Que la migración es un tema candente de debate no lo discute nadie, por ello en esta vigesimosegunda edición de Encuentro Madrid han querido comenzar las mesas redondas y los debates con ese tema. La mesa El reto migratorio: ¿Es posible una nueva convivencia en un mundo ‘sin fronteras’? Ha contado con la moderación, en doble sentido, de Pablo Llano, director general de la ONG Cesal, quien ha introducido el tema haciendo hincapié en que la realidad que se nos ofrece por diversas vías mediáticas tiene, en muchas ocasiones, dosis adulteradas. La irregularidad en la llegada no es lo habitual, a penas es un 6% del total de los migrantes que llegan, algo que parece distorsionado cuando al común de los mortales se les pregunta pues piensa que es muchísimo más.
El moderador ha dado paso a los tres participantes. En primer lugar, aunque a posteriori ha cambiado la rueda de exposiciones, ha intervenido la secretaria general de Cáritas España, Natalia Peiró quien ha querido empezar su breve exposición planteando que, en realidad, todas las personas son en cierto modo migrantes y todos los países se han ido construyendo en base a migraciones, Pese a que aquí solo se ve la llegada, ha recordado que los movimientos migratorios tienen un alto coste en vidas humanas que se pierden por el camino. Aunque no aparezcan en televisión esas imágenes, no deja de ser un hecho terrible que se produce día a día en numerosos lugares del mundo.
Como personas que dirige una ONG que está al pie del cañón con este tipo de personas ha querido advertir que el discurso contra los migrantes es mucho más fabricado que real. Pese a las carencias de recursos para poder llevar a cabo una buena planificación de la integración de estas personas, que no solo es laboral, hay que seguir trabajando porque es una cuestión de justicia social, de dignidad de las personas, de derechos básicos —de los cuales carece, por cierto los migrantes—, porque Jesucristo ya afirmaba que hay que acoger al otro. Sin embargo, es muy complicado debatir con calma pues existe una situación de polarización sobre el tema perfectamente diseñada y llevada a cabo.
Pedro Carceller, director general de Inclusión y Cooperación al Desarrollo de la Generalitat Valenciana, ha comenzado su discurso donde la anterior participante lo había dejado. El debate, ha dicho, está enrarecido y es polarizante pues se parte de dos sistemas bien conocidos, o abrir fronteras y que entre el que quiera, o cerrar las puertas. En su opinión deben existir caminos intermedios que se apoyen un humanismo realista pues aquí no se trata de números ni nada por el estilo, sino de la dignidad de las personas. Ha recordado que la Doctrina Social de la Iglesia afirma que la persona es u fin en sí mismo. Una persona que se despliega en un sociedad dada y donde no solo debe haber un acogimiento dialéctico, de palabra, sino real, personal, humano.
Por su parte el filósofo Jorge Freire ha querido situar el debate en el conocimiento de la alteridad, del Otro, del extraño, del que llega sin avisar como sucedía en las tragedias y epopeyas griegas. En ese juego tú-yo, que recordaba en algún momento a lo escrito por Martin Buber hace años, no es partícipe la tolerancia —palabra de la que, a su modo de ver, hay que huir— sino el respeto. Además no un respeto por el individuo sino por la persona, pues individuo es algo así como la materialización de la persona de forma contable o económica, mientras que la persona es un ser que posee valores, deseos, entendimiento, etc. El migrante no quiere una guarida sino un hogar.
Este debate no se trata de individuos sino de personas, además personas de todo tipo y condición pues cuando se habla respecto a la migración hay un condicionamiento de clase. Nadie habla de los migrantes británicos o venezolanos que tensionan el mercado de la vivienda, por ejemplo, como ha recordado Carceller. Algo importante pero que no resta importancia a que, realmente, existen procesos complejos por los que las personas están desorientadas, en muchas ocasiones desarraigadas porque su barrio ha cambiado de forma muy rápida. De ahí que no solo haya que acompañar al migrante sino también al lugareño, al que recibe, al excluido social-laboral, a las personas mayores. Ese miedo que existe, por mucho discurso sencillo que se haga en un tono un tanto buenista, es real, está ahí en la calle y hay que bajar al barro para entenderlo y trabajarlo. Algo sobre lo que ha insistido Freire al hablar del desarraigo del que viene y el que está y la no consideración del mismo como algo absurdo.
En este sentido Peiró ha querido expresar que las comunidades de acogida deben ser cuidadas de igual forma, aportando recursos para que las oportunidades sean para todos. Generar vínculos con apuestas de medio y largo plazo, por ello la necesidad de diseñar proyectos de comunidad en los lugares de acogida. Sensu contrario el miedo a lo desconocido, el miedo a la pérdida de estatus, el individualismo y ese rechazo a la pobreza son elementos, cuando menos, peligrosos. Es vital, por todo ello, un trabajo conjunto entre la clase política, las administraciones y la sociedad civil. Pese a la polarización inducida, hay esperanza, como dice Carceller, y se debe trabar contacto con el migrante, ponerse en su piel, pus cuando se es capaz de entender al final acaba uniéndonos la humanidad.
















