Si no fuera porque no se cansan de decirnos lo listos que son, los títulos que acumulan, la sapiencia que acumulan, este artículo carecería de sentido. Pero como se venden como los más listos acaban por aparecer en estas líneas cada vez que meten la pata o dicen alguna boutade antológica. Y en eso de las meteduras de pata Pablo Echenique es un maestro. No hay semana en la que, más allá de la rabia que le pueda tener a la ministra de Defensa, Margarita Robles, o a la de Economía, Nadia Calviño, no acabe por dejar alguna perla que atenta contra la más mínima cultura intelectual. La última achacar al calvinismo todos los males del capitalismo ¡¡¡en el siglo XX!!!
“El calvinismo (más allá de su definición religiosa) [es] la estrategia establecida por el capitalismo a principios del siglo XX mediante la cual el trabajador sin trabajo es capaz de culparse a sí mismo en lugar de ir en contra del sistema establecido” ha dejado dicho el portavoz de Unidas Podemos. El calvinismo como estrategia no lo supo ni ver Max Weber, padre de la supuesta unión entre el protestantismo (calvinismo, luteranismo y derivados) y el espíritu del capitalismo. El calvinismo como estrategia (no como espiritualismo) aparece como la ideología dominante por la cual la clase trabajadora se autoculpa por estar en el paro. Que el calvinismo determine que el paraíso celeste está reservado a algunos pocos de forma predeterminada por dios y que lo que se saque en esta vida de bueno es por esa predeterminación pudo haber sido impulso para lanzarse a la vorágine de la acumulación capitalista frente al feudalismo de las rentas, pero de ahí a establecer que es una estrategia es un completo dislate.
Entre los mayores individualistas y defensores del libre mercado, curiosamente, no hay calvinistas. Adam Smith era presbiteriano. Thomas Malthus era anglicano. John Stuart Mill era agnóstico (por no decir ateo). Benjamin Constant, teísta. Ludwig von Mises, judaísmo. Friedrich Hayek, agnóstico. Y así se podría extender la lista para configurar una politeísta. Por ello es extraño que se acabe por configurar el calvinismo como alma profunda del capitalismo en el siglo XX, como eje vertebrador de la ideología dominante. Tampoco parece una buena estrategia de los liberales y capitalistas buscar en una escisión del cristianismo del siglo XVI cuando al mismo tiempo desechan cualquier tipo de religiosidad como mecanismo legitimador del sistema que defienden. No hay, en sí, una teleología en el liberalismo (cada cual que ore a quien le dé la gana). Puede haber liberales más o menos religiosos, como hay comunistas católicos como Alberto Garzón.
Cuando se mezclan churras con merinas y se da como válidas cualquier idea peregrina de pseudopensadores de la izquierda pasa lo que pasa. El individualismo del capitalismo no es producto del calvinismo, ni del anabaptismo, ni de nada por el estilo, sino de una serie de sumas de diversos mecanismos ideológicos que pueden llegar al culmen de la autoculpa. De asumir que el destino te ha deparado tu pobreza. Pero no es el calvinismo el elemento fundamental sino una miríada de componentes que conforman la ideología dominante. Los liberales siempre defendieron el individualismo y la idea de progreso humano fuera de la presión calvinista en su mayoría. De hecho, lo religioso les daba un poco igual salvo en el aspecto de elemento profanador de la libertad de expresión. El individualismo se encuentra a lo largo de la historia, desde las narraciones heroicas, hasta los reyes taumaturgos, pasando por la Reforma hasta llegar a nuestros días. Pero el calvinismo como estrategia sólo está en la mente de Echenique y sus acólitos. Aunque cabe preguntarle ¿hay algo más individualista que la autoideintificación de género que defiende y que por tanto será producto de la estrategia calvinista?