Los españoles tendremos que agradecer eternamente que un hombre inteligente, templado y pragmático como Adolfo Suárez pilotara los años más turbulentos de la Transición española. Resulta fácil imaginar qué habría ocurrido si el elegido por el destino y por la historia para llevar a cabo aquella travesía casi imposible a la democracia hubiese sido el macho y visceral Santiago Abascal, por poner un ejemplo. Sin duda, habríamos terminado a tiros; ni Dios nos habría librado de una Segunda Guerra Civil.
Suárez fue el hombre perfecto para la época, un Moisés sin báculo pero con traje y corbata que con su tabaco negro entre los labios se metió a Carrillo en el bolsillo (lo cual no era fácil) y condujo a la sufrida tribu hispana desde la tiranía de la dictadura a la tierra prometida. Entre medias hubo de todo, hasta un asalto al Congreso que él soportó con honor y gallardía, sin esconderse bajo el escaño, al igual que Gutiérrez Mellado. Puede decirse que en Suárez se encarnó lo mejor de su tiempo. Fue un milagro político que nunca se había producido en España, un país secularmente acostumbrado a ser gobernado por reyes ganapanes, políticos ineptos y militarotes iluminados.
Su hijo, Adolfo Suárez Illana, no es ni sombra del gran hombre que fue su padre. En las elecciones de Castilla-La Mancha de mayo de 2003 probó suerte como cabeza de lista del PP por Albacete. Fue derrotado por el PSOE y José Bono revalidó el poder por sexto mandato consecutivo. Después de aquello hizo bien en retirarse de la política y regresar al bufete, de donde no debió haber salido nunca.
Con Suárez Illana no se cumple aquel viejo dicho castellano del palo y la astilla. El hombre siempre ha querido hacer carrera política, parecerse algo al padre, aunque solo fuese en la fina estampa y en la sonrisa cautivadora, pero resulta evidente que no tiene madera. Ahora Pablo Casado lo ha fichado como número 2 por Madrid para las generales del 28A y a las primeras de cambio la ha liado parda. En una de sus primeras entrevistas tras el golpe de efecto de su fichaje, el avezado Carlos Alsina le ha puesto la muleta delante de las narices (o sea el tema del aborto) y él ha entrado al trapo, como un morlaco ciego de furia. Y mira que estaba avisado por el jefe Casado, otro pisacharcos que días atrás ya advirtió que con el asunto del aborto y con Franco no iban a pillarlo otra vez.
A los cinco minutos del cara a cara con el ducho Alsina, el bueno de Suárez Illana ya se había metido de lleno, más que en un jardín, en una jungla amazónica llena de trampas y boas peligrosas. Comparó un embrión con un tumor, citó una ley de Nueva York que supuestamente permitía el aborto después del nacimiento (una burrada por la que después ha pedido perdón) y para rematar terminó comparando a las mujeres que abortan con los neandertales, que según él “esperaban a que naciera el bebé para cortarles la cabeza”. Si el periodista le da cinco minutos más de radio deja el PP para el arrastre y ni Aznar lo vuelve a levantar.
Pero más allá de errores y meteduras de pata, habría que matizar el comentario prehistórico de Suárez Illana, al que habría que decirle que los últimos hallazgos científicos demuestran que el hombre de Neandertal no era tan torpe, cruel y estúpido como se creía hasta ahora, sino que poseía una notable capacidad de pensamiento simbólico y eran inteligentes como los sapiens. Probablemente hasta tenían sensibilidad y no iban por ahí cortando las cabezas de sus hijos al nacer. Así que un respeto para una especie gloriosa a la que el sapiens extinguió a fuerza de guerras y de pegarle un sifilazo.
Sería injusto exigirle a un político con mayor o menor talento, o con más o menos acierto, que sepa de todo y que esté a la altura de Richard Leakey, el famoso paleontólogo. Pero lo mínimo que debe exigírsele a un político como él es que no se invente las cosas burdamente. Su padre vendía el pollino con mucho más arte y salero que él. Hasta fue capaz de convencer a millones de españoles de que vivían en una democracia plena y de garantías, no en una monarquía heredera del franquismo tutelada por militares. Solo por colarnos ese cuento ya habría que levantarle un monumento.
Suárez Illana ha demostrado que no tiene madera. Nunca segundas partes fueron buenas. Así que lo mejor será que hable lo menos posible esta campaña, que el horno de Génova no está para bollos ni para perder votos. Que lo saquen de vez en cuando en algún mitin que otro, que lo aireen, que intenten hacerlo pasar por el otro Suárez (el Bueno) y que lo vuelvan a meter de nuevo en el armario de la historia.