Nadie esperaba que fuese a dimitir por los resultados de las elecciones catalanas, peores en el País Vasco y siguió en su puesto. Sí que habría algún tipo de reflexión más o menos profunda o con sustancia sobre el porqué de los últimos fracasos electorales y la superación en esas elecciones de la “derechita valiente” que tanto les acongoja en la sede de la calle Génova. O ex-sede porque de la reunión ha salido la gran idea de abandonar la histórica sede, que lo fue desde los tiempos de Alianza Popular, como fórmula para desterrar un pasado de corrupción que dicen individual pero se sabe que es institucional. Sin embargo, en el PP actual el problema no es la sede sino la propia dirigencia del partido con Pablo Casado a la cabeza.
El actual presidente pepero parece no haber asumido, principalmente, que su figura como dirigente máximo no cuaja entre las personas. Más allá de su mitomanía, de sus estridencias, de sus constantes contradicciones o de sus disfraces –que no es otra cosa que aparentar lo que no se es-, las personas han estado votando, cada menos, al PP por tradición, por haber sido el partido hegemónico de la derecha en buena parte de España. Eso hubiese sido un buen principio respecto, primero, a Ciudadanos –ese invento de la banca que derivó en populismo del sistema- y, segundo, respecto a Vox si Casado en vez de mirar hacia los lados hubiese puesto empeño en generar un discurso propio. No lo ha hecho y por ello le están dando bocados en los tobillos. Ciudadanos equivocó su papel dentro del sistema –el que le habían asignado sus creadores- y va camino de la desaparición. Crear un discurso, en tiempos de volatilidad verbal y populismo extendido, no es cosa sencilla, no se logra de un día para otro, pero tenía un tiempo que lo está malgastando en batallas inanes. Véanse algunos fallos.
No era mala idea establecer un eje de disputa constitucionalistas-no constitucionalistas viendo la situación en Cataluña, principalmente, pero también a nivel estatal con extremistas-populistas a ambos lados del espectro político. El problema es que si se quiere defender, más allá de las necesarias reformas necesarias, el actual régimen constitucional no se puede estar despreciando constantemente al PSOE, por mucho que no le guste Pedro Sánchez. Sabiendo que no lo aceptaría, tras la segunda elección de 2019 si Casado hubiese afirmado que tendría los diputados del PP para hacer una gran coalición, algo que sería rechazado porque estaba pensando en otra salida Sánchez, Casado no es que hubiese ganado cierta autoridad como “hombre de Estado” es que hubiese obtenido el mando del constitucionalismo. Frente a un Podemos antisistémico y a un Vox antisistémico también, con Ciudadanos en hundimiento continuado, el PP podría haber abanderado ese constitucionalismo por dejadez de Sánchez. El problema es que sus pactos con Vox en unas cuantas comunidades autónomas, mostrando que les tienen cogidos por sálvese las partes tampoco servía de ejemplo.
Y es que en el PP no han entendido que Vox es antisistema. Su rechazo del modelo constitucional actual es tan claro como el de Podemos o los partidos secesionistas. Pensando que, al fin y al cabo, no son más que los chicos malos que se han escapado de casa y ya volverán, han permitido que vayan creciendo a costa del propio PP. Comparten la idea de un capitalismo sin ningún tipo de cortapisas como distribuidor de la riqueza y como agente moral –siempre en compañía de ciertos tics conservadores occidentalistas-, pero en lo político y social hay diferencias enormes. A pesar de utilizar conceptos liberales detrás hay un autoritarismo à la Orban peligroso. Al menos tan peligroso como el peronismo de otros lares. Y cuando te juntas con populistas, como cuando te duermes con bebés, te levantas meado y sin diputados. Si Casado no distingue su discurso básico, más allá de cosas sobre inmigración, del de Vox acaba cayendo en la trampa del populismo. Y esto lo ha advertido gente como Jorge Vilches, destacado intelectual liberal.
Casado debía y debe asumir algún tipo de discurso propio sin pensar en los demás. Si apuesta por el liberalismo debe ser consciente que hay que olvidarse del capitalismo de amiguetes, de seguir nutriendo el Estado minotauro, de defender un individualismo claro y todas las cosas de liberales. Se enfrentará de esa forma a las contradicciones del liberalismo –como hablar del peligro colectivista sin saber de qué se habla, como hace Isabel Díaz Ayuso, ya que no deja de ser un mito (todo lo que no es individualismo es colectivismo que diría Milton Friedman)-, algunas de las cuales chocarán con el catolicismo patrio tan del gusto de la derecha (y una pequeña parte de la izquierda) española. Pero defenderá algo propio. O puede presentarse como el adalid del consenso neoliberal (no confundir con liberalismo aunque haya parte de este en aquel) pero asumirlo y hacerlo propio. ¿Tiene capacidad para hacerlo? Aquí se duda de ello porque su personalidad no parece dotada de las capacidades para reflexionar, cultivarse y pararse a pensar. Ha mamado en el PP madrileño mucho eslogan pseudoliberal pero al fin y al cabo es un producto de la cantera de Nuevas Generaciones, un aparatero con un discurso milimétricamente inoculado. Algo de lo que se vienen quejando bastantes personas, como Javier Benegas (que no pertenece al PP pero se declara liberal).
El simbolismo de la sede no basta.
Cambiar de sede es una buena jugada simbólica, el problema es que al llevarse los muebles se llevan a todo el personal. Y ahí está el problema, en el personal. Si Casado no es que sea la persona más válida del mundo, peor es lo que tiene por debajo en algunos casos. En el PP hay gente muy válida (no se darán nombres por no fastidiarles la carrera) y con otras características diferentes a los más públicos o publicados. Hay gente que está en formación y hay que esperar. Pero también hay mucho desecho de tienta de corral. Se sabe que Teodoro García Egea está intentando controlar las distintas regiones con casadistas y ahí tienen en parte el problema, en querer poner casadistas. ¿Qué es un casadista? Si no existe un discurso, ser casadista no es más que un pelota del dirigente máximo. Se vuelve a la pelea de oligarquías (las locales se rebelan ante la intromisión), a la lucha del poder por el poder. Mientras tanto se recurre a la demagogia y el frentismo para ver si en ABC te sacan esta o aquella noticia, o en los medios regionales. Todo ello sin presentar alternativas reales. Todo ello sin pedagogía alguna (algo necesario para construir algo político). Todo ello sin saber para qué se va… e ir para nada acaba dejando en casa a las personas el día de la votación o en manos de los sargentos chusqueros de Vox.
Hay que decir en su favor que Casado no se ha escondido con todo lo del asunto Bárcenas y ha dado la cara. También es normal que ayer dijese que hasta aquí llegaron las explicaciones de otra época. De ahí lo simbólico del cambio de sede, pero eso debe ir acompañado de muchas otras cuestiones y acciones. Y no se trata de aparentar moderación en la formas, como ayer volvió a actuar el presidente pepero, sino ser firme en los principios básicos y dialogante (que sea siempre el otro el que niegue el diálogo) con el adversario. Estar jugando en el terreno del amigo-enemigo como viene haciendo Casado es un error porque destruye y no construye. Bien es cierto que lo hace arrastrado por el miedo a la banda de macarras de bar pijo a última hora de la noche, pero si quiere ganar elecciones no es que haya que hacerlo en el centro (no existe el centro político) sino que hay que convencer a distintas personas muy diversas. Algunas pueden sentirse muy españolas y otras menos; algunas pueden ser muy liberales y otras no tanto; algunas pueden ser más europeístas y otras no tanto; algunas pueden ser franquistas y otras demócratas; algunas católicas y otras agnósticas; y así hasta cubrir todo el espectro posible del voto en España. Porque para vencer, sin renunciar a los principios, hay que ofrecer algo que sirva a todos, no como hacen los extremos que sólo sirven a los suyos y para los suyos. Aunque lo de la sede es perfecto para el periodismo espectáculo que tiene bazofia que deglutir durante una larga temporada.
Firmeza en los principios e inteligencia política. Cuando Vox se abstuvo para que los fondos europeos pudiesen debatirse en el proyecto de ley, algo que el PP está empeñado en retrasar, salieron todos a criticar al partido de ultraderecha, el cual les dio una lección de patriotismo que se ha visto refrendada en Cataluña. Casado, en la práctica política, debería reunirse con Sánchez y plantear desde ya la renovación del CGPJ y la creación de una Comisión parlamentaria para reformar el mecanismo de selección. Abrir el debate y que sean los demás quienes digan que no. Es lo que Sánchez le viene haciendo desde hace dos años. Casado en temas de Estado debe ser garante del PSOE, más si quiere reducir las prestaciones de Podemos. Por ejemplo, en el caso de la ley Loretta (llamada ley trans para camuflar lo queer) debería apoyar firmemente a Carmen Calvo en su lucha, entre otras cosas, porque en el propio PP hay muchísimas mujeres que públicamente lo han hecho, a pesar de defender un feminismo de corte liberal. Y así con una serie de cuestiones que acaban afectando a toda la ciudadanía. Luego en donde cabe la disputa ideológica o doctrinal hacerse fuerte (siempre que componga discurso propio): tema impuestos, tema empresarial, etcétera.
La salida que ha propuesto Díaz Ayuso de refundación mediante la fusión con los demás partidos (en especial Ciudadanos) tampoco es lo perfecto porque te llevas la “mierda” de los demás. Esto no es como en los tiempos de la creación del PP con la fusión de los democratacristianos, los liberales, los revisionistas y los ex del franquismo. Ahora se sabe que dos más dos no tienen por qué ser cuatro. Ya irán cayendo en el saco o directamente desaparecerán producto de sus propios errores. Tener prisa igual no es buena estrategia cuando queda, como poco, más de un año para las siguientes elecciones. Ahora tiene tiempo sin elecciones a la vista para hacer lo que debe hacer. Elegir por mérito (ya que lo defienden tanto) más que por incardinación en el aparato; elegir por capacidades más que por adulación; elegir por principios más que por servilismo…
También debería cambiar de asesores (especialmente de alguno que es gafe) porque le están llevando a la ruina. En estos tiempos de comunicólogos sin sustancia igual es bueno un cambio de estrategia. Comunicar bien los hacen a miles, saber qué comunicar lo saben muy pocos. Así se entiende que esas quejas porque la prensa es culpable de sus derrotas no sean más que parte de su miseria comunicativa. Porque si de los diez periódicos más leídos, siete son de derechas, no se entiende que su mensaje no llegue. Igual es que su mensaje no es válido (se tiene que quitar un poco de madrileñismo comunicativo). La culpa es suya, más en un partido como el PP que quien lo dirige tiene un poder casi supremo (lo que ha conseguido Sánchez en el PSOE de otra forma) y en su mano está revertirlo. Si es cierto que, como le pasa a su némesis socialista, el PP no tiene intelectuales propios (tenía razón Friedman al decir que los intelectuales lo son de sí mismos), alguno hay pero ni están incorporados ni se tiene la capacidad de aguantar las críticas que hagan. Porque uno de los males de la política en la España actual, ninguno de los dirigentes son personas que acepten las críticas, tienen un ego tan subido que no admiten más verdad que de las personas que ellos eligen y son de su cuerda. Y a veces, aunque sólo sea a veces, hay que ver qué dicen los que no son lisonjeros. Todo esto suponiendo que Casado pueda hacer reflexión alguna… que ya es mucho suponer.