Esta semana se ha dado comienzo al proceso legislativo que permitirá legalizar la eutanasia. Unos y otras se han llevado las manos a la cabeza con acusaciones de “carcas”, “asesinos” y demás estupideces propias de la política espectáculo en la que se encuentra instalado el país desde hace años (aunque ahora en su versión más bizarra o estrambótica). Una sarta de insultos o de imprecaciones que en nada favorecen el necesario debate sobre tema tan peliagudo. Un tema así no se puede despachar con buenismos, con maledicencias o con afirmación de derechos sobre la muerte como si unos u otros fuesen buenos y malos. Las declaraciones de la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, sobre el “derecho a la muerte” por muy “digna” que sea tienen detrás una concepción de la vida que en el ámbito de la izquierda debería molestar o hacer chirriar algunas conciencias. Y no por un sentido religioso de la vida sino por una consideración ética básica. Tanto a derechas como a izquierdas no existe un consenso sobre el sentido de la vida. La eutanasia puede ser todo lo progresista que la quieran vender pero no es en sí fundamento ético de la izquierda. Al menos de toda la izquierda, o de la izquierda no nihilista.
Cuando se ha señalado a cardenales y obispos católicos, se sabe que el calvinismo y el protestantismo suele tener un poco más de manga ancha con ciertas cuestiones, como carcas, que lo son en casi todas las cuestiones como es lógico, o como promotores del dolor insoportable, se esconde que defienden, con todas la reservas que se quieran, una concepción vital como hacen otras posiciones de la izquierda. Hay una cultura de vida y una cultura de muerte que son transversales a cualquier tipo de ideología. Una cultura de muerte arraigada en el hedonismo (ese que reclamaba desde la profundidad de la historia Friedrich Nietzsche), en un vivir en el baile y la borrachera, que diría Jacques Derrida (muy popular en la izquierda postmoderna) y que sueña con eliminar cualquier daño o dolor a las personas. La plena vida conlleva la plena muerte en el momento en que el individuo autónomo decida que hasta aquí ha merecido la pena. Una filosofía que no sólo prima el recurso a la eutanasia activa sino que promueve el suicidio legalizado a partir de ciertas edades en las que se entiende ya se ha gozado todo lo posible.
Esto lo defienden gentes de Ciudadanos, de Podemos, del PSOE, del PP y cualquier otra fuerza política europea de afines ideológicos. Unos por la supremacía de la voluntad individual, otros por una teoría de la justicia hedonista. Voluntad y placer están detrás de la defensa de la eutanasia. Una posición ética que piensa que ya que se vive para morir anda mejor que hacerlo de la forma más adecuada a la voluntad o el placer, que en el caso de la eutanasia es su reverso, evitar el dolor. No todos los casos de eutanasia activa tienen un fundamento doloroso físico, sino que en muchas ocasiones son psíquicos (aunque relacionados con alguna cuestión fisiológica). Si no se puede bailar y beber mejor no vivir, entendido en términos hedonistas. Esto es lo que llaman sentido progresista de la muerte digna y que parece que debe ser aceptada por todas las masas que, en cierto modo, se ubiquen en un sentido de la historia.
Ahora bien, existen concepciones de la izquierda y de la derecha que hacen apología de una cultura de vida. Desde luego el ámbito católico siempre se defiende la vida, al ser concedida por su dios como una forma de alegría en la que el libre albedrío siempre estará orientado a cumplir los mandatos divinos. El paraíso terrenal es aquí y ahora por lo que poner fin a una vida es contrario a los preceptos divinos. El protestantismo en general siempre piensa que la vida es un penar (de ahí su cultura de muerte) y que así se llegará al paraíso celestial. En el pensamiento católico no hay hedonismo en sí sino alegría por vivir pues es un don celestial, en el protestantismo sí hay cabida para el hedonismo. Una concepción, la católica, que está muy extendida en la derecha y en la izquierda, más en la primera que en la segunda pero que siempre llama a vivir la vida. Cuestión distinta es que esa vida no sea todo lo digna que debería, aunque encíclicas papales criticando al capitalismo por ser el sistema que impide la dignidad vital hay para dar y tomar, más allá de la vocinglera cardenalicia.
También existe una visión de izquierdas que defiende la cultura de vida y la defensa de una vida digna aquí y ahora. La corriente materialista de la vida (marxista o no) no concibe que unos estén todo el día bebiendo a costa del esfuerzo de otros. Lo del hedonismo está muy bien siempre y cuando sea para toda la sociedad. La cultura de vida es promover todas las acciones posibles, haciendo caer el sistema también, para que las personas vivan dignamente. La búsqueda de una plenitud vital que admite dolor y risas como parte de la vida porque sabe que la plenitud utópica sólo se logra mediante la lucha y a futuro. No existe un sujeto de la historia en sí sino que se va forjando pero en ese lento transcurrir siempre hay que promover lo vital. ¿Apoya esta corriente de la izquierda la eutanasia? Tanto como puede apoyar la investigación en nuevas curas, métodos paliativos más eficaces. La eutanasia para la corriente materialista de la izquierda es un mero instrumento temporal porque siempre se apoyará dotar de sentido vital a todas las personas. Es una cultura de vida y de lucha, por eso se sabe que hay dolor pero también camaradería, lucha por la igualdad y un respeto enorme por la libertad. Antes de legislar sobre la libertad de ofrecer una pastilla para un suicidio placentero desentraña las causas que llevan a alguien a no querer vivir para erradicarlas. No son contrarios a la eutanasia (no confundir con cuidados paliativos eficaces, ya que lo paliativo siempre es cultura de vida) pero albergan numerosas dudas y para casos muy concretos. No es más progresista quien defiende la cultura de muerte frente a la de vida desde una visión materialista. Igual son dos formas de ver el progreso. Una postmoderna y hedonista; otra moderna y vital.