Fuente: UCM

La primera respuesta a la pregunta podría ser una grosería sobre heces y palos pinchados, la segunda una especie de ectoplasma que hace de vez en cuando apariciones. Cualquiera de las dos podría ser cierta para una disciplina a la que no se tiene, ni ha tenido en serio en España casi nunca. Ya fue difícil que se comenzase a impartir la carrera bajo la dictadura franquista (hasta los 1950s), fue complicado quitarse el sambenito de adosado del derecho político y casi más lograr que se tomase en serio a todos esos penenes (Profesores no numerarios) que intentaban con unos medios precarios lanzar una de las ciencias sociales en el país. Es para imaginarse a Manuel Pastor, Manuel Mella, el recientemente fallecido Julián Santamaría, Ramón Cotarelo Juan J. Linz o los más jóvenes Manuel Alcántara, Rafael del Águila y tantos otros bregando para que en el país se estudiase algo similar a lo que se ofrecía en las universidades de occidente. Análisis de elecciones, composición del sistema de partidos, etcétera fueron las primeras escaramuzas de esa creciente Ciencia Política.

¿Qué queda de eso hoy? Muchos papers y publicaciones pero una presencia social bastante mejorable. Por no hablar del intrusismo profesional. Cuando hay que hablar sobre Relaciones Internacionales se suele llamar al primer abogado que aparece en plató o al iluminado conspiranoico de turno. Cuando hay que hablar sobre la administración pública la elección son abogados, economistas y un paleontólogo que había acudido a hablar de dinosaurios. Cuando hay que hablar de tantas cosas alrededor de la política, en términos más o menos rigurosos, acuden a millares periodistas, cuñados, abogados –la auténtica plaga-, una socióloga, economistas o Francisco Marhuenda. En términos generales la Ciencia Política está muerta a nivel público y quienes acuden a la llamada tampoco es que pongan el listón alto. Entre los politólogos de Podemos –de politólogos tienen poco, mucho más de hechiceros de la tribu- y los modosos incapaces de defender algo con convicción –producto de una academia que está lo postmoderno- normal que nadie confíe en las gentes de la Ciencia Política.

El o la estudiante de Ciencia Política y de la Administración, además de lo propio de ambas partes de la carrera (habría que añadir Relaciones Internacionales) acaba teniendo una base de economía, de derecho (que no de leyes), de sociología, de historia. Algo que las otras carreras no pueden decir en el mismo sentido. Se le genera un cerebro global o con perspectiva global para conocer perfectamente el todo en su intrincada complejidad. Otras carreras con suerte saben algo (mucho o poco) de una parte mínima. Es risible lo estúpidas que suenan algunas personas, incluyendo a unos cuántos politólogos, cuando hablan del Estado como si fuese algo concreto, fijo e inamovible (si hicieran caso a Ernst Cassirer podrían decir que es un mito, pero no lo han leído) y no como algo bastante más complejo y entrelazado con la sociedad. Escuchar las pretensiones de reforma del sistema electoral con la flojera de ideas y proyecciones que se hace también es sumamente gracioso. O todas esas personas que hablan de populismo como si fuese algo ideológico… Tampoco los politólogos, que se supone saben del tema –suponen con muchas interrogaciones-, se aprestan a dar un golpe en la mesa y decirles lo ignorantes que son. No se hacen valer porque les viene bien la paguita extra.

Sin duda hay muy buenos análisis que casi nadie lee porque se llevan a cabo en revistas especializadas o demasiado ocultas para el gran público. Los libros de las buenas cabezas que aún existen en la Ciencia Política tampoco se venden mucho, ni son leído por algunos que dicen saber mucho de cierto tema. No hace mucho apareció un tipo en un periódico hablando sobre Canadá, citó algún texto, pero ni una sola referencia a la casi reciente Historia contemporánea Canadá de Juan Maldonado. Ni sabrá que existe ese excelente análisis politológico. Pero todo el mundo habla de Santiago Armesilla que mete la pata politológicamente que da gusto –al fin y al cabo se doctoró en Economía-. Académicamente la realidad es que la Ciencia Política ha quedado muy dañada por los laxos pensadores como Rorty, Vattimo y demás del estilo. Por todo el postmodernismo en general cuando, en realidad, no es posible teorización o análisis científico que no esté imbricado en la materialidad. Politólogos que hablan y no paran de los partidos políticos sin haber pisado ni una sede –Robert Michels al menos militó-. En la rama administrativa se las ven y las desean con todos los abogados que saben derecho administrativo –como cualquier politólogo, por cierto- pero serían incapaces de saber para qué, qué o a dónde camina la administración pública.

Y cómo no los comunicólogos políticos y los escritores de discursos. Algún buen politólogo se encuentra entre ellos, pero los que más aparentan, si se fijan bien no tienen la base de la Ciencia Política. El gafe César Calderón –gafe porque político que asesora, político que palma (Susana Díaz, Eduardo Madina, Alfredo Pérez Rubalcaba o el diario Vozpopuli que ha perdido lectores desde su llegada)- es abogado. El camarlengo monclovita Iván Redondo periodista, o algo por el estilo, y así uno tras otro hundiendo la vida política. Al carecer de visión global pasa lo que pasa y como no tienen los recursos de la Ciencia Política pues a peor. Mensajes muy emotivos (algo que se descubrió a finales del siglo XIX, no piensen que es contemporáneo) que no llegan al filtro racional porque no se han enterado en qué consiste la emotividad. Sin duda cualquier político debe asesorarse de la forma más plural que pueda, pero sin una visión de conjunto al final se acaba con “el qué hay de lo mío” en asesoramiento. No ha protestado el colegio profesional, ni la AECPA por lo que deben estar de acuerdo o están a verlas venir.

¿Qué queda? Bastantes cosas a nivel académico, aunque no es menos cierto que el postmodernismo, lo banal, lo rigurosamente válido para publicar se ha apoderado de casi todo lo que se hace público. Mucha pusilanimidad en momentos concretos y en artículos en medios de comunicación (salvo el agitprop de alguno como Jorge Vilches), poco análisis bajo el prisma de la propia ciencia política –hay mucho imitador de este o aquel filósofo famosillo- y poca defensa de una Ciencia social tan importante como las demás y que tiene un espacio frente y con las otras. Si se preguntase a los jóvenes politólogos, a los recién egresados, a los estudiantes de doctorado por sus lecturas, casi ninguna sería de autores españoles, salvo contadísimas excepciones. No se ha sabido crear una escuela española de Ciencia Política (en Ciencia de la Administración sí se ha hecho), como no la hay de Relaciones Internacionales. Cualquier chusquero se inviste de conocimientos no sobre la política espectáculo –ahí puede opinar cualquiera- sino sobre cuestiones científicas que, no cabe la menor duda, los buenos politólogos existentes conocen mejor.

También es cierto que se prefiere una Ciencia Política (y las demás ciencias sociales), a nivel global, muy compartimentada y que hable de la uña meñique del liderazgo en los pueblos de Andalucía –sin pensar en qué es el liderazgo y si es posible-, o en la séptima revisión de la hoja número sesenta y seis del libro Adiós a la verdad de Gianni Vattimo o entregarse a la ética de Michael J. Sandel sin pensarlo –o leerlo-. Es algo global y que estalla cuando surgen movimientos populistas, cuando la identidad queda como único mecanismo de aferrarse a la vida política o cuando no se sabe qué es realmente el neoliberalismo. Normal que se digan las cosas que se dicen, de forma muy enérgica muchas veces, por personajes de otros lares y nadie le diga: “¡Eh! Que eso que dice no es así” o “Eso que ha expresado lleva al totalitarismo”. Se habla del Estado sin conocerlo; se habla de la Administración Pública como los burócratas de Larra y un gasto excesivo (aunque los números no dicen eso); se habla de las Relaciones Internacionales como si fuese Juego de Tronos; se hablan tantas cosas que cualquier politólogo debería señalar como imprudentes, cuando menos, que es normal que el desprestigio que se lleva soportando. Haber estudiado Ciencia Política igual no sirve para solucionarlo todo, ni para lograr un discurso perfecto sobre el bien común o el Estado, pero sirve para cazar incompetentes. Y de esos por las televisiones y columnas de periódicos hay muchos, tal vez demasiados.

1 Comentario

  1. LA FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS, COMO SECCIÓN DE LA FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS, ECONÓMICAS Y COMERCIALES, FUE CONCEBIDA INICIALMENTE COMO UN CENTRO UNIVERSITARIO PARA LA FORMACIÓN POLÍTICA DE CUADROS DEL MOVIMIENTO NACIONAL FRANQUISTA EN UNA OSCURA ÉPOCA EN LA QUE LOS PISTOLEROS DEL FALANGISTA SINDICATO ESPAÑOL UNIVERSITARIO (SEU), AÚN DISPONÍAN DE PODER -PARA DENUNCIAR ANTE LA POLICÍA Y PARA AMEDRENTAR CON SU VIOLENCIA FASCISTA A LOS AÚN ESCASOS ESTUDIANTES DEMÓCRATAS Y COMUNISTAS- Y DE DESPACHOS PROPIOS EN TODAS LAS FACULTADES Y ESCUELAS SUPERIORES DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA. PARECE SER QUE DON SANTIAGO APARICIO NO CONOCÍA ESTE HECHO O, SI LO CONOCÍA, LO HABÍA OLVIDADO, COMO SUELE HACERSE CON LOS ASUNTOS QUE CARECEN DE IMPORTANCIA.
    PERO ESTE LA TIENE, Y MUCHA, PORQUE SE TRATABA DE DOTAR DE LA CONDICIÓN DE CATEDRÁTICOS A ELEMENTOS CUYOS CONOCIMIENTOS SE LIMITABAN AL CORRECTO MANEJO DE LAS PISTOLAS Y DE LAS PORRAS, ASÍ COMO DE LA ELABORACIÓN DE MINUCIOSAS LISTAS NEGRAS DE ESTUDIANTES NO AFECTOS AL MOVIMIENTO NACIONAL.
    PERO QUISO LA JUSTICIA QUE AQUEL PRIMIGENIO PROPÓSITO FUERA PARALIZADO POR LOS AUTÉNTICOS DOCENTES DE PRESTIGIO, ENTRE LOS QUE SE ENCONTRABAN DON CARLOS OLLERO (MI QUERIDO PADRE), DON LUIS DÍEZ DEL CORRAL, UNA DE LAS MENTES MÁS LÚCIDAS DE EUROPA, EL PROFESOR TRUYOL (SI NO ME EQUIVOCO), Y UN REDUCIDO NÚMERO DE CATEDRATICOS QUE, JUNTO A SUS EQUIPOS DOCENTES, FRENARON Y DIERON LA VUELTA A TAN DESCABELLADO DELIRIO FRANQUISTA, TRANSFORMANDO LO QUE IBA CAMINO DE SER UN CUARTEL DE PISTOLEROS FALANGISTAS, EN UNA PRESTIGIOSA FACULTAD EN LA QUE LA CIENCIA POLÍTICA FUE IMPARTIDA Y ESTUDIADA EN COMPLETA LIBERTAD POR VARIAS GENERACIONES DE ESTUDIANTES, ENTRE LOS QUE ME ENCUENTRO.
    AGRADEZCO A DON SANTIAGO APARICIO EL HECHO DE HABERME INFORMADO DE LA MUERTE DE JULIAN SANTAMARÍA OSSORIO, QUERIDO PROFESOR, MÁS TARDE CATEDRÁTICO, QUE TANTO TIEMPO TRABAJÓ, JUNTO A PEDRO DE VEGA, RAUL MORODO, CARLOS DE CABO, MIGUEL MARTÍNEZ CUADRADO, GONZALEZ ENCINAR, Y MANUEL PASTOR, EN LA CÁTEDRA DE «TEORÍA DEL ESTADO Y DERECHO CONSTITUCIONAL» DIRIGIDA HASTA SU JUBILACIÓN POR DON CARLOS OLLERO GOMEZ.

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