La piel fina no sólo la tienen los postmodernos con su moralidad inmanente, también en la derecha es norma la máxima de “haz lo que yo diga pero no lo que yo haga”. Por eso no han dudado ni un solo minuto en poner apodos a los máximos responsables de los partidos de la izquierda. Pero eso sí, no aceptan ni por un instante que les pongan motes a ellos y ellas. Sólo los personajes de la izquierda en el teatro político pueden poseer un apodo, a poder ser cuanto más insultante o despreciativo mejor. Los personajes de la derecha siempre han de aparentar ser inmaculados (aunque se lleven los millones a Suiza, tengan las empresas en paraísos fiscales como Holanda o Irlanda, o pongan los cuernos a las parejas en directo), no pueden ser parte del chascarrillo común, del alegre apelativo del común, sino aparentar, porque sólo es apariencia, ser superiores. Por eso se vienen molestando públicamente cuando desde las clases populares les colocan motes o apodos, en muchos casos muy acordes a sus personalidades y actuaciones.
La verdad es que con Pablo Iglesias era sencillo colocar apelativo. “El coletas” no era muy rebuscado pero con ello no querían hacer una descripción de lo físico del ahora vicepresidente segundo del Gobierno, sino reírse y mofarse por su aspecto de clase trabajadora. Había, y hay, mucho clasismo en el uso del apodo porque la imagen que proyecta el dirigente máximo de Podemos se sale de los estándares de ese protestantismo de la moral burguesa (o calvinismo, o baptismo…) que imponen como doctrina moral del neoliberalismo. Una coleta molesta, como unas rastas o, simplemente, tener títulos o conocimientos que no deberían por su condición de clase. Si les molestaba que Marcelino Camacho o Nicolás Redondo supieran manejarse en temas económicos y por su forma de vestir, ahora les molesta la indumentaria “casual” de los nuevos políticos. En el caso de Pedro Sánchez con lo de “el guapo” no se estaba halagando una cualidad física sino minusvalorando el resto de cualidades personales. Siendo guapo carece de cerebro, de cualidades intelectuales (cuidado que insisten en el plagio de su tesis en una Universidad privada, cabe recordar, pero callan en todos los regalos en la derecha) y de cualquier otra capacidad que se les ocurra. Con ello han llenado columnas, minutos de televisión y de radio.
Ahora que el estado de alarma pandémico ha revelado la verdadera personalidad, si es que no lo había hecho antes, de las gentes de la derecha se molestan porque les ponen apodos. La realidad es que, más allá de la guasa española para esas cosas, los motes de la derecha parecen más las de un clan mafioso o la banda de Curro Jiménez que de un grupo de amigos. “El condenas” de Javier Negre expresa muy bien este tipo de detalle, aunque es verdad que los tribunales le han condenado en más de una ocasión. “El masters” o “Míster Master” en el caso de Pablo Casado se corresponden con el supuesto regalo recibido, que un Tribunal Supremo partidista no ha querido investigar (luego dicen que si control de la judicatura o no-se-qué quejas), y con la manifiesta incapacidad que muestra día tras día. Nesciente y mitomaníaco a partes iguales, más cierta represión traumática, el dirigente del PP no puede alardear de nada. Luego están “el cejas” por Francisco Rosell director de El Mundo, “el aceituno” por Teodoro García-Egea, “la montapollos” por Inés Arrimadas, “el rayas” ya saben por quién, “el portadas” por Bieito Rubido, “el parguela” por Carlos Cuesta, o el último en llegar a la banda “Alpiste”, “el bulos” o “el carteles” por Alvise Pérez ese personaje siniestro que quiere hacerse rico a costa de los incautos que apoyan a la derecha. Realmente un clan muy peculiar que se podría ampliar con peones negros (Girauta) y demás especímenes de la derecha mediática, la cual se enfada además cuando se les muestra que tiene carencias intelectuales e históricas.
Hacer caer el Gobierno poniendo en riesgo la vida de las personas.
El problema de este grupo no es que formen una banda, son muchos más que la de Alí Babá y los 40 ladrones, ni que sean los secuaces de la clase dominante (cuya ideología manejan perfectamente sin saber que la están manejando, lo que se llama inconsciente ideológico), el problema real es que ponen en riesgo la vida de todos los españoles. Bajo un contexto pandémico no han dejado de inventarse todas las locuras que se puedan imaginar. Desde golpes de Estado encubiertos hasta procesos hacia el autoritarismo pasando por populismos punitivos, muertos de parte, extensión pandémica por concentraciones feministas o limitación de la libertad de expresión de los medios de comunicación. Especialmente infecta es la última acusación pues si algo han hecho los medios de comunicación de la caverna ha sido decir lo que les ha dado la gana, presentar portadas mezquinas y no parar de hablar sin aportar una sola solución. Eduardo Inda, “el patillas”, ha quedado ensombrecido ante la furibunda reacción de periódicos que las personas del común tenían por serios. Nadie niega que el Gobierno haya cometido errores (en cualquier periódico como Diario 16, Público, El Diario, Infolibre, El País, El Plural o Cuarto Poder por citar los más conocidos de la izquierda se han contado las malas compras, los riesgos de ciertas decisiones, etcétera), pero inventarse un cambio de régimen cuando se calla que Moreno Bonilla se salta la ley para hacerse un escudo propio (con reminiscencias del Condado de Barcelona), que Díaz Ayuso ha provocado un auténtico genocidio en las residencias de mayores y así con los demás dirigentes de la derecha, es estar perpetrando una conspiración poco democrática.
En realidad la derecha no es que sea muy democrática. Siempre les sale el sargentillo chusquero de dentro o el cura de pueblo moralista. Ante una situación que nadie había vivido con anterioridad han visto la oportunidad de acabar con el Gobierno de coalición, algo que les habían mandado sus jefes de la clase dominante, recurriendo no sólo a la difamación, la mentira y lo extravagante sino a los mecanismos de propaganda usuales antes de los golpes de Estado que han perpetrado las derechas universales. Huele a pinochetazo que apesta. El problema es que no han logrado hacer mucha mella en la apreciación sobre el Gobierno (la división que están intentando generar refuerza en cierto modo a los inquilinos de Moncloa) y por ello dan el siguiente paso, acabar con el confinamiento a las bravas y así poder cargar más muertos en la mochila del Gobierno. A ello súmenle la catástrofe económica que ya le están endosando, la CEOE aprieta pidiendo millones para las grandes empresas (les interesa acabar con muchas PYMES) o las más punteras. Se completa así un panorama, no provocado por el Gobierno en sí, que se presta al salvajismo y la sociopatía.
Sí, son sociópatas porque no les importa que las personas se infecten y acaben en la morgue. Eso beneficia su discurso de “Gobierno de la muerte” para poder provocar elecciones generales cuanto antes. Lleva poco más de cien días funcionando el Gobierno y ya están en modo campaña electoral. Casado creyéndose presidente, las derechas independentistas intentando sacar tajada, la ultraderecha mediática buscando la denuncia para justificar la limitación de la libertad de expresión, todo para generar un estado de ansiedad en la población y así hacer caer el Gobierno cuanto antes. Se venden como salvadores, paradójicamente, aquellos que destrozaron la infraestructura española que ha provocado que haya habido más muertes de la deseadas. Ahora quieren acabar con el confinamiento y que todo el mundo vuelva a producir y reproducir sin importar que tengan que morir por el camino. No por un fin superior, lo que sería entendible, sino porque no han podido dinamitar la coalición (lo primero que les pidieron desde la clase dominante), ni han podido presentar una alternativa real. Las únicas propuestas de la derecha han sido bajar impuestos y despido gratuito, además de apuntarse los éxitos del Gobierno como propios. Porque es curioso que Isabel Díaz Ayuso clame por el número de parados, a los que alienta a sublevarse violentamente contra el Gobierno (algo que ya se avisó hace tiempo en estas páginas), cuando siempre dice que gracias a su presencia en el poder en su comunidad Madrid es potencia mundial. ¿Qué porquería de potencia económica será si no es capaz de generar empleo cuando se reactive la economía?
Todo es una gran mentira encaminada a hacer caer el Gobierno. La realidad es que no se han visto dañadas las libertades de la población. Ha habido y hay conciencia de comunidad, de sociedad y esto les resulta sumamente molesto porque destroza sus postulados ideológicos de que el individuo lo puede todo en soledad. Les molesta que el Gobierno-Estado haya respondido salvando a personas y pequeños empresarios porque eso desmonta la falsa mano invisible del mercado de la que tanto alardean desde la mayor ideología que existe en la actualidad. Todo lo que rodea la pandemia les molesta porque ha causado un cambio de visión respecto al sistema en general. Un sistema que es incapaz de parar un mes (en algunos casos ni ha parado), un sistema al que un simple virus mete en caídas de beneficio históricas, un sistema que es incapaz de proteger al ser humano ya no es un sistema apropiado para la vida. En la derecha siempre han sido del Homo Sacer, un ser humano sagrado en sí (todo el humanismo liberal lo sacraliza) pero que es perfectamente prescindible en términos vitales. O lo que es lo mismo el ser humano, más si es de clase trabajadora, es “matable”. Todo esto salta por los aires y las personas se están dando cuenta y no interesa. De ahí que se maniobre para acabar con el Gobierno, no porque se hayan dado cuenta de lo anterior, sino para que no lleguen a darse cuenta. Volver a lo espectacular, que les iba muy bien, y culpar de todo a la izquierda en general para que no sea posible una propuesta alternativa. Por el camino, llenar España de muertos (de las clases populares eso sí).