Escuchando en la presentación del libro España: un proyecto de liberación a Manuel Monereo, me saltaron las dudas intelectuales, que no son pocas. Me hizo reflexionar sobre los discursos políticos, e incluso académicos, a los que estamos expuestos desde la ciudadanía. Sobre esa contingencia de lo dado que nos bombardea constantemente y que nos impide pararnos a reflexionar sobre los datos que nos entregan los distintos medios de comunicación de masas. Me hizo reflexionar el debate sobre algo que estuvo durante muchos años presente en las proclamas de los partidos políticos, en las aulas de la academia, en los periódicos, en los pensamientos de las personas, el proyecto de emancipación de la humanidad.
“Eso no es más que utopía” podrían decir desde derecha e izquierda (no nos olvidemos de esto último), acusándome de intentar platear algo que vaya más allá de lo contingente. “Hoy sólo hay conflictos en el mundo por culpa de lo identitario-religioso. Y eso porque aún no se han aceptado las virtudes de la democracia liberal y el capitalismo” sentenciarían desde esas mismas posiciones. Francis Fukuyama ya lo había advertido: “El fin de la historia será un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia vida por una meta puramente abstracta, la lucha ideológica a nivel mundial que requería audacia, coraje, imaginación e idealismo se verá reemplazada por el cálculo económico. La interminable resolución de problemas técnicos, la preocupación por el medio ambiente y la satisfacción de las sofisticada demandas consumistas” (¿El fin de la historia?1990). Y sin duda son días tristes sí, pero las críticas a cualquier proyecto emancipador obvian interesadamente que lo que hoy damos por contingente, fue muchos años atrás un elaborado proyecto emancipador.
El reverso tenebroso del socialismo produjo el estalinismo, como bien recuerdan los liberales de hoy en día, pero ese mismo proceso negativo en el liberalismo produjo el fascismo en todas sus vertientes. Sólo hay que recordar cómo Friedrich A. Hayek apoyó, en aras del triunfo del capitalismo, la dictadura de Pinochet. Mas para ambos casos, liberalismo y socialismo/comunismo, lo emancipador ha desaparecido de sus visiones. Porque el liberalismo fue durante los siglos XVIII y XIX un proyecto emancipador. Recordar a Adam Smith no sólo es recordar que el capitalismo fluyera libremente, sino pensar en que gracias a ese fluir aumentaría la riqueza de las personas y aumentaría su bienestar. O todo el utilitarismo que buscaba la mayor felicidad para el mayor número de personas. Desde Jeremy Bentham a John Stuart Mill lo que se buscaba era la emancipación de las personas y la búsqueda de la “buena vida”. Cuestión distinta es que el capitalismo no produjera esa “buena vida”, pero eso se buscaba.
Cuando G. W. F. Hegel decretó, tras la batalla de Jena, que el fin de la historia había llegado a lomos de un caballo, en referencia a la victoria de Napoleón, estaba apostando por la llegada del Estado liberal, democrático y de derecho como marco de desarrollo de las posibilidades humanas en la consecución de la buena vida. El propio Hegel jamás ocultó que tardaría en llegar pues existía una explotación del proletariado, existía alienación derivada del capitalismo o existía una clase que controlaba las estructuras estatales. Pero dentro de ese marco, en ese momento imperfecto, la consecución de la buena vida podía ser posible, factible. Eso mismo pensaron los socialistas utópicos que confiaban en el maquinismo y el avance técnico como método de consecución de la buena vida y de la liberación de las personas. O, cómo olvidarlo, Karl Marx y su utopía comunista. El caso es que pensadores de uno y otro lado tenían un proyecto de emancipación social y humana.
Hoy en día la emancipación se deja vislumbrar sólo en el conflicto, sólo como mecanismo de reacción ante el cuestionamiento del sistema en que estamos insertos los seres humanos. Desde el liberalismo apuestan por la libertad y desde la izquierda por la igualdad en el hoy, sin ninguna referencia milenarista o utópica. Utópica en el sentido etimológico de no en este ahora y lugar. Hoy las personas son libres dicen unos y, muchas veces, otros, por lo que no es necesario pensar en más allá del más acá. Lo autorreferencial a la situación del hoy, cuando se han cumplido todos los sueños humanos, nos dicen, genera paradójicamente una nueva forma de violencia sobre el ser humano. Como afirma Byung-Chul Han: “La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan” (La sociedad del cansancio). Algo parecido a lo que decía hace años un utópico como Nicos Poulantzas sobre los aparatos de opresión que utilizaba el Estado liberal para controlar a la población. El ser humano actual disfruta de mercancías en cantidad inimaginable, él mismo no deja de ser una mercancía que está en el mercado en múltiples facetas de la vida, pero no por ello disfruta de una buena vida. Algunos sí, los que ejercen la dominación, pero no la gran mayoría. Pero la culpa, como afirman los ideólogos del sistema, es de las propias personas y de lo identitario. Intentando ocultar, por tanto, que es el aislamiento que se produce bajo este sistema capitalista el que produce que no seamos realmente libres.
Como recuerda en otra de sus obras Han (Psicopolítica), la libertad es una cuestión relacional, “ser libre no significa otra cosa que realizarse mutuamente”. Y ese mutuamente incide en un proyecto colectivo y por lo tanto emancipador. Lo que hoy nos ofrece el sistema no deja de ser una falsa ilusión de libertad, una falsa máscara que encubre un poder de una clase dominante que cada vez acumula más y más, y reduce la vida de las personas a la miseria y la lucha de todos contra todas y, especificidad de estos tiempos, contra uno mismo. La lucha de clases, como dice Han, ha dado paso a la lucha con uno mismo. La emancipación se sustituye por la autodestrucción del ser emprendedor, único culpable de todo lo que le suceda.
Y desde la izquierda, mientras tanto, poniendo parches técnicos los socialdemócratas, y los demás atacando al poder, pero sin un proyecto realmente emancipador. El nivel técnico actual, si somos capaces de no ir más allá de lo necesario y destruir el propio planeta, esto es, si somos capaces de reconciliarnos con la naturaleza de la que partimos hace siglos, la que transformamos para nuestra supervivencia y la que destruimos en favor de un proceso de acumulación del capital que sólo beneficia a unos pocos, ese nivel técnico permite un proceso de emancipación. Es obvio que generamos, como punto de partida, la suficiente cantidad de alimentos para que toda la humanidad no pase hambre. Somos capaces de generar, por medios sostenibles, la energía suficiente para dar calor o frío, tener transportes o construir casas para que nadie tenga que vivir en la calle. Todo ello es posible, pero no se hace porque la emancipación del ser humano ya no es parte del proyecto político. Los liberales pensaron el sistema representativo y el desarrollo capitalista y salió, salvo que el ser humano no ha mejorado como pensaron. Los comunistas también fracasaron. Pero de ahí no se concluye que no sea posible la emancipación.
Pensar la emancipación y hacerla política es una necesidad hoy. Todo lo demás son coqueteos con el sistema que nos está destruyendo como personas y como animales pertenecientes a un ecosistema. Sin emancipación no hay libertad, ni fraternidad posible. Sin emancipación no hay ser humano, sólo personas que deambulan por el planeta Tierra. Sin emancipación no hay política, sólo gestión del sistema. Sin emancipación queda la nuda vida.