«Lo verdadero ha dejado de existir en casi todas partes o, en el mejor de los casos, se ha visto reducido a la condición de una mera hipótesis que no puede demostrarse jamás. La falsedad sin respuesta ha dejado hacer desaparecer la opinión pública«
Guy Debord
La situación, agravada por la pandemia, puede calificarse de alarmante en los medios de comunicación. Si hace una semana nadie replicó a Pablo Casado cuando mintió al decir que en España había cinco millones de parados, o al decir que el Banco Central Europeo da a España 300.000 millones todos los años, ayer mismo telegrafiaban las palabras del vicepresidente segundo sobre hacer prevalecer el interés general bajo el poder de la fuerza. Como ven dos políticos opuestos que no son replicados por los periodistas, ni los columnistas cabe añadir, y que no hacen sino perjudicar el bien común. ¿Qué es el bien común? Algunos dirán que cuando menos (o cuando más) la democracia, la salud y la libertad de las personas, pero en realidad no es más que un convencionalismo para describir aquello en que cada cual está de acuerdo al vivir en sociedad o se ha logrado mediante un proceso de deliberación –que dirían los muy filosóficos abstrayendo un debate elitista-.
En la protección de ese bien común, como se ha visto allí donde el populismo campa a sus anchas arrogándose ese interés general (que sólo ellos saben determinar cuál es), deben participar todas las personas que participan en los medios de comunicación. Da igual si se es un plumilla que patea las calles y ruedas de prensa, como si se es un famoso director o directora de periódico o un columnista que expresa su opinión. En todos los casos habría, porque no se hace, que intentar exponer la verdad. En términos popperianos, como dice la frase del comienzo, eso sería imposible –aunque es posible acercarse y mucho a ella pese a que no le guste a las élites-, pero cuando menos habría que ofrecer alguna certeza sobre la realidad. No vale con afirmar que todo es muy complejo, o que las sociedades actuales están entretejidas de complejidad. Pese a ello cabe buscar líneas de solidez a lo que se publica. Si existen las noticias falsas o los bulos es porque desde los “medios serios” se ha permitido y jugado al periodismo espectáculo.
Éticamente cabe preguntarse ¿se debe publicar todo lo que dice o hace la clase política? Siempre entendiendo que no se lamina la libertad de expresión o la crítica necesaria en un sistema que debería ser pluralista. Que alguien en una columna de periódico mienta (decir que estamos en una dictadura, que si este o aquel tiene el poder mediático detrás) es denunciable sin duda, por muchos argumentos ideológicos que utilice para ocultar la mentira (da igual si de un lado u otro). Decía John Stuart Mill, pensador y político liberal, que la mentira acaba dañando no sólo a la propia persona sino a todas las que le rodean y que por ello era necesario denunciarlo públicamente y señalar la mentira. Esto es, cuando un político o política miente debería ser denunciado por todos los medios de comunicación sin dudarlo. Cuando alguien miente en una columna (que no es lo mismo que ver la realidad bajo un prisma ideológico propio) debería el director o encargado de la cosa reprender. Sin embargo, da igual el medio de comunicación –algunos en mayor medida- no sólo no se señala la mentira sino que se alienta en busca de dos mil visitas más, de garantizarse el apoyo de este o aquel partido, etc. Lo que debería hacer la prensa no es ocultar o vetar sino exponer que lo dicho o afirmado por esta o aquella es mentira y de la gorda.
Otra cuestión son las tonterías y frases altisonantes que son lanzadas por la clase política a sabiendas para ganarse más cuota o más apoyo de ciertos sectores. Las gentes de las agencias de noticias no tienen más remedio, en muchas ocasiones, que ofrecer esas frases o estupideces por mor de la fidelidad a lo expresado. Pero ¿el resto de medios deben entrar a ese juego? Hace poco se publicó aquí que Escolar y Maestre trabajaban para Ayuso. Los trolls mediáticos, que también existen, saltaron diciendo que eran de muy mucho de izquierdas y que eso no podía ser. El problema es que, como suele ocurrir bastante, no se tomaron la molestia de leer el artículo porque habrían descubierto que hacer noticia todas las tonterías que dice y hace Isabel Díaz Ayuso no es informar es hacerle la campaña electoral permanente en la que está. Este es un ejemplo pero hay mil más de cada partido, especialmente con Vox, que en cuanto dice una salvajada allí que van los zambombos a darle más cobertura. ¿Deben, por tanto, los medios de comunicación caer en el clickbait de los partidos políticos? Sin caer en la cancelación o el veto porque sí, desde luego los medios de comunicación, si realmente aspiran a ser un poder de fiscalización del resto de poderes deberían pensar sobre ello.
Tampoco aporta nada al bien común que “libelos” como La última hora se lancen a la cacería de periodistas bajo el manto de ser un medio de comunicación. Son “prensa de partido” como mucho, pero con el impacto de las redes sociales al final acaban convirtiéndose en, directamente, camisas pardas que destrozan escaparates periodísticos. Peligrosos también es que algunos medios hagan censura en entrevistas porque no cuadren con la ideología de la dirección o de los cabildeos que les apoyan (económica o socialmente), como ha sucedido con Público que censuró una entrevista donde se criticaban los vientres de alquiler –ante el escándalo hubieron de reconocer el error, pero indica bien cómo se mueven algunos medios-. Si se entrevista a alguien y dice que “Hitler ayudó a limpiar Europa”, la entrevista termina ahí y no se publica si el periodista tiene alguna ética. Si el director o jefe obliga a publicar no se pueden quitar las palabras, no puede haber veto, para sonrojo del responsable superior eso sí.
Esto es algo que ningún periodista o columnista reconocerá como un problema. La desinformación real está tan extendida, debido a la lucha de banderías de los medios de comunicación en un entorno tan hostil e inmediato, que nadie reconocerá que la ética ha dejado paso a la estética en la profesión. Desinformación sí porque existe tal abundancia de información, sesgada casi toda, que la información aparece casi como el bulo en sí. Si la modernidad está dejando algo es aquello que decía Feuerbach en el siglo XIX sobre las preferencias de su era: “la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad”. En un periodismo tan instantáneo la imagen vende sin contexto, se copia sin pudor y todo es representación dentro del espectáculo. Y en buena parte es culpa de los medios de comunicación y su encarnizada competencia por ser el primero en ofrecer la tontería más grande del momento.
El bien común está en peligro no por culpa, o no sólo por culpa, de una clase política bastante pobre -llena de aparateros y sumisos que no tendrían mejor vida fuera de la política- sino también por unos medios de comunicación incapaces de frenar los juegos de aquella. El amarillismo es un problema, pero el carecer de ética para poder establecer una especie “veto propio” que permita educar o encauzar a la clase política también lo es –hacer ver que no todo vale para salir en los medios-. Claro que viendo portadas del ABC alarmando sobre un dictadura del gobierno se entiende que se vean incapaces no ya de acercarse a la verdad, es que ni a la realidad por compleja que sea. Es bueno y necesario que haya diferencias ideológicas en los medios de comunicación –algo que se está perdiendo en la televisión con el fraude izquierdista-, más hacia un lado u otro, todo ello permite al poder no acomodarse. Lo que no es tan admisible es la falta de ética y que bajo la libertad de expresión quepan la mentira, la difamación y el destrozo social.