A comienzos del siglo XIX surgió el movimiento ludista, el cual quería acabar con las máquinas que reemplazaban el trabajo humano. No solo hubo proletariado sino pequeña burguesía artesanal que apoyó un movimiento que tenía visos de acabar en el rincón de la historia. En la actualidad los ludistas, de existir, deberían tener como objetivo acabar con los smartphones. No sólo destruye puestos de trabajo, sino que imbeciliza a las personas y es un mecanismo enorme de control.

Que existe gente con carencias importantes —que en nada se asemejan a las discapacidades—, como cualquier Isidoro de la vida, es algo obvio. Con bajar a la calle y darse una vuelta se pueden encontrar a esas personas limítrofes. El problema es que ahora los smartphones han ampliado esa imbencilidad de las personas. Cuanto más tiempo se pasa delante de un smartphone, más tonta es la persona. Las capacidades cognitivas sufren un proceso de desgaste enorme, se pierde todo tipo de atención, el lenguaje se reduce, pese a que esa persona pueda ser estudiada, y el análisis racional sale por la puerta de la misma forma que entra la estupidez. El smartphone es una máquina de hacer imbéciles.

Si lo piensan bien, el smartphone no tiene ninguna ventaja respecto a un ordenador. Se pueden hacer las mismas cosas, sino menos, y se vive esclavizado con respecto a un artefacto electrónico. El abuso de cualquiera es algo de lo que no se es consciente. Esas personas que se cabrean porque no has leído en mensaje que te enviaron o no les ha cogido el teléfono. Una invasión de la privacidad totalitaria pero que la mayoría ve como normal. Y no, no es normal. Por tener un smartphone no se tiene que estar disponible durante todo el día a cualquier pelagatos.

Se quejan de las redes sociales los avispados analistas, lo hacen porque no las pueden controlar, pero que cualquier gobierno te obligue a tener que relacionarte con él mediante el cacharrito, mientras aumentan el número de funcionarios paradójicamente, sepas o no sepas utilizarlo es dictatorial. Pagas impuestos para que te traten como un mero número sin ganar el eficacia. Entonces ¿para qué sirve el smartphone en lo público?

Y ¿qué decir de la banca? No sólo inflan a comisiones sino que obligan a descargarse aplicaciones propias para realizar cualquier gestión, poniendo en riesgo el patrimonio de cualquier usuario que tenga un descuido, porque no están preparados para estar alerta constantemente. Pero a nadie le parece mal, incluso lo ven bien. Y aquí sí se han perdido puestos de trabajo y se han cerrado oficinas en toda la geografía española.

Esto que sirve de ejemplo para España es similar fuera de ella. En todo el mundo lo smartphones están imbecilizando a las personas desde su más tierna infancia. Entre otras cosas porque los padres, entre que no ejercen de progenitores y son los que se dejan llevar por la corriente, entregan un arma peligrosa a críos de 10 u 11 años, o menos. El signo de distinción es el smartphone, no una chupa de cuero o vaquera, no una camiseta de tu equipo, no, una puñetera máquina que sirve para controlar al ser humano y además le lleva a perder cualquier tipo de capacidad intelectual. Cuanto más imbéciles, más fácil dominarlos.

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