La negociada amnistía entre el PSOE y ERC+Junts, negociada porque así lo ha confirmado Oriol Junqueras, está provocando una serie de artículos de constitucionalistas, profesores universitarios, políticos, periodistas sin conocimientos, arribistas, mamporreros y gentes que pasaban por allí sin mucho que hacer. A favor y en contra se pueden leer en todos los medios, escuchar en las tertulianadas de los todólogos o en las ondas radiofónicas con más o menos espumarajos. Paradójico es que nadie, al menos de los que se han podido escudriñar desde este lado, se ha parado a estudiar si esa amnistía cumple con los requisitos mínimos para ser democrática y éticamente aceptables.
A fin de poder ver si esos principios básicos de lo que debe ser un acuerdo general están presentes en el acuerdo o es un mero intercambio entre partes para un fin particularista. Para ello se pueden tomar algunos elementos de la Teoría de la Justicia de John Rawls. Es evidente que no se va a hablar directamente de Justicia (con J mayúscula) sino de acuerdos de tipo constitucional y político pero pueden servir para entender mejor lo que sería necesario que sucediese y lo que sucede. Por ello no vengan con las críticas realizadas a Rawls (son conocidas por quien esto escribe) y mucho menos con la máquina del placer de Robert Nozick. Entre otras cosas porque en las circunstancias actuales todo lo que sucede políticamente se asemeja demasiado a esa máquina.
El velo de la ignorancia
En sus dos escritos canónicos (Teoría de la Justicia y Liberalismo político, ambos disponibles en Fondo de Cultura Económica. La Justicia como equidad publicado en Paidós queda fuera de este análisis), y posiblemente en su texto Lecciones sobre la historia de la filosofía política (Paidós), expone que para llegar a acuerdos entre todas las personas y/o grupos de una sociedad se debe volver, haciendo un esfuerzo intelectual (lo que igual impide su aplicación a la política española), a lo que llama la posición original, esto es, una posición primaria desde donde comenzar el debate racional. El esfuerzo en la posición original viene determinado por el velo de la ignorancia o lo que es lo mismo el olvido de las diferencias de clase, identidad, lengua, etc. Partiendo de esa ignorancia las propuestas para una sociedad más justa (o democrática) evitarán las ganancias privativas para cada grupo de personas o personas individuales. Con esto se llega a un consenso superpuesto (o entrecruzado) en el que las resoluciones de los conflictos constitucionales se pueden resolver mediante los valores políticos consensuados pues se consideran los ideales de toda la estructura política.
Algo así se intentó, por mucho que digan sobre presiones de la CIA y cosas del franquismo, durante la Transición a la democracia en España en los años 1970s. Más de dos de los ponentes constitucionales conocían perfectamente la primera obra de Rawls, además del pluralismo personalista de Jacques Maritain, e intentaron plasmarlo en esa primera ponencia. En cuanto la derecha española, UCD-PP, intentó hacer de la Constitución un acuerdo de parte, estalló el proceso parlamentario y se pasó a acordar entre UCD y PSOE en el restaurante José Luis, con el apoyo de casi todos los grupos parlamentarios (quedaron fuera los extremistas y etarras), algo que tuviese un parecido con el velo de la ignorancia. Curiosamente lo que quedó fuera de ese velo fue la ley electoral. Quienes la acordaron sabían que les benficiaría.
Levantar el velo para hacer trampas
Ahora pueden entender por qué Felipe González y Alfonso Guerra se quejan amargamente del acuerdo de Amnistía de Pedro Sánchez. Conseguir ese consenso superpuesto costó bastante y el velo de la ignorancia (que posibilitó en parte la Amnistía de aquellos años) hubo de ser empleado por unos y otros. Todos acabaron aceptando que no obtendrían ventajas privativas del acuerdo. La Constitución de 1978 permite desde un régimen socialista hasta un Estado confesional y ello fue posible por lo comentado anteriormente.
Ni el presidente en funciones, ni Alberto Núñez Feijoo junto a todas sus huestes son conscientes de esto. Los secesionistas e independentistas a largo plazo tampoco son partidarios de situarse en la posición original. Todos ellos, tal vez por ignorancia, se muestran voraces depredadores de opciones privativas a futuro. Hablan, especialmente Sánchez y sus palmeros mediáticos, de una oportunidad para conllevarse con Cataluña y el País Vasco. La Amnistía, que sería de parte y no general, sería un quebranto del velo de la ignorancia. Alguien ha levantado el velo para mirar y ver qué puede ganar con ese supuesto consenso. Un consenso que no se apoya en los valores y principios fundamentales de la convivencia política y constitucional. La Amnistía no sería Justa (con J mayúscula de Justicia), ni un beneficio al bien común. Entre otras cuestiones porque introduce, en segundo término (lo que han visto al levantar el velo), una mayor desigualdad entre estructuras del Estado (Comunidades Autónomas) y entre ciudadanos (otros malversadores y ladrones políticos no tienen esa limpieza de sus delitos).
Incluso para una reforma constitucional, como formulan algunos, a fin de solventar los problemas existentes, sería necesaria esa vuelta a la posición original. Esa vuelta a un momento racionalmente fundamentado donde nadie expresaría en el debate sus preferencias privativas sino que propondría todos aquellos valores políticos y formas constitucionales que beneficiasen el bien común, sin ventajas para las partes. Querer romper el consenso para obtener ventajas particulares puede ser político pero no justo. Intentar quitar las posibles penas a quienes vulneraron el consenso mediante un golpe de Estado es éticamente reprobable.
¿Es posible un consenso nuevo?
Todo lo anterior es, posiblemente, difícil de aceptar en un mundo relativista donde la opinión de cualquiera, aunque carezca de fundamentos racionales y/o de verdad, vale lo mismo. Salvo las opiniones de quienes son estigmatizados por los aparatos ideológicos que conforman la ideología dominante hoy en día. Que comunistas y fascistas se pudiesen sentar juntos y votar en favor de un sistema democrático, con todas las imperfecciones racionales que quieran (aunque en demasiados momentos lo que se hacen son quejas de parte), solo fue por ese velo de la ignorancia que hoy es totalmente inexistente en nuestro sistema político.
El juego con las lenguas regionales en el Congreso, utilizadas como estrategia, ergo como armas políticas, tan solo sería un infantilismo si no fuese porque la reciprocidad no existe. Es normal que se utilicen lenguas vernáculas en los parlamentos, en los colegios o en las instituciones públicas siempre y cuando se respete el uso en las mismas condiciones de la lengua común. ¿Sucede eso en todas las regiones? No. Por tanto, no hay igualdad de trato entre lengua oficial y las cooficiales. Se nos quiere poner un falso velo de la ignorancia ante algo que afecta a la Justicia, a la equidad, a la no discriminación.
Rawls era un utópico, como le dijo Nozick (asumiendo que su Estado mínimo, algo que no han entendido algunos liberales, también lo era), pero al final son esas utopías, esos ideales racionalmente arrancados, con defectos, a la ley natural, los que permiten la convivencia, el consenso y la vida social en común. Si lo que se quiere en España es tener una vida comunitaria lo más plena posible, levantar el velo para obtener ventajas sobre los demás no es ético, es hacer trampas. Nadie quiere sentarse para debatir posiciones racionales porque, al fin y al cabo, todos quieren sacar ventaja. Hubo un tiempo que se logró algo parecido, con sus muchos errores, pero ¿por qué no volver a intentarlo?