Cuando se advierte desde distintas columnas, incluida esta misma, que la élite política está separada de la realidad material y psicológica de la gran mayoría de las poblaciones, no es por capricho o pretensiones intelectualoides sino por hechos concretos de la práctica y el pensamiento de esas mismas élites. Están tan apegadas a las clases dominantes, propias o extranjeras, en lo referente al diario discurrir de la formación capitalista actual que acaban por agarrarse al pensamiento mágico que no confronta con la ideología dominante. Así se entregan a las diversas luchas por el reconocimiento, hacen una utilización bastarda de las luchas contra la dominación “en última instancia” que permitiría mayor libertad humana, o directamente acaban en el infantilismo espectacular más estúpido que se recuerda en la historia de la humanidad (incluyendo al ser humano del bosque de Rousseau).
Ayer la vicepresidenta Teresa Ribera, a la sazón encargada de las cosas energéticas y ecológicas, expresó muy enfadada que las empresas energéticas tienen muy poca “empatía social” en sus subidas de precio (que es conocido que son subastas oligopólicas) continuadas. Hay que tener los ovarios o los cojones muy bien acomodados en una mente con carencias para soltar tamaña estupidez. Una boutade propia de quien, conociendo como dice conocer el mercado, acaba por utilizar el infantilismo y el buenismo para salirse por la tangente de lo que significa gobernar. Cualquiera que haya leído un poco de historia y haya vivido lo suficiente conoce que todas esas cuestiones sobre las que esta clase política (da igual el color) ejecuta su infantilismo –ese Pablo Casado “diciendo” que está preparando sus consejos de ministros es tan estúpido como la vicepresidenta- se pueden revertir con apoyo social. El problema es que los que gobiernan ahora no quieren movilizar y los que querrían gobernar temen que se movilice la gente. De ahí que conviertan la política en juegos de patio de colegio.
¿Cuándo a lo largo de los últimos dos siglos y medio cualquier empresa ha dejado de ganar dinero por conciencia social? Las cuarenta horas semanales de trabajo se lograron después de muchas luchas y muchos muertos. La legalización de sindicatos –en aquellos años en que estaban fuertemente vinculados a la clase trabajadora, no los happy flowers actuales- costó rebeliones, huelgas y muchas pérdidas de vidas humanas. Todas las medidas que hoy se conocen no fueron producto de un espontaneísmo de la clase dominante, sino mediante muchas luchas, negociaciones y miedo social. En la actual convergencia de pensamiento entre clase política y clase dominante algo tan sencillo es difícil de comprender. La empatía es un bello valor pero la lógica del capitalismo es la maximización del beneficio a toda costa y frente a esto sólo cabe confrontación. Y cuando se está en el gobierno se poseen los mecanismos suficientes para hacerlo, por muy mal que miren desde la Unión Europea –que debe ser que hace experimentos en España con la condescendencia de la clase política-.
Tampoco hay que ser un materialista irredento para comprender que las empresas seguirán aprovechando su posición oligopolística para obtener todo el beneficio que puedan. Pedir empatía a una máquina es muy postmoderno y muy cuqui pero no va a corresponder por su propia naturaleza. Son las personas las que tienen capacidad de empatía no las instituciones o las estructuras. Algo que la vicepresidenta, como muchas otras personas del gobierno o del resto de las fracciones de la clase dominante, sabe. Pero queda muy bien, aparentando muy buen rollo, siendo muy postmodernita a la par que reconoce que la luz subirá durante todo el año un 25% y que poco o nada se puede hacer. La culpa es del sistema que no es empático, tiene los santos ovarios de decir, pero es que ella está dentro del sistema y hay mecanismos de quiebra, de ruptura y de reforma del propio sistema y desde el sistema que ni quiere utilizar. Han contado que ministras y ministros son los más listos e inteligentes pero en realidad son cínicos con buen sueldo. Actores y actrices de una obra donde le piden a Claudio que envenene menos, pero que siga reinando en Dinamarca.