Que dos policías municipales quieran tener su momento de gloria o que Abogados Cristianos se sientan ofendiditos por cualquier cosa no implica que eso que les puede haber molestado sea revolucionario. La cantante Eva Amaral está en todo su derecho de mostrar sus pechos durante una actuación y reivindicar que dejen a las artistas en paz. Muy bien. Vale. Perfecto. Pero de ahí a que ministras del Gobierno en funciones hablen de acto revolucionario hay un largo tramo. Enseñar las tetas no es revolucionario.
La hipersexualización en los años 1970s y 1980s tenía una justificación ideológica para acabar con esa opresiva y dominante moral victoriana o doble moral burguesa. El desnudo como elemento de quiebra podía ser aceptado. En España suponía dar una patada a la moral nacionalcatólica. Pero el destape y los vídeos de Madonna dejaron de provocar pasado un tiempo. En el momento en que se derribó aquella ideología cada cual pudo hacer lo que quisiese, siempre y cuando no implicase un perjuicio para los demás (algo que los liberales españoles olvidan con frecuencia). Se puede hacer topless en la mayoría de playas pero no ir en pelotas por la ciudad por ese respeto debido.
La izquierda infantil sigue obsesionada con las tetas. Que hay que protestar contra el clima, a enseñar las tetas. Que hay que provocar a los católicos, a enseñar las tetas. Que hay que protestar por cualquier cosa pseudofeminista, a enseñar las tetas. Flaco favor hacen a las mujeres si enseñar las tetas, con el contenido de cosificación sexual que conlleva, es un mecanismo de provocación. Y no, no lo es. Como no lo es pegarse a un famoso cuadro o a una carretera. Las personas de normal para arriba piensan, con toda razón, que esas cosas son estupideces y quienes las hacen poco menos que unos gilipollas (por no decir cosas más fuertes pero más reales).
Lo hecho por Amaral, en respuesta a las acciones de unos tipos estúpidos o enfermos, al final ni escándalo, ni provocación, ni nada. Algún libidinoso se habrá fijado en la turgencia o no de los pechos, pero salvo para la cosa graciosa de Twitter poco más. Salvo que se sea ministra de España. La vicepresidenta Yolanda Díaz estaba encantada con la cosificación mamaria, aduciendo que enseñar las tetas es la vida que quiere llevar. Irene Montero (sí, sigue siendo ministra) hablaba de dignidad por enseñar las tetas. Siguen en su discurso de que llega una época en que van a reducir a escombros los avances sociales (se espera que sí con la memez trans y queer) y todo por culpa de fascistas, ultracatólicos, integristas y demás calaña.
Si tan digno es y tanta ayuda es para las mujeres, ¿a qué están esperando las ministras para enseñar sus tetas? También les gustó lo del miedo a las tetas de Rigoberta Bandini, por tanto, nada mejor que enseñarlas antes del próximo Consejo de Ministros. Todas en la escalinata de Moncloa con los pechos al aire para reivindicar la dignidad de las mujeres. No. No lo harán porque sus tetas no son revolucionarias sino las de las demás.
Recuerden que la muy antirreligiosa, y supermegapija, Rita Maestre no las enseñó y se quedó en sujetador. Al final la doble moral burguesa hace su acto de presencia. E igual son conscientes de que enseñar las tetas al final, a día de hoy, es una cosificación o un fetichismo de lo que en un tiempo fue revolucionario. Claro que al ser mujeres que apoyan los penes femeninos, el uso del hijab como empoderamiento de la mujer musulmana o la cosa fluida que nada tiene que ver con Pink Floyd, son capaces de acudir a Irán en viaje de Estado y enseñar las tetas a los ayatolas. Tampoco.
Salvo que quieran hacer musa del feminismo a África Pratt, lo de enseñar las tetas no es empoderante, ni revolucionario. No de hoy, sino desde hace muchos años. Cualquier mujer puede vestir como quiera, hacer o no topless en los sitios permitidos (un escenario es ese tipo de lugar), comer guindillas si le apetece y nada de ello es un hecho revolucionario a estas alturas de la civilización. El problema está en otro sitio, en ese que ocultan y que no quieren decir como buenas pequeñoburguesas que son. La cosificación de la mujer que se hace cada vez que se enseñan las tetas para reivindicar algo no lo tienen asumido. Enseñar un pecho no es provocativo (cuando lo hizo Susana Estrada sí), bien al contrario denigra a la mujer si tiene recurrir a eso para ser escuchada. Esto no se lo leerán a las ministras.