El sentido del sinsentido se encuentra en el inconsciente, así como los mecanismos simbólicos que se expresan en el lenguaje o mediante el lenguaje. Algo así decía Jacques Lacan (ver la magnífica obra sobre su forma de ver el psicoanálisis de Sean Homer que editó no hace mucho Plaza y Valdés) para expresar que al final, mediante las frases que se van soltando, se muestra lo inconsciente, lo que de forma racional se reprime pero que forma parte de ese ser. Esto le ha pasado a José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, respecto a la forma en que él y buena parte de la derecha considera a ese poblachón manchego: de su propiedad exclusiva y con derecho de veto.
Anteayer, preguntado por algunas televisiones, el alcalde madrileño dijo al presidente del Gobierno: “Sr. Sánchez, no venga a Madrid a embarrar”. En la disputa política del espectáculo nadie se percatará de lo que supone esa simple frase, esa simple petición. Lo primero de todo, es complicado que Pedro Sánchez no esté en Madrid pues no sólo vive allí sino que es natural de la provincia. Es complicado decirle a un madrileño que vive en Madrid que no vaya a Madrid. El palacio de la Moncloa no es un inhóspito lugar allende los mares, no. Está situado casi en medio de la Ciudad Universitaria de la ciudad de Madrid. Por tanto, Sánchez no puede ir a Madrid a lo que sea porque ya está en Madrid. Un hecho físico y objetivo que el alcalde de Madrid no puede digerir o asimilar porque el inconsciente se lo impide.
Podría ser que utiliza un tropo el alcalde y lo que expresa lo hace en sentido figurado. Se le acepta. Pero es casi peor que su ignorancia física. ¿Qué quiere decir Almeida? Inconscientemente está exponiendo que a Madrid, pese a pedir la llegada de franceses a “mamarse como osos”, pese a declarar que es una ciudad abierta a cualquiera, en realidad no pueden ir todas las personas. Hay vetos a ciertas personas por su condición, pensamiento u origen. Respecto al origen lo tiene más complicado Almeida por lo dicho anteriormente (pese a que el presidente antes vivía en Pozuelo de Alarcón), pero demuestra que la condición o el pensamiento sí son mecanismos de veto. Si no se es de derechas, católico, nacionalista o cualquier otro veto que se les ocurra no se puede entrar en Madrid. Ni yendo a “mamarse como un oso”. Da igual que sea el presidente del gobierno español y tenga, por tanto, bajo su responsabilidad el bienestar de todos los españoles, no puede acudir a Madrid. Dirán ustedes que sólo le veta si va a embarrar. Sí, claro. Pero es que objetivar lo que es embarrar o no también tiene una enorme carga ideológica. Se le niega al presidente del Gobierno ejercer su libertad de expresión y de pensamiento respecto a Madrid.
Para ser liberales, desde luego, no se aplican los principios que dicen defender. Muy decir que la libertad de expresión, pensamiento y movilidad son pilares fundamentales de la democracia liberal pero…, siempre hay un pero, para los que ellos decidan. Al menos los contrarrevolucionarios del siglo XIX se presentaban con las cartas sin marcar y haciendo fe aristocrática. En realidad dicen una cosa y practican otra porque tienen un menjunje mental importante entre defender los privilegios de los menos pero querer ser los más mercantilistas y los más liberales. Luego nos cuentan que estos son los listos en los medios de comunicación cavernarios.
A más, a más, no sólo demuestran tener un toque autoritario inserto en las venas (o en el inconsciente) sino que se permiten poner vetos porque, al fin y al cabo, piensan que Madrid es suya, de su propiedad, y no hay cosa que más defienda un liberal que el derecho a la propiedad (tanto como para hacerlo un derecho natural o divino). Y como Madrid es suyo y en su casa dejan entrar a quien quieren, pues Sánchez y los que son como Sánchez no pueden entrar. Al final Madrid, de tener un alma, mejor o peor, pero un alma, está pasando a ser una ciudad reaccionaria para la libre expresión en toda su pluralidad de las personas –hoy es imposible que haya una explosión de creatividad como en los años 1980s o 1990s- y en una más de las capitales macdonalizadas. Por ello es normal que inconscientemente crea Almeida que la ciudad es suya, hoy no deja de ser una empresa en sus cabezas. Una empresa que pagan los sufridos ciudadanos, sin importar ideología o condición social.