Deambula estos días Albert Rivera como esos personajes estrambóticos que dibujara frase tras frase Valle Inclán. Un hombre sin sombra ya y que está muerto, políticamente claro, pero aún no se ha dado cuenta. Lo peor es que su «cadáver» comienza a oler y él no se ha dado cuenta del principio de descomposición. Un cadáver por suicidio habría que advertir, al que todo el mundo ya da de lado, incluso dentro de su propio partido, y que no es más que un epifenómeno de lo que pudo ser y no quiso ser: un liberal de verdad. Tanto tiempo inoculando odio contra todo aquello que no le gustaba tenía que estallar por algún lado. Por dentro mismo le ha ocurrido porque la soberbia le ha carcomido el cuerpo y la mente a una velocidad insospechada.
No es el único cadáver de Ciudadanos, el neotoledano y mentor de los peones negros Juan Carlos Girauta también es un cadáver al que parece que ya hasta le han preparado el ataúd político. Fernando de Páramo murió hace mucho más tiempo pero ha logrado momificarse y no huele tanto. Aquellos que no han sido infectados aún por la enfermedad de su dirigente máximo y aquellos otros que intentaron sanar al enfermo ya no le siguen las gracias. Según hemos podido conocer, parece que pretende acabar la campaña electoral montando en bicicleta estática, algo que a lo que se han negado buena parte de las personas de la ejecutiva naranja. Hartos de las estupideces, pretendidamente para captar votos, de Rivera se niegan a reírle las gracias con los adoquines, los perros que huelen a leche o hacer ejercicio sin un mínimo sentido del ridículo. Gentes con preparación de verdad, incluso con cierto prestigio internacional, que le han dicho a Rivera “tú estás muerto pero no quieras llevarnos contigo a la tumba”.
Años de cuñadismo ideológico, de vaivenes, de postureo, de populismo del sistema en términos generales han sido mortales para un Rivera que, siguiendo con sus complejos interiores, no ha mostrado más que soberbia y no saber interpretar, ni una sola vez, el sentido de los tiempos. Y esto es fundamental en política para lograr avanzar en la misma (también está la táctica mariana que es esperar a que los demás se maten solos). Cuando podía, y debía, ejercer como partido liberal y haber apoyado al PSOE en más de un lugar, ha decidido juntarse con el PP de la corrupción y los neofascistas. De atacar la corrupción (incluso en el último debate habló de ello, aunque se equivocó en cargarle las culpas a Sánchez por algo en lo que ni pincha ni corta) a ser compadre de los corruptos y los neofascistas. Cuando desde la clase dominante le pidieron que pactase con Sánchez, su ego de verse a la sombra, le impidió tener sentido de Estado y garantizar estabilidad política pensando que las masas le llevaría a él a Moncloa. Y lo que ha pasado es que le están llevando al cementerio de políticos inútiles, junto a Hernández Mancha por citar a alguno cercano.
Ni ha tenido visión política, ni compromiso de Estado sino que, presa de sus propios miedos personales, se ha creído por encima de todos los mortales al contar con el apoyo del establishment. Pero hace tiempo que los florentinos, las botines y demás empresarios que le apoyaban dejaron de hacerlo. Siguen permitiéndole algún espacio en la televisión, pero sin la constancia y el mandato de antes, sólo por aparentar pues son más las críticas de los medios de la derecha que las alabanzas. De hecho su gran benefactor Pedro J. Ramírez dejó claro el pasado lunes que Rivera no es más que un pelele ya. Los adoquines se le han indigestado y la soberbia le ha devastado dejando a su partido para el arrastre y pidiendo la entrada en el PP como favor personal y forma de perdurar en política de más de uno y más dos. Sin duda Rivera es un cadáver político que ya se ha vuelto pestilente. El entierro se celebrará el día 10 de noviembre a las 20:00 horas.