dogmático que caía bien”. Insultando al finado, al menos desde su mentalidad dogmática, y recordando que caía bien como cualidad. Cierto es que les cuesta escribir algún epíteto agradable a cualquier persona de izquierdas y como les sirvió en su momento para la Conspiración, sueltan que caía bien. Eso sí junto a dogmático que es algo que en la derecha parece ser malo aunque no hay mayores dogmáticos del neoliberalismo, del capitalismo y del imperialismo que ellos y ellas. Era dogmático porque era de izquierda y algo así como marxista. ¡Intolerable! Hay que ser liberal como poco. El problema es que en realidad es hasta un elogio visto desde la izquierda, porque significa que no se doblegó a los cantos de sirena.
En la izquierda mucho pesar, muestras de dolor y camaradas con los que se peleó con dureza que le han recordado sin esconder las diferencias. En los mensajes finales podrán ver de todo un poco. Lo curioso es que un destrozado Alberto Garzón también ha hecho esa proyección de sus propias posiciones con respecto a las supuestas del finado. Evidentemente para todo el comunismo andaluz es un doble golpe, pero el ministro de Consumo ha dejado alguna perla que es necesario recordar en un artículo ad hoc en el medio liberal El País: “Julio y el hilo rojo”. En el mismo expresa, más allá del dolor, algunas de las cuestiones que Anguita siempre tenía en mente como la organización de la sociedad civil (en torno a EL PARTIDO, que siempre se les olvida a la dirección actual), la lucha en todos los frentes (incluso pidiendo a los intelectuales que se mojasen en la lucha de verdad) o la racionalidad como elemento de deliberación (“Julio aspiraba a que la política se convirtiera en el arte de la deliberación racional, del legítimo choque de ideas del que saldría triunfante la posición correcta”). Racionalidad apoyada en lo material cabría añadir y no en el idealismo empirista que parece ser el hábito de los últimos tiempos. “Conviene recordar que Julio nunca sacralizó nada. No lo hizo con su partido, pues detestaba el patriotismo de siglas, aborrecía de los continuos idus de marzo que tenían lugar dentro de las organizaciones, y prefería la lealtad a las ideas y a la razón. Pero tampoco sacralizó su propia figura y dedicó muchos esfuerzos a estar alerta frente a ese riesgo” declara Garzón. Aquí es donde aparece la proyección de la personalidad garzonesca. Ha hecho justo lo contrario de lo que le dijeron pero él lo presenta como si hubiese seguido al dedillo esa recomendación. Cosas de la política. Al menos no ha sido tan ruin como Pablo Hasel.
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