Óscar Puente puso en evidencia a Noelia Núñez por mentir descaradamente en su currículo —realmente en todos sus currículos— y ha obligado a la pepera a dimitir de todos sus cargos. Desde el PP han salido en tromba a decir que no son como los del PSOE y que en cuanto se les pilla que han mentido dimiten. Igual se han lanzado demasiado rápido a ponerse medallas éticas porque tienen como presidente de la Junta de Andalucía a un señor, Juan Manuel Moreno Bonilla, más conocido como «el suavón», que ha mentido reiteradamente en el suyo y no dimite, ni nadie se lo pide. Pasó por licenciaturas en Turismo, gestión y cursos hasta no tener ni un mísero estudio superior. Un vividor de la política como tantos otros, por ejemplo, José Zaragoza del PSOE.

Si cualquier cargo público miente en algo tan banal como un currículo, que cualquier funcionario podría verificar dentro de la privacidad debida, ¿qué se puede esperar del resto de cuestiones importantes? El caso de Pilar Bernabé, delegada del gobierno en Valencia, también es sangrante porque nadie pidió su dimisión tras inventarse dos carreras. Y, cuidado, que este caso es bastante más grave porque para ser delegado, aunque legalmente no lo sea, se deberían tener ciertos estudios pues las materias de las que se es responsable así lo exigen. Para estar en política vale con ser honrado y saber leer y escribir, hasta ciertos niveles donde se exige cierta pericia, pero lo que no se puede consentir es la mentira. Núñez ha dimitido —no lloren por ella que la colocarán en cualquier lado—, Bernabé debería hacerlo mañana. Y al otro día Patxi López que dice haber estudiado Ingeniería Industrial y todo el mundo sabe en Bilbao que en cuanto entró a la primera clase de cálculo le dio un vahído del que nunca se ha recuperado.

Esther López, portavoz del PP, ha insinuado que Pedro Sánchez debería hacerlo por plagiar su tesis doctoral. ¿Tiene las pruebas y las ha llevado a un juzgado? Que todo el mundo sepa que esa tesis doctoral no es trigo limpio, por investigaciones periodísticas, no quiere decir que se haya probado el plagio. A los tribunales a demostrarlo y luego a pedir responsabilidades y retirada de título. Como también se podrían mirar otras tesis sospechosas de dirigentes del PP, como Francisco Camps, o carreras hechas en universidades o departamentos con cierto olor a tufillo. Vamos, de esas que pagas y tienes el título. Como la Fernando Marroquín, que Isabel Díaz Ayuso permite funcionar en Madrid, y que tenía entre su profesorado a Núñez, quien carece de cualquier titulación para ello, mucho más cuando pretendía oficiar en Ciencia Política —y no, ser político no sirve de nada para esa carrera—. Como los medios de derechas criticaban de Begoña Gómez, con razón, pero ahora callan y se tapan. Si no se tiene un mínimo, no se pueden dar clases en la Universidad. Y ya.

¿Por qué esta pretensión de aparentar? Marcelino Camacho o Nicolás Redondo no necesitaban demostrar nada en sus currículos para ser políticos y no comegambas. Desde luego hay una situación consustancial al sistema en el que se vive. No es tanto narcisismo, que también, sino el aparentar constantemente lo que no se es porque parece que es exigencia seguir ciertos estándares marcados por el propio sistema. ¿No tienes títulos universitarios? No eres apetecible en política, salvo que te acuestes con alguno o alguna o seas amigo de ciertas familias, entonces hay que aparentar. Hoy te inventas que estas/has estado estudiando el doctorado, como Díaz Ayuso aunque es evidente que no llega al mínimo intelectual para ello, y mañana subes una foto al Facebook/Instagram con filtros.

Sí porque muchos y muchas de las que se quejan en redes sociales o medios de comunicación también mienten. Saturan sus imágenes de filtros. Se inyectan colágeno, y lo que no es colágeno, para aparentar ser más jóvenes —aunque acaben pareciendo la momia de Tutankamón—, reducen caderas con la IA, se ponen pechos (ellas y ellos), y utilizan viagra en cuanto se descuidan para demostrar no se sabe bien qué fiereza —lo reducen todo al pene y se olvidan de otras artes amatorias—. ¿No es eso mentir? ¿No están engañando a los demás? ¿Qué nivel de exigencia piden a los demás cuando no lo tienen con ellos mismos?

Como quienes utilizan microaudífonos para que les vayan dictando lo que decir en una charla o un parlamento ¿no engañan? O cuando los parlamentarios llegan hasta con las contrarréplicas escritas ¿qué significa eso? Un individualismo atroz que sólo da importancia al yo, por mucho que digan. Les importa poco o nada lo que el otro tenga que decir, van a lo suyo. Es como cuando le preguntan a Ayuso por la sanidad en Madrid y responde que Sánchez es un corrupto. ¿Por qué esos medios, que se ponen tan dignos para algunas cosas, no le echan en cara esa carencia ética y política? Aquí es por dinero, pero también por no perjudicar la hipostatización política. Se crean, desde lo abstracto, imágenes falsa. Y da igual que sea un currículo, un filtro o un personaje.

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