Las vacaciones, para la mayoría de españoles, concluyen en breve. Unas vacaciones merecidas después de más de un año de pandemia, las cuales han servido para desconectar del día a día y, esto es importante, de la clase política. Unas personas han estado más pendientes de los fichajes de sus equipos de fútbol; otras de si esta o aquella famosa se ha enrollado o no con otro donnadie; otra, incluso, lo habrán pasado con la esperanza de las novedades librescas que están a las puertas. En general, ha sido un veraneo de desconexión de ese teatro de malos actores que es la política española. De hecho, pese a que ha sido la serpiente del verano, habrá personas que ni se han enterado de lo sucedido en Afganistán. Por desgracia estos casi dos meses sin estupideces diarias tocan a su fin.
Vuelve la clase política y con ella una visión de la realidad española muy diferente a la que tienen los ciudadanos de a pie. Ya han dado muestras de ello durante el verano, como se verá, y no parece que vayan a cambiar, sino todo lo contrario, tendencia a empeorar. Estas vacaciones, para quienes las hayan podido disfrutar, han servido para ver cómo la luz sube y sube sin que haya posibilidad real, por falta de ánimo, de cambio del sistema. Una nacionalización de la producción no está en la agenda de nadie, porque lo importante es la producción no la comercialización. Y de entrar, vía Comisión del Mercado de la Competencia, a trastocar los precios, es completamente seguro que subirían otros impuestos de otros productos comercializados por esas compañías. Ya amenazan con más impuestos a gasolina, diesel y derivados fundamentales para calefacciones y desplazamiento indispensables fuera de las zonas urbanas. Vuelven los políticos a sus distintas instituciones y lo mejor que pueden hacer es agarrarse las carteras.
Si se hiciese un resumen del verano político se podría decir que Pablo Casado y el PP que le acompaña se ha cubierto, pero no de gloria, sino de defecaciones. Como en realidad piensan que los españoles son idiotas han intentado convencernos de que el problema del Mar Menor es culpa del gobierno del PSOE pese a que tienen transferidas las competencias desde hace más de veinte años. También han dado muestras, en Andalucía y Madrid, de negligencia al dejar vacíos los centros de salud primaria. Ustedes dirán, con razón que en otros lugares también ocurre y no gobierna el PP, cierto, pero lo que pasa en Cataluña viene de antes de la pandemia y a causa del proceso secesionista. Algo conocido. Pero no sólo el problema murciano lastra a Casado, su propia imagen con distintos disfraces y poses le señalan.
Si desde la izquierda pensaban ganar algo este verano, la verdad es que se podría decir que tal y como vienen tratando a las personas de izquierdas y al resto de españoles, sería extraño que Vox no ganase las siguientes elecciones. “Les de le verdedere izquierde”, además de quejarse por sólo tener 35 diputados –un clásico de su propia inoperancia-, han señalado a cualquier español o española que se ha quejado de la caída material que han sufrido los españoles en estos últimos veinte años como rojipardos, tradicionalistas o fusaristas. No es nuevo, eso ha venido haciendo la izquierda postcomunista francesa y hoy cuentan los votos con los dedos de una mano, mientras hacen alertas antifascistas contra la Rassemblement National de Marine Le Pen -¿les suena?-. La nostalgia es mala y parafascista, lo progre es hacer caso a todas las gilipolleces subjetivas y postmodernas, como calificar el burka de vestido que aporta dignidad a la mujer.
El PSOE tampoco es que esté para echar las campanas al vuelo. De momento Pedro Sánchez, más allá de ver la mano de la crisis climática en cualquier desgracia que sucede –como el incendio de Ávila-, está aguardando a su congreso a la búlgara, donde todos callarán, le aplaudirán y le idolatrarán, para coger fuerzas y jugar durante un año a las amenazas de elecciones. A la par intentará ganar voluntades para su causa personal gracias a los millones del plan de recuperación que regará los bolsillos de numerosas empresas, nacionalistas y aprovechados que se han convertido al capitalismo verde. No dará explicaciones sobre qué sucederá con Afganistán (refugiados, control yihadista, etcétera) porque él sólo habla con Biden y no con los representantes de la soberanía nacional. Bueno, no dará explicaciones ni de esto, ni de nada en un debate sobre el estado de la Nación porque si hay algo que tema más que a una vara verde es un debate.
El resto de miembros de la clase política han estado a sus cosas de secesionistas, de regionalistas, de nacionalistas ultraliberales… Lo que hacen siempre pero en vacaciones. Por molestar, cabe recordar aquellos años en que Solchaga y Boyer compartían paella en chiringuito playero. Ahora El chiringuito es un lugar de adoración de empresarios de la construcción. O esos años en que se iba todo el mundo de vacaciones y no salía nadie a hacer el idiota. Porque si se quejan de la clase política estatal, hay que echar un vistazo a algunas presidentas de comunidad, a algunos presidentes y a alcaldes estrella. Y a mucho tonto a las tres de las redes sociales. Por desgracia este tiempo de relax no le ha servido a nadie para reflexionar sobre el camino que lleva España, sobre la división que están fomentando y en la que insisten. Algo utópico pues pensar y reflexionar no es propio de esta clase política. Suerte para la ciudadanía.