Posiblemente ni se hayan percatado de ello pero la mayoría de dirigentes de todo el mundo tiene, cada vez más, un rasgo común en su estilo de dirección de los asuntos de sus organizaciones e instituciones. Demasiados tics autoritaritos; demasiada necesidad de acallar al discrepante; demasiada soberbia en términos generales. Las escuelas de negocio no hacen más que sacar al mercado laboral promociones y promociones de “gerentes en ciernes” a los que les han intentado inculcar nuevos modos de dirigir empresas. Parece que eso no se ha trasladado ni a las empresas, ni a la sociedad.
El falso cuento del liderazgo –realmente en España, por ejemplo, no se sabe lo que es un líder (que no es lo mismo que un dirigente político, por muy alto cargo que ocupe) en cualquier nivel desde hace décadas– de los cursos “especializados” y las crónicas de plumillas al servicio del poder se destapa con sólo analizar los modos y formas que tienen los dirigentes de nuestros días. Y da igual que sean de derechas que de izquierdas, populistas o globalistas, mayores o jóvenes, todos acaban por asomar la patita de la soberbia y el cierre de filas. Paradójicamente, la mayoría de ellos han hecho cursos de liderazgo (habrá que ver qué profesores y qué cualificaciones tienen) que parecen no haberles servido para nada. Todo camina por la senda de la tradición, la mala tradición del cacique de partido.
Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno es un buen ejemplo de autoritarismo, mangoneo o soberbia. Aupado por menos de la mitad de los afiliados del PSOE se creyó César cruzando el Rubicón, pero en realidad ha copiado de aquel el autoritarismo hacia el interior del partido y la soberbia con sus colaboradores. Al igual que César se prometía salvar al PSOE y a la socialdemocracia y del partido no va a quedar casi nada (rescoldos) y la socialdemocracia que dice defender se parece demasiado al liberalismo estadounidense, en especial en lo referente a dejar a las mujeres vendidas. Es curioso que venda que las horas laborales deben ser las justas cuando en Moncloa se pueden contar, a manos llenas, las jornadas sin horas de finalización cuando al señorito se le pone tener un informe o un argumentario que, en muchas ocasiones, ni utiliza.
El PSOE como organización está acallada porque ha instaurado una dictadura mediante un reglamento que persigue a quien discrepe. Incluso contando con la delación de cualquier “mierdecilla” que pasa por ahí –el personaje del mierdecilla es un clásico en los procesos de delación de la literatura universal– por pensar con libertad y expresarlo sin cautelas. Por no hablar de la cultura de la cancelación que lleva a cabo desde las propias instituciones. Cualquiera que lleve la contraria o haga un apunte crítico es transformado en fascista. Y el colaborador que se “come sus marrones” acaba en la calle con la espalda llena de puñales. De los que comenzaron con él en la vuelta no queda ni una figura.
Isabel Díaz Ayuso
La musa de la derecha libertaria y acadabrante tampoco es una figura llena de virtudes. Todo el día con la libertad en la boca y resulta que tiene a los de su propio partido acobardados y silentes. Es cierto que en el PP han sido mucho de tragar con cualquier cosa, hasta con la corrupción, pero siempre ha existido algún verso suelto. Telemadrid, que tuvo un repunte periodístico con Cristina Cifuentes, ha vuelto a TeleAguirre o Tele Ayuso, como los regímenes comunistas que tanto critican. A la prensa la tiene amedrentada porque son muchos los millones que maneja y si alguien se mueve un milímetro no recibe publicidad.
Cualquiera que se le enfrenta, con razón, acaba siendo tildado de comunista. Por ejemplo, en el corredor del Henares la construcción del metro (Línea 7b) ha propiciado que se hayan derrumbado centenares de casas. Cuando las personas protestan porque la Comunidad de Madrid ni les indemniza, ni les ofrece alternativa, les califica de comunistas. No se sabía que los comunistas defendiesen la propiedad privada con tanto ahínco como la presidenta. A que si son propiedades de pobres no es propiedad… Liberalismo de mis ovarios se llama eso. Más allá de la mala gestión, lo que muestra es un estilo autoritario de gobierno.
Francisco I
El papa de los progres o liberales de la Iglesia, ese al que todos los medios califican como una nueva bocanada de aire fresco en una institución caduca y apolillada, tampoco es que sea un dechado de virtudes democráticas en lo que respecta a la forma de dirigir la institución. Como normalmente no siguen los temas vaticanos día a día, sino que les llegará algún meme o algún artículo con frases sueltas, graciosas o moralistas, pues no entenderán que esté al lado de dos personajes tan autoritarios. Pero serlo, lo es.
Cuando habla contra los chismorreos no es porque esté, de algún modo evangelizando, sino que está atacando a cardenales u obispos que tienen la sana costumbre de pensar y disentir. Y si publican libros donde se pone en cuestión sus propuestas pontificias, pues más chismosos son y, por ende, pecadores. Si se quedase tan sólo en la calificación de pecador tendría hasta gracia, pero es que actúa de forma autoritaria cesando o mandando a Israel-Palestina (a ver si le cae un misil) al crítico. O se atraganten con cerveza como le pasa con el cardenal Müller o el ex-secretario de Benedicto XVI, monseñor Gänswein.
Mucho se arrepentirá de haber llevado a Roma al cardenal Zen, exiliado interior de los comunistas chinos, quien ha criticado la retirada de la misa en latín y otro tanto ha sucedido con el nuevo nuncio, pata a seguir, de Jordania Giovanni Pierto Dal Toso (ex adjunto del dicasterio/ministerio para la Evangelización y presidente de las Obras Misionales Pontificias). Eso sí, a su “amigo” el jesuita Rupnik –acusado de orgías con feligresas y presuntos abusos sexuales con mujeres– le quita la excomunión que había dictado la Congregación para la Doctrina de la Fé. De hecho, cada vez más está configurando un grupo de amigos personales que son los que gobiernan la Iglesia.
Un estilo universal
En todos los casos, como otros cientos que se pueden explicar (Donald Trump, Pablo Iglesias, Emmanuel Macron, Albert Rivera, etc.), la tendencia es a autoidentificarse como salvadores de la causa como mecanismo de legitimación de una forma de hacer autoritaria; a actuar como verdaderos asesinos con aquellos que discrepan (en público o en privado); y a que todos los que se sitúen a su alrededor actúen como lameculos o confirmadores de la ocurrencia del dirigente de turno.
Si Francisco quiere que la misa tradicional desaparezca para siempre, todos deben tragar o aceptar el castigo, como sucede con el cambio en el padrenuestro. Si Sánchez dice que lo que él propone es la verdadera y única socialdemocracia, todos a decir amén. Si Ayuso cataloga de comunistas a quienes han perdido sus casas por culpa de los políticos y los intereses empresariales, los esbirros de la prensa a calumniarles y hacer desaparecer la realidad de sus medios. Si hay que cargarse a mil, mejor que a cien. Y a esto lo llaman liderazgo… ya.