Siguiendo con cierta melancolía que empezásemos ayer a describir respecto a la vida política, en su sentido amplio, hoy es necesario hablar de la transformación de los partidos políticos en otra cosa, en otro tipo de estructura de poder, que no sólo perjudica a la democracia en general (exacerbando la tendencia al espectáculo y a la inanidad), sino a la izquierda en particular. Si rebuscan dentro de ustedes, en sus recuerdos, aunque en España quedan más limitados por la dictadura, seguramente recuperarán imágenes, sonidos e historias que les traerán al presente grandes mítines (ahora se exagera 7.000 personas cuando eso era casi habitual no hace mucho), peleas ideológicas en el interior de los partidos y discursos profundos que no caían en el olvido a los dos minutos de haberlos expuesto. Dirán que es culpa de la postmodernidad, de lo líquido o vaya usted a saber qué. Evidentemente ha habido una transformación paralela en el sistema político a los avances técnicos y a los cambios producidos en la base del propio sistema de dominación (con lo económico como determinante en última instancia siempre). El problema es cómo han afectado todos esos cambios a la propia concepción democrática y al juego político que se deriva de ello.
En términos generales podemos decir que se ha pasado, por esa transformación, del partido político al movimiento político en un orden de continuidad de cambios estructurales y los propios del campo político. Por decirlo con los términos de Pierre Bourdieu, los cambios en los habitus de las personas también se han producido en el campo político no como un proceso de causa-efecto sino como un proceso paralelo en el que hay influencia de uno a otro sin lugar a dudas. En este caso no es que haya habido un progreso que haya mejorado la democracia en sí, bien al contrario se puede decir que ha habido un proceso de regresión en numerosos aspectos democráticos como ahora veremos al analizar la transformación de los partidos políticos. Se piensa que hoy hay más democracia en los partidos políticos (debido a los procesos internos de votaciones y primarias) cuando la realidad es que hay menos y con una expulsión de la ciudadanía del entorno de cada organización política que perjudica al proceso democrático. La estructura política en sí ha acabado debilitándose realmente y es algo que se encuentra en cualquier país occidental (de mayor tradición partidista). Hay una menor calidad democrática no por la acción tenebrosa de la clase dominante, realmente poco han participado en esta transformación en sí, sino por la pérdida de ciertos valores democráticos fundamentales y algunos estratégicos que están más relacionados con la izquierda.
Hay una menor calidad democrática no por la acción tenebrosa de la clase dominante sino por la pérdida de ciertos valores democráticos fundamentales
El control de las áreas de incertidumbre de la organización.
Realmente la transformación de los partidos políticos en movimientos políticos no es similar en todos los países pero tiene unas características comunes. Existen barreras a esa homogeneidad en las distintas estructuras de cada campo político. No es lo mismo en los sistemas presidencialistas, que en los semipresidencialistas, que en los parlamentarios. En los sistemas presidencialistas y semipresidencialistas se ha agudizado mucho más el paso del partido político al movimiento, en muchas ocasiones unipersonal y ligado a un persona con ciertas capacidades comunicativas y el buen uso de las redes sociales (ahí tenemos los ejemplos de Donald Trump en un sistema presidencialista y de Emmanuel Macron en uno semipresidencialistas). En los sistemas parlamentarios también ha irrumpido la transformación pero existen constricciones mayores pues las circunscripciones electorales y el sistema de reparto de los escaños (proporcional, mixto o mayoritario) presuponen la necesidad de tener cierta implantación estatal. Decía el politólogo Xosé Vilas Nogueira que lo que separaba a un partido de otro en muchas ocasiones no era lo ideológico sino lo geográfico, la implantación y presencia territorial es un hándicap para los movimientos políticos como se ha podido ver en el caso de Más País o los problemas causados internamente en Podemos por todos conocidos. Tampoco viene mal recordar a Ramón Cotarelo, cuando se dedicaba a la Ciencia Política con maestría, quien observó que el sistema político español era un remedo del sistema caciquil por su forma territorial. Pero en buena medida todos los antiguos partidos se están moviendo hacia la forma movimiento político como veremos al analizar las áreas de incertidumbre del sistema político de partidos/movimientos.
Estas áreas de incertidumbre, que afectan también lo organizativo, fueron expuestas por primera vez por el politólogo italiano Angelo Panebianco en su libro Modelos de partido (Alianza Editorial). Gracias estas seis áreas veremos cómo se han transformado los partidos políticos en movimientos políticos vaciando de contenido el “partido” en sí y perjudicando a la democracia. Hay que tener presente que, por motivos analíticos, hablamos de modelos ideales y existen numerosas especificidades que cada persona puede adivinar de su partido/movimiento preferido que pueden ser añadidas. Todas estas áreas no dejan de ser receptáculos de poder y, por tanto, disputables en el interior de los partidos para controlarlas. Cuando van perdiendo capacidad se van difuminando como vamos a ver con la primera de ellas.
La primera área que vamos a ver es la financiación del partido/movimiento. La creación por los partidos socialistas y comunistas de partidos de masas tiene que ver con este aspecto. Al carecer de los apoyos que la burguesía prestaba a sus partidos, en buena medida uno obtenía la posibilidad de disputar el escaño si tenía posibles, los partidos de la clase trabajadora recurrieron a las grandes afiliaciones en masa, mediante el propio partido o los sindicatos hermanados, para facilitar todas sus acciones estratégicas. Desde la formación de las bases, enseñar a leer a las personas de la clase trabajadora, pagar salarios a huelguista, publicaciones o simplemente sostener la campaña electoral (cuando les dejaban presentarse), una amplia afiliación suponía tener recursos suficientes. Esto ha ido perdiendo sentido con el paso del tiempo y la decantación de los partidos por financiarse bancariamente (con el peligro de control externo de la clase dominante de las acciones) o por la cartelización de los partidos políticos al depender de la financiación estatal (constituida para cercenar los casos de corrupción, algo que como se puede ver no se ha producido pues si tienes más recursos puedes llegar a más personas) y, por ende, poner en primer plano la consecución de cuantos más escaños o curules mejor. Esto tiene su contrapeso, especialmente en los partidos del extremos centro, en que se pierden ciertas esencias, se genera un falso consenso que no afecta a la posible transformación del sistema y que sí afecta a lo interno pues no se busca ya al candidato o candidata con un discurso más articulado, sino al que pueda obtener más escaños y logre la supervivencia del partido. Se abandona el discurso ideológico y se acaba en la política espectáculo del más guapo, el más estrambótico, etc. De hecho el movimiento, a pesar de algunos intentos de financiación directa de los simpatizantes, tiene este mismo problema, aunque se libra de la mirada de los bancos. Si no hay escaños no se pueden pagar los microcréditos y de ahí a la moderación hay un paso.
Una segunda área es la competencia o el conocimiento experto. Los partidos políticos, antiguamente, tenían una división del trabajo adaptadas a los diferentes campos de experticia. Ahora, en muchas ocasiones, es el dirigente máximo quien contrata a asesores para todo y así mostrarse dominante de muchas competencias. Pero en cinco minutos no puedes aprender lo que lleva años (y se producen las meteduras de pata), lo que se adquiere con la experiencia del día a día (al profesionalizarse pierde contacto con esa realidad) o lo que se acaba conociendo del debate en el seno del propio partido. Ahora es el dirigente máximo y sus expertos (algunos del seno del partido pero la mayoría contratados a buen precio). Esto provoca la pérdida de importancia de la formación dentro de los partidos y el paso al adoctrinamiento en lo deseado por la cúpula del momento. Hoy puede ser verde y mañana amarillo. El militante (que es el afiliado activo que pelea dentro en muchas ocasiones desde posiciones ideológicas fuertes) va desapareciendo y, alentado por los expertos en todo tipo de cuestiones, se requieren activistas. Esto es, personas afiliadas o no que se dedican a transmitir el mensaje del partido, el meme, el artículo sin necesidad de haberlo leído y sin saber qué dice realmente. Sólo debe “moverlo” en redes sociales sin preguntar. Todo lo que diga el partido se transforma en verdad revelada. Una especie de teocracia o secta política donde la doctrina se impone desde arriba y los activistas la “menean”, que para eso hay expertos que son más listos (eso dicen aunque en las sociedades occidentales ya no hay analfabetos como antes).
La tercera área también ha sufrido una transformación que ha afectado a la estructura del partido y, por ende, a su democracia. Esta área es la relación con el entorno o la capacidad de diálogo con las organizaciones de la sociedad civil y de atracción de las personas hacia el partido. Como pueden observar, especialmente en los partidos de izquierdas, las oenegés o lobbies han penetrado hasta situarse en las propias ejecutivas de los partidos y copar buena parte de los escaños. Anteriormente, eran los militantes, en especial los cuadros dirigentes, los que cumplían esta labor de estar imbricados en los movimientos de la sociedad y eran los candidatos y candidatas los que lograban captar a los votantes. Ahora no es el partido el que habla con las organizaciones sino que esas organizaciones se sitúan dentro del propio partido, ejerciendo un veto de experto respecto al debate posible y la ideología del propio partido/movimiento. Quien antes ocupaba la secante marginal de influenciar en el partido y en la sociedad tenía poder, ahora las oenegés usurpan el poder no sólo de relaciones con el entorno haciéndolas desaparecer, porque no les interesa en sí, sino el del experto. Por mucho que la militancia que quede proteste ideológicamente, estos grupos incrustados para hacer lobby desde dentro ponen el veto incluso al debate. La cuarta área, la de comunicación, dada la estructura de medios materiales y de comunicación, recae en el dirigente máximo y las personas de su confianza. Un grupo reducido que controla las redes del partido, que controla lo que se debe decir (aunque siempre haya versos sueltos) y que establece con los expertos cómo decirlo y cuándo decirlo. A diferencia de los partidos políticos donde cada militante, bien formado, era un agente de comunicación. Con los medios electrónicos sólo el partido, es decir, su núcleo dirigente, tiene la razón y la voz. De ahí que los posibles intelectuales se marchen a otros campos y dejen de apoyar a los partidos políticos. No gustan las voces discordantes en ningún partido.
Un vaciamiento ideológico, una eliminación del debate, una constante acción contradictoria y un estar detrás de las demandas que viene dadas por otros actores
El área de las reglas formales (los estatutos y las normas y usos) queda en los movimientos en plena decisión de los dirigentes máximos que adaptan las reglas de juego internas a sus deseos e intereses. Antiguamente, incluso para mover una coma en un Congreso de partido, podía haber una disputa de horas o incluso provocar escisiones. Lo que sucedió a los partidos socialdemócratas cuando abandonaron el marxismo o a los comunistas en su paso al eurocomunismo son disputas no sólo de principios sino de normas y tradiciones de comportamiento en el seno del partido. Ahora lo que diga, producto de una mala aplicación de las primarias, el jefe va a misa y se cambian las reglas sin que haya una sola voz discrepante. Y de haberla se procede al juicio sumarísimo. La última área de incertidumbre es el reclutamiento, algo que ya carece de importancia salvo para decir que se tienen equis números de comprometidos. Anteriormente no sólo eran necesarios para la financiación, para las campañas, para la relación con el entorno y el debate en el seno del propio partido, sino que servían para ir moldeando a la clase política del futuro. Ahora son los dirigentes máximos los que casi prefieren que no destaque nadie en el propio seno y que haya poco reclutamiento (salvo para conseguir puestos derivados como los Consejos Nacionales, Estatales o Comités Federales). No quieren muchas personas porque eso les genera incertidumbre e imposibilidad de controlar la organización. Quieren la ley del mínimo esfuerzo para lo orgánico y cuantas menos personas haya casi mejor. Fíjense en Macron o Mélenchon que prácticamente no tienen militantes, ni contestación interna obviamente.
Pérdida democrática y desaparición de la izquierda.
Hasta el momento hemos tratado la transformación desde una posición relativamente aséptica, con algunos matices que orientaban hacia lo que aquí se va a analizar. Todos los partidos políticos en su paso (más o menos acentuado) hacia el movimiento político experimentan una regresión hacia el ideal que propugnase Auguste Blanqui en el siglo XIX como más eficaz para la revolución. El ilustre dirigente francés establecía que era necesario un partido pequeño, pero resuelto y disciplinado, para apoderarse del poder por la fuerza y, desde allí, utilizando el aparato del Estado, educar a todas las personas e instaurar un orden social igualitario. Si quitan de la frase desde “por la fuerza” les queda lo que hoy son los antiguos partidos políticos. Organizaciones pequeñas y disciplinadas de unos cuadros dirigentes junto a expertos que tienen activistas dispuestos a ayudar en la consecución de cuantos más escaños mejor. Lo ideológico o los fines, que en el caso de Blanqui eran claros, son producto de las circunstancias sin más. El movimiento lo es todo en sí y debe actuar según se marque la agenda. Y como la agenda política está marcada bien por lo espectacular-evanescente de los medios de comunicación o las necesidades del propio sistema para su perpetuación y reproducción (la autopóiesis), al final un día se apoya una cuestión y al día siguiente la contraria sin que el principio de contradicción haga aparición, ni los activistas acaben cuestionando las órdenes. Esto perjudica a la democracia mucho más que las peleas identitarias o de banderas que hay por todo occidente.
La voluntad general de la militancia se ha entregado a los expertos
Cuando los populistas logran marcar la agenda política, bien porque consiguen el apoyo de las masas, bien porque la clase dominante tiene interés en que así sea para que no se cuestione el sistema, no es porque comuniquen mejor sino porque al otro lado no hay más que activistas y carencia de ideología y proyecto de sociedad. Hay propuestas, que como hemos dicho se pueden cambiar a conveniencia de los cuadros dirigentes, y culto a la personalidad. Esto ha provocado que se pierda la ideología y el debate interno en las organizaciones políticas, lo que supone la desaparición de la izquierda realmente ya que la derecha siempre está del lado de la ideología dominante. La izquierda está ausente como tal (tomando el concepto de Doménico Losurdo) en el combate práctico y teórico porque carece de programa estable, de proyecto de futuro (dependen de quien esté al mando) y sólo se centra en destacar en el espectáculo político que han construido como fórmula de dominación. Evidentemente, sigue siendo preferible que gobierne la izquierda a la derecha, pero en términos transformadores el cambio a movimiento político impide tener esa conexión con la sociedad necesaria para movilizar. De hecho, hoy se apoya (o critica) al mundo del taxi y mañana ya se olvidan de que existen, por ejemplo. Salvo que sean cuestiones que interesen a los lobbies insertos en los movimientos o a la clase dominante, no hay realmente relaciones con el entorno social. Los lobbies acaban controlando en los partidos de izquierdas la agenda interna e impidiendo el debate. ¿En qué se han convertido los históricos periódicos de la izquierda como El Socialista o Mundo Obrero sino en vehículos de autolegitimación de las dirigencias y agencias de publicidad de los propios partidos?
Decía Enric Juliana que los partidos lentos de la lucha antifranquista eran más democráticos porque tenían más debate interno que los actuales. Tiene razón pero no es la velocidad en sí de los tiempos en política lo que hace perder el debate y con ello la democracia, sino la transformación en movimientos vinculados bien con un dirigente conocido, o el electo de turno que se hace con todo el control. Y al no controlar en sí las áreas de incertidumbre (los lobbies le pueden dar la espalda, puede equivocarse en la comunicación, puede que los supuestos expertos le hagan cometer errores…), cierra las puertas al debate, que es la práctica necesaria para la existencia de democracia y ofrece a cambio primarias y votación dicotómicas. Como ejemplo de esa pérdida de democracia, hace pocos días en España tanto PSOE como Podemos e IU han realizado unas votaciones para ver si apoya un Gobierno de Coalición, ¿han leído o escuchado algún debate interno o externo (más allá de lo opinólogos que hablan de todo sin saber de nada)? Realmente, ¿han leído o escuchado algún debate ideológico o estratégico en el seno de los movimientos políticos antes conocidos como partidos? ¿Cómo es posible que se pueda decidir sobre un futuro gobierno de coalición sin conocer ni ver opciones alternativas? Todo se reduce al deseo y a confirmar la decisión ya tomada. No hay más. El PSOE para acabar con el marxismo necesitó de tres congresos (28°, extraordinario y 29°, que fue cuando se terminó de eliminar el término); el Partido Comunista Francés necesitó dos, con broncas y abandonos de intelectuales y militantes, para aceptar participar sin poner muchas pegas en un Gobierno de Coalición.
Esto respecto al gobierno de coalición es un ejemplo paradigmático de lo que hay dentro de los movimientos. Un vaciamiento ideológico, una eliminación del debate, una constante acción contradictoria y un estar detrás de las demandas que viene dadas por otros actores. A ello súmenle que no es posible plantear un proyecto de partido pues los lobbies (desde católicos/cristianos hasta LGTBi) exigen, sí exigen, no presentan a debate, que “sus temas” sólo puedan ser tratados según sus propios parámetros. Se pierde toda amplia perspectiva social a estancar diversos temas y retirarlos del debate en sí. Total, lo importante no es la ideología sino los significantes maleables que puedan cambiar de significado o no tenerlo en sí. De ahí que todos los socialdemócratas y buena parte de las izquierdas alternativas hablen de medidas progresistas, ese significante de la ideología dominante que vale para un roto y un descosido. Cuando el partido era un partido y tenía militantes y no activistas no es que fuesen las cosas más lentas pero había que justificar los propios actos mediante el debate, aunque fuese en un Comité Federal de dos días (sí, no se asombren ha habido comités federales en el PSOE que han durado dos días con debates hasta altas horas de la mañana, y Congresos de cuatro días). Ahora, una vez se elige a alguien por primarias se le dan las llaves del movimiento, de la elección de los cargos (así no haya representatividad y pluralidad de ideas), del peso de la tradición y todos detrás sin rechistar. Miren cómo en el PP o en Ciudadanos expulsan a los disidentes (o les invitan a irse).
La democracia es de peor calidad porque los partidos han perdido democracia interna, capacidad de debate, de diálogo con la sociedad y, algo muy importante, control sobre sus propios dirigentes. La voluntad general de la militancia se ha entregado a los expertos, que por formación y extracción son burgueses sin engarce ideológico con las formaciones que acaban controlando desde la experticia y que nunca pondrán en tela de juicio el sistema ni permitirán debate alguno sobre sus propuestas. Todos estos cambios, al final acaban ausentando a la izquierda, lo que no deja de ser sumamente importante porque está en el lado dominado de la historia.