Hay modas políticas que aportan usos lingüísticos excesivos. Hoy en día todo es empoderamiento, emprendimiento y demás zarandajas o significantes vacíos que se llenan con cualquier cosa que se le ocurra al político de turno. Ese uso del lenguaje oculta, en casi todas las ocasiones, ignorancia y carencia de programa político real. Pero existen otros usos y abusos lingüísticos entre la oligarquía política que se utilizan con carácter descriptivo y en realidad ocultan que todos forman parte de la misma coalición dominante. Mejor dicho, que son los peleles de la coalición dominante.
“Ultra” y “extrema” están en boca de políticos, periodistas y doxósofos (incluyan aquí a cualquier analista en cualquier medio), pero la realidad es que ¿existen la ultraderecha y la ultraizquierda?, ¿existen la extrema derecha y la extrema izquierda? Según hablen los de un lado u otro dejará de existir el extremo o lo ultra de su cuerda. En respuesta a la pregunta cabría responder que sí, existen. El problema es que son tan minoritarios que no merece la pena ni pararse a pensar en ellos. Claro que existen nazis, fascistas, estalinistas y demás istas que quieran, pero son dos y el que lleva el cartel.
Se ve claramente en los análisis de las elecciones en Francia. El partido de Marine Le Pen (Reagrupación Nacional) es calificado de fascista y extrema derecha. Sin duda en el momento de su creación en los años 1970s lo era pero hoy en día no es eso. En la izquierda tibia, pro-sistema, liberal es usual agitar el espantajo del fascismo de vez en cuando para tapar las miserias propias, como sucede en Francia. Le Pen puede ser considerada populista, si quieren, pero no menos que Emmanuel Macron o Jean-Luc Mélenchon. Un conservadurismo fuerte, nacionalista y con soflamas populistas, como puede ser lo de Giorgia Meloni. En ninguno de los casos se quiere abatir el sistema sino reforzarlo utilizando la tradición.
En el caso español se habla, según el medio, de ultra derecha, por Vox, o ultraizquierda por Sumar-Podemos. Sucede lo mismo que con Francia, Santiago Abascal y sus compinches, además de querer vivir del sistema sin pegar un palo al agua, no son fascistas (igual hay alguno en Vox) son libertarios protestantes a los que les gusta la tradición. Igual esto es más peligroso que el fascismo porque es mucho más disolvente en lo social. Son como Javier Milei pero sin estar tarumbas… bueno, en algún caso puede haber dudas. Como tampoco Sumar-Podemos son ultraizquierda. No dejan de ser otros jetas, en su mayoría niños pijos, que pretenden ajustar a los seres humanos a los dictámenes del sistema capitalista. Ninguno de los dos partidos son antisistema.
El peligro real, donde nadie mira y se esconde el verdadero núcleo de dominación de las sociedades occidentales, es en los populistas del sistema. Pedro Sánchez o Alberto Núñez Feijoo, Macron, Scholz, etcétera. Señalando a los demás como ultra-lo-que-sea o extremo-X consiguen llevar al huerto a una mayoría social que acaba por negar lo material, lo que tiene ante sus ojos, por un exceso de defensa de lo sistémico-global. En el plano idealista disuelven las conciencias firmes, sean de clase o religiosas, mediante una nueva conformación de valores sociales inventados en los laboratorios de la clase dominante —lean el libro El gran mito que acaba de editar Capitán Swing para la cuestión libertad-libre mercado—, o mediante campañas promovidas por las grandes empresas para llevar a cabo esa disolución de los lazos sociales.
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Por la derecha y la izquierda atacan a los ciudadanos y gobernando todo, ellos y ellas, la casta política. El populismo del sistema. Porque, pese a quien le pese, no dejan de ser populistas en el sentido de demagogos. Ayer mismo el presidente del Gobierno se alegraba en un mensaje en redes sociales de que el triunfo del Laborismo (liberalismo con apariencia progre) había impedido la llegada al poder de la ultraderecha británica. ¿Qué ultraderecha? ¿Los tories son ultraderecha? ¿Igual los red tories le parecen muy antisistema? ¿A quién quiere engañar el presidente? Esta última pregunta no es retórica, a los ciudadanos que le siguen haciendo caso. Así piensan que hay una batalla entre extremos que, en realidad, es inexistente.
Todo esto tiene su réplica en los medios de comunicación del color que sean. Unos alegres por la derrota de Le Pen y otros asustados por Mélenchon. Unos saltando por la derrota conservadora y otros mesándose los cabellos por la victoria laborista. En medio usted, medio acongojado, pensando que Hitler, Mussolini, Stalin, Pol-Pot o el que más le guste está a punto de llegar al gobierno de su país. Mentira, es todo un engaño de los populistas (en sentido de demagogos, no de apeladores al pueblo) del sistema. Demagogos que controlan la ekklesía (ἐκκλησία) democrática, los aparatos ideológicos, los instrumentos de represión y que no tienen otra salida para redireccionar el descontento popular en una batalla inexistente. Y mientras hay guerra, usted acepta que le cambien la mente y el modo de vida de manera mucho más asertiva… si es que se cree a la clase dominante. Si no la cree pasa a ser ultra.