El PP, el gran partido de la derecha española que parecía eterno, la formación de los diez millones de votos y del aznarismo fuerte, puede quedar seriamente tocado este domingo. Quién lo iba a decir. Y es que corre un intenso runrún por todo el país, una inquietud de última hora que se traduce en el miedo a que el ascenso de Vox pueda ser más importante de lo que predicen las encuestas. ¿Cuál será el resultado final del partido de Abascal? ¿Uno mediocre con 10 escaños o menos; el esperado con 20 o 30 diputados; o más de 50 representantes en el Congreso, incluso 60 y 70, como vaticinan algunos terroríficos informes secretos que circulan por las sedes de los principales partidos en Madrid?
De confirmarse los peores augurios estaríamos hablando, sin duda, de una auténtica estocada mortal que condenaría al partido de Pablo Casado a la pérdida de poder de influencia, a la debilidad parlamentaria absoluta, a la casi oscuridad política. Un PP con apenas 80 escaños, como sucede ahora con el PSOE, con un ejército de tránsfugas en abierta desbandada hacia los refugios verdes y naranjas (véase el caso Garrido) y con un Vox fuerte imponiendo su agenda entre bambalinas (a punto del ‘sorpasso’) quizá no estaría en condiciones de seguir siendo el principal partido de la oposición. Fraga consiguió levantar un partido democrático de la nada tras la dictadura, pero no parece que Casado esté a la altura del patriarca fundador. De ahí que a estas horas flote por los pasillos de Génova 13 un sentimiento generalizado: el miedo a la descomposición, el pánico al fantasma de la extinta UCD, el vértigo ante el abismo.
El riesgo de descomposición es real y ahora mismo el Partido Popular está en manos del destino, de los indecisos y de esa mayoría silenciosa que nunca se pronuncia en los sondeos demoscópicos pero que está dispuesta a darle un voto de castigo y rabia al sistema. “No hay que confiarse; si el próximo domingo no vamos a votar otros van a votar por nosotros”, ha advertido Pedro Sánchez en una especie de SOS que alerta también a la izquierda del peligro de los ultras. El presidente del Gobierno no las tiene todas consigo pero es que a Casado le habrán temblado las piernas cuando haya visto el último mitin de Vox en el ‘hall’ del Museo de las Ciencias de Valencia, un histórico reventón ultraderechista de 4.000 personas enfervorecidas que no augura nada bueno para el PP.
El feudo valenciano, durante décadas bastión inexpugnable de los populares, ya no es un lugar seguro para la gaviota. De hecho, a estas horas se antoja un territorio demasiado frío para el anidamiento del ave pepera. El discurso abiertamente anticatalanista de Abascal que seduce a miles de valencianos, unido a la lacra de los innumerables casos de corrupción y a la última experiencia del Gobierno de izquierdas Puig/Oltra, forma un cóctel explosivo que el domingo puede explotarle en las narices a la presidenta regional del PP, Isabel Bonig. Las últimas declaraciones de la jefa de filas levantina, que ha dicho que el castellano “está en peligro” en la Comunitat por culpa del catalán han sido un auténtico dislate que no hace sino dar oxígeno a Vox. ¿Quién va a comprar la copia del discurso teniendo a mano el original de Vox, señora Bonig?
En general, ese giro a la derecha, esa consigna nefasta de que hay que ser más ultra que los propios ultras (ordenada obviamente por Casado) puede ser uno de los factores que lleven al desastre electoral al PP. Pero hay otras razones de peso que conviene no perder de vista, como el liderazgo más que discutible de Casado en un partido fragmentado en diversas familias; la negación de los escándalos de corrupción a toda costa, y hasta sus últimas consecuencias, cuando todo el país estaba viendo cómo cientos de cargos públicos populares desfilaban por los juzgados españoles; la nefasta gestión de la moción de censura que hizo Mariano Rajoy al resistirse a presentar su dimisión por la sentencia del caso Gurtel, tal como le pedía Sánchez (con lo cual el Gobierno popular se habría mantenido en el poder, salvando así los muebles); y los años de duros recortes que han arrastrado a la pobreza a millones de españoles de las clases medias (también a los votantes del PP). Corrupción, ineficacia y miseria económica. Una tormenta perfecta que ha abonado el terreno para la llegada de la extrema derecha, siempre revanchista y ávida por ajustar cuentas con esa democracia que en las últimas cuatro décadas había colocado el franquismo en el basurero de la historia.
Ahora, mientras cunde el pesimismo en Génova, Abascal continúa creciendo con discursos incendiarios como el que ha soltado en Valencia hace solo unas horas. Su comparación de la izquierda española con el Frente Popular sencillamente pone los pelos de punta, ya que supone colocar al país en una situación similar a la que propició la tragedia nacional de 1936. El líder de Vox es un pirómano, pero parece que su corrosivo y barato carburante ideológico gusta y ha conseguido narcotizar a muchos que están dispuestos a comprarle los efluvios y disparates. Pocas veces en la historia reciente de nuestro país hemos visto a un tipo que propague el odio con tanta irresponsabilidad e impunidad. La desgracia es que ya es demasiado tarde para que actúe la Fiscalía.