Siento que algo se mueve. Está en marcha una nueva revolución social, ciudadana, que tiene muy poco que ver con la política corrupta, manipuladora o la economía manejada por dictadores privados. Mas bien tiene mucho más que ver con la condición humana y las ideas.
Es el momento de volver a empezar y no me cansaré de repetirlo. Tenemos que asumir la suficiente conciencia revolucionara para poder llegar a ser conscientes de que no todo se puede comprar, nada puede ser nunca, o debiera no ser nunca, superior a la dignidad y a la sociedad del bienestar.
Es necesario que la sociedad sea capaz de poner en marcha esa nueva y esperanzadora revolución de la condición humana que se identifique sólo con los pensamientos y las iniciativas capaces de construir una convivencia para la vida desde el respeto, la justicia social, la libertad, el bienestar, los derechos humanos y la igualdad.
No soy, por naturaleza, un escéptico. Más bien lo contrario. Me gusta la pasión, la valentía, la razón sin miedo, la ética y la verdad, aunque en Diario16 estamos curados de espanto, al menos lo suficiente como para desconfiar de los que ofrecen a los ciudadanos y ciudadanas bienestar y democracia regalada. A pesar de los tiempos que corren, no queremos que nadie pueda decir algún día que nos flaqueó la esperanza ni la confianza en la condición humana de los dirigentes políticos democráticos. No obstante, ¿lo seguirá cambiando el poder o conseguirá algún día demostrar que se puede gobernar a un pueblo desde la ética, la honestidad, la justicia y la igualdad? La esperanza está servida y los desfavorecidos de cualquier lugar pendientes de que las conciencias sean la justicia y la ley con justicia.
No estamos de acuerdo con los oportunistas políticos que predican ideologías y cobran por ello ofreciendo falsas esperanzas y espejismos libertarios, engañando y mintiendo sin ningún pudor mientras se lucran. No estamos con quien ilusiona con sus atractivas ofertas y, al mismo tiempo, planea favorecer a quienes crean la desigualdad. No aceptamos a los embaucadores que se disfrazan de emprendedores.
En estos tiempos apocalípticos de tribulaciones, cuando el mundo que conocemos se queda atrás día a día a una velocidad vertiginosa entre el temor y la esperanza en un nuevo orden nacional e internacional, nos atrevemos desde esta tribuna a preguntarle al pueblo: ¿qué hacemos con esos protegidos líderes del dolor y la desigualdad, capaces de cualquier cosa con tal de poseer dinero y poder único?
El actual progreso de la humanidad se basa, simplemente, en la ambición desmesurada de algunos hombres y mujeres que se creen superiores a otros y otras, y que desprecia a sus iguales a los que somete encerrados en cárceles sin barrotes, en las que, aparentemente, pueden moverse sin traba, pero en las que carecen de libertad y dignidad.
Las afirmaciones rotundas del hombre-político, en una atmósfera llena de viejos sentimientos y pasadas identificaciones, están a punto de hacernos pensar, precisamente, si acaso estamos en los últimos peldaños del fracaso de una democracia que podría calificarse de bienintencionada.
Lo más importante en la vida es tener un sueño y el suficiente valor para luchar por él. Pero, aunque cada en momento de la lucha nos enseñen la silla desvencijada de los que se enfrentan al poder del hombre-pueblo, no se deberá desfallecer porque el peor horror es vivir con la sensación de no haber intentado evitar que el poder único haga sufrir al pueblo privándolo de libertad. Cada día que pasamos en este mundo es más cierto que nunca tanta gente fue tan deprisa a ninguna parte.
En democracia, la libertad deberá estar siempre por encima de cualquier consideración o urgencia. Al pueblo, sea el que sea, no se le puede engañar fácilmente porque los pueblos, al final, siempre terminan creyendo en sus propias ideas. La lealtad a la conciencia, a la igualdad, a los derechos humanos, a la justicia social, al amor, al respeto es, sin duda, lo que más te ayuda. Otro Estado español es posible.